Don Ramón y su sombrero
Don Ramón y don Pedro se saludaban a su manera. Tocándose el ala de sus respectivos sombreros. Mingote decía que el sombrero era un instrumento de paz y cortesía. Con un toque en el ala, y sin necesitar palabras, el saludo estaba cumplido
De los 'Tres Ramones' de nuestra literatura contemporánea: Ramón, Juan Ramón y don Ramón, Gómez de la Serna, Juan Ramón Jiménez y del Valle Inclán; Ramón, Juan Ramón y don Ramón respectivamente, el último de los tres era el más dominante y malhumorado. Con mi abuelo, don Pedro Muñoz-Seca, se llevó mal, algo mejor, bien y terminaron intimando cuando fundaron la primera tertulia de San Sebastián, en el Café Guría. Y el más incisivo. Al principio, a don Ramón le molestaba que don Pedro percibiera de derechos de autor de la Sociedad General de Autores de España, liquidaciones muy superiores a las suyas. Don Ramón, gallego, ceceaba al hablar, y le divertía organizar meneos en los estrenos de determinados autores. Además de las fábricas y la Universidad, los teatros y los toros eran en aquellos tiempos los escenarios de las revueltas populares. Pero de esto sabe mucho más Andrés Amorós, que acaba de publicar un poemario taurino comentado que es un portento en la elección y su sabiduría. Durante la República, las derechas ocupaban el patio de butacas y las izquierdas los entresuelos y gallineros, y algunos estrenos terminaron a tortas. En el primer decenio del siglo XX, un cuarto Ramón despertó la tirria de don Ramón, el poeta Ramón de Campoamor, que también intentó hacer algún pinito en el teatro. Pero don Ramón se cargó una de sus obras en el estreno, en 1909, y Campoamor tiró la toalla y falleció dos años después. En una escena, dos hombres, enamorados de la misma mujer comentan sus atractivos. –Tiene el cuerpo de seda–; –y nervios de acero–. Don Ramón se incorporó de su butaca y con su vozarrón exclamó: -¡Ezo no ez una mujer! ¡Ezo ez un paraguaz!-. Y se armó el lío.
Lo cierto es que la obra de Valle Inclán es hoy mucho más joven y actual que la del resto de los Ramones y los que no son Ramones.
Don Ramón y don Pedro se saludaban a su manera. Tocándose el ala de sus respectivos sombreros. Mingote decía que el sombrero era un instrumento de paz y cortesía. Con un toque en el ala, y sin necesitar palabras, el saludo estaba cumplido. Y con las mujeres el sombrero servía para demostrar ardores, respetos y sentimientos, dependiendo del recorrido del brazo y la mano que los sostenían fuera de la cabeza. Una lástima que los hombres no llevemos sombrero en la actualidad. El mayor insulto consistía en no responder a un saludo manteniendo su sombrero encajado en la cabeza. Una tarde, don Ramón acudió a «Molinero», donde don Pedro tenía su tertulia diaria. Y se sentó en soledad lo suficientemente lejos para que nadie lo incluyera entre los tertulianos y lo suficientemente cerca para que sus comentarios interrumpieran la tertulia. Las tertulias literarias tenían público y aspirantes a formar parte de ellas. Aprovechando un silencio, don Ramón habló: –Ez un dezpropózito que Muñoz-Zeca gane máz dinero que yo en el teatro–. Don Pedro admiraba a don Ramón. –No siempre gana más el mejor don Ramón. Pero si usted me lo permite, le aconsejo que se deje de ordeñar la barba y no derroche toda la mala leche que lleva encima–. Y a partir de ahí, se llevaron mejor.
Valle pagó su consumición, se cubrió con el sombrero, saludó a don Pedro con un moderado «muy buenaz tardez», don Pedro respondió deseándole suerte, y las relaciones cambiaron. Hoy, su descripción del teatro de Muñoz-Seca es la más respetada por los escritores y críticos.
«Quítenle al teatro de Muñoz-Seca el humor; desnúdenlo de caricatura. Arrebaten su ingenio satírico y facilidad para la parodia, y seguirán ante un monumental actor de teatro».
Uno y otro llevaban sombrero.