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Guennadi Ziuganov Rusia

Guennadi Ziuganov, secretario general del Partido Comunista rusoTwitter

224 días de guerra en Ucrania

Guennadi Ziuganov, el barquero de Putin


Resulta imposible reprochar a Guennadi Ziuganov, nacido en 1944 y sempiterno secretario general del Partido Comunista de Rusia –ocupa el cargo de forma ininterrumpida desde 1993– carecer de continuidad en las ideas: ya en los inicios de la perestroika «gorbachoviana» arremetía contra cualquier atisbo de reforma.

Un remate final que incluyó, inevitablemente, al Partido Comunista de la Unión Soviética, el PCUS, hasta la fecha definido como «la fuerza dirigente y orientadora de la sociedad soviética y el núcleo de su sistema político, de las organizaciones estatales y sociales».

A esa entidad se había dedicado Ziuganov en cuerpo y alma desde 1967, escalando pacientemente los peldaños de la estructura en su provincia natal de Oryol, al oeste de Rusia. Una labor de zapa recompensada, a principios de los ochenta, con un traslado al Departamento de Propaganda del PCUS en Moscú.

La atalaya era ideal para despedazar metódica y constantemente el reformismo de Gorbachov. Perestroika, glasnost y demás acuerdos de desarme sonaban a herejía en la boca de Ziuganov. Y fracasó en su empeño.

Aún así, aprovechó la oportunidad para ir constituyendo un capital político, cuyas ganancias empezó a cosechar al ser elegido líder del sucedáneo ruso del PCUS. Podía haber elegido una vía evolucionista, al igual que otros herederos del derrotado comunismo de Europa Oriental.

Optó por la opción contraria, apoyado por el doble resorte de nostalgia del comunismo soviético y resurgir del nacionalismo ruso. La apuesta pareció, en sus inicios, rentable: en las presidenciales de 1996, forzó a Boris Yeltsin a una segunda vuelta en la que alcanzó un honorable 40 % de los votos.

Ziuganov no contaba, sin embargo, con la irrupción en el tablero de un oscuro excoronel de la KGB llamado Vladimir Putin, al que Yeltsin había entregado las llaves de un Estado en quiebra.

El nuevo jefe del Kremlin, de cara a su propio plan de reconstrucción de Rusia, «robó a Ziuganov» el grueso de su discurso nacionalista y nostálgico –«La caída de la Unión Soviética fue una catástrofe»–, dejándole solo la vertiente de la estricta añoranza comunista.

Ziuganov fue decayendo a pasos agigantados, pero sin desaparecer, gracias a un reducto de fieles votantes; irrelevantes, pero incombustibles.

Su discurso, como era de esperar, permaneció prácticamente inaudible durante dos décadas con la representación simbólica de la nostalgia magistralmente secuestrada por Putin. Ziuganov parecía bueno para el desguace.

La intervención en Ucrania tenía todos los visos de consolidar la tendencia: Ziuganov se ceñía a un seguidismo del relato patriótico del Kremlin.

Hasta que hace unos días decidió cantar a Putin las verdades del barquero. La primera: no es una «operación especial», sino una guerra en toda regla. La segunda: como es una guerra, es necesaria una movilización general, no solo parcial.

El perfecto apparatchik Ziuganoz –mirada amenazante, tez lívida, trajes sosos– ha resurgido de sus cenizas.

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