293 días de guerra en Ucrania
La guerra de los drones
Es en las trincheras de Ucrania y, en cierta medida, en las calles de las ciudades de los países amigos, donde Rusia tendrá que imponerse si quiere quedarse por la fuerza con un trozo del país vecino
Las derrotas de Járkov y, sobre todo, Jersón han sido muy dolorosas para Rusia pero, después del abandono de ambas regiones sin apenas presentar batalla, sus soldados sí tienen algo que celebrar. Por primera vez desde que hace nueve meses invadieron Ucrania, combaten en un frente de las dimensiones que, teóricamente, pueden defender.
Fue precisamente la consolidación de unas líneas de defensa más viables lo que buscaba el general Surovikin, actual responsable de las operaciones, cuando dio la orden de retirada de Jersón. Un frente estático de dimensiones reducidas tiene para él la ventaja de acomodarse mejor a las capacidades de su anticuado ejército, aparentemente incapaz de realizar maniobras ofensivas ambiciosas, y a su resquebrajada moral. Bien sabe el nuevo general que, a lo largo de toda la campaña, solo en torno a Severodonetsk se ha mostrado el ejército ruso a la altura de su enemigo.
Es probable que, al menos en la mayor parte del frente, los dos ejércitos se vean abocados a combatir en una guerra de trincheras
Después de dos agotadoras campañas ofensivas de los ucranianos culminadas con éxito, está por ver lo que trae el próximo invierno, una época del año que en absoluto va a impedir que continúen los combates.
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Uno de los inconvenientes que tiene la guerra de trincheras para ambos contendientes es que, por dura que por momentos pueda ser, ni hace titulares ni vende periódicos. Zelenski probablemente tema que, si no hay victorias impactantes en la campaña, el mundo podría olvidarse de lo que ocurre en Ucrania.
Putin, por el contrario, sueña con que la comunidad internacional se olvide de su agresión y, en pleno siglo XXI, le permita –sigo sorprendiéndome cada vez que lo escribo– conquistar impunemente parte del territorio de su vecino. Sin embargo, cada vez que se despierta, no puede menos que preocuparse de que, con el paso de los meses sin éxito alguno en el campo de batalla, el pueblo ruso perciba su impotencia.
En definitiva, para cubrir sus necesidades en el vital campo de la información, ambos bandos necesitan distracciones. Y una de las distracciones más macabras es, en el momento actual, la guerra de los drones.
Vaya por delante que el uso táctico de los drones no es en absoluto una novedad. Una aeronave controlada remotamente tiene ventajas importantes que la hacen preferible para las misiones más largas, más aburridas y, obviamente, más peligrosas.
En la guerra moderna, terrestre o naval, los drones son los ojos de los ejércitos
En la guerra moderna, terrestre o naval, los drones son los ojos de los ejércitos. Desde el más pequeño dron casero equipado con una cámara de vídeo hasta el gigantesco Global Hawk, que cuesta más de 200 millones de dólares, estas aeronaves proporcionan a los ejércitos datos vitales del enemigo sin necesidad de arriesgar vidas humanas.
Así funcionan
Además de los ojos, muchos drones pueden convertirse también en los puños ofensivos de los ejércitos. Algunos, como es el caso del Reaper estadounidense o, en versión más modesta, el Bayraktar turco que hemos visto volar en Ucrania, pueden llevar armas de precisión y orbitar durante largas horas hasta que se les dé la orden de abrir fuego. Otros, de menor alcance y mucho más baratos, pueden convertirse ellos mismos en armas para atacar un blanco escogido por su operador.
Sin embargo, los drones que hoy son noticia –el Saheed 136 iraní o sus variantes modificadas en Rusia y el Tu-141 ruso rediseñado por Ucrania– son aeronaves muy diferentes. Ninguna de las dos encaja del todo en el concepto popular que la mayoría tenemos de lo que es un dron, ya que, aunque vuelan sin piloto, no tienen control remoto alguno. Conceptualmente, se parecen mucho más a los modelos de misiles más modestos que a los propios drones.
Empecemos por Rusia. El dron suicida que está empleando en esta guerra, como muchos de los misiles lanzados sobre las ciudades ucranianas, va guiado por la versión rusa del GPS, el GLONASS. Se estima que no cuesta más de 40.000 dólares la unidad, mientras el precio de un misil Kalibr, de precisión equivalente, puede estar en torno al millón de dólares.
El Saheeed 136 es barato porque, como misil tierra-tierra, es bastante malo
¿Ha encontrado Rusia una herramienta barata que le va a ayudar a ganar la guerra? No del todo. Nadie regala nada. El Saheeed 136 es barato porque, como misil tierra-tierra, es bastante malo. Su velocidad, de solo 180 km por hora, no solo le hace vulnerable, sino que le impide atacar objetivos que tengan una mínima movilidad.
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Se introducen las coordenadas geográficas del blanco deseado y, varias horas después, si nadie lo impide, hará impacto con la precisión que da el propio GLONASS: pocas decenas de metros. La carga explosiva es pequeña, y también lo son la velocidad de impacto y el peso del avión. Por eso, los daños serán prácticamente nulos sobre objetivos protegidos y relativamente escasos sobre los demás.
¿Para qué sirve entonces el dron iraní?
¿Para qué sirve entonces el dron iraní? En el frente, donde los combatientes suelen moverse o protegerse por la cuenta que les trae, para casi nada. Pero, en las ciudades del enemigo, el Saheeed 136 es perfectamente capaz de encontrar el mercado o la estación de tren y matar o herir a algunos viandantes. Con eso, desde luego, Putin no va a ganar la guerra… pero les dará una alegría a algunos de sus conciudadanos, que es, en el fondo, de lo que se trata.
Si se me perdona la digresión, debo añadir que cuando pienso en esa alegría malsana no puedo menos que darle la razón a Sancho, quien sabiamente le dice al bachiller Carrasco en la segunda parte del inmortal Quijote: «El hombre es como Dios lo ha creado, y aún peor muchas veces.»
Los drones de Ucrania
Vamos ahora con Ucrania. Aunque el Tu-141 es completamente diferente, sigue siendo un avión suicida, hábilmente rediseñado a partir de un modelo de dron soviético de reconocimiento que estuvo en servicio hace 40 años. De los que atacaron las bases rusas de Engels y Dyagilevo, solo sabemos lo que nos ha contado Putin. Si la experiencia nos enseña que no se debe confiar en lo que dice el líder ruso, su credibilidad queda aún más comprometida en este caso.
¿Cómo creer que sus fuerzas derribaron ambos aparatos, y que solo la mala suerte hizo que cayeran precisamente sobre las bases atacadas? Más revelador puede ser el análisis del dron que cayó en Croacia en marzo, al que se había retirado el sistema óptico propio de su antigua función pero se le había añadido una bomba.
El Tu-141 es más pesado, mucho más rápido y puede llevar más explosivo que el dron iraní
El Tu-141 es más pesado, mucho más rápido y puede llevar más explosivo que el dron iraní. Se parece más a un verdadero misil. Su coste, en realidad, carece de importancia porque no se puede comprar: hace décadas que no se fabrica. Probablemente queden solo unos pocos en los arsenales ucranianos. Pero, a pesar de sus características, tan diferentes, tiene las mismas limitaciones que el Saheed 136 o, ya que estamos, que las bombas volantes alemanas de la Segunda Guerra Mundial: no son armas que vayan a decidir una guerra.
¿Por qué atacar las bases aéreas rusas con estos drones?
¿Por qué atacar las bases aéreas rusas con estos drones? Los tres soldados muertos y los daños materiales causados no van a cambiar nada en el conflicto. Tiene Rusia en este momento muchos más bombarderos estratégicos de los que necesita para lanzar los pocos misiles que le van quedando.
La razón del ataque, en el fondo, es la misma que tiene Putin: darles a los ucranianos una alegría que no van a tener en las sufridas trincheras. Una alegría, desde luego, mucho más legítima que la de los rusos –no es lo mismo atacar una base aérea que una ciudad– pero de la misma naturaleza.
Ucrania ya no tiene miedo de lo que los rusos puedan llevar a cabo para castigar su osadía
¿Qué le dicen al mundo estos recientes ataques, que Zelenski aún no ha reconocido, quizá por respeto a la sensibilidad de los gobiernos que le apoyan? Para los ciudadanos europeos y norteamericanos, el mensaje es que Ucrania ya no tiene miedo de lo que los rusos puedan llevar a cabo para castigar su osadía. Descartada el arma nuclear, ¿qué puede Putin añadir a lo que ya está haciendo?
Venerables Tu-141
Para el pueblo ruso el mensaje es diferente, pero igualmente eficaz. Si atendemos al clamor de las redes sociales, Zelenski ha conseguido trasladar a parte de la ciudadanía el bochorno que el ejército de Putin debe de sentir por no haber conseguido derribar esos venerables Tu-141 que ellos mismos fabricaron y que, en manos de su enemigo, parecen haber encontrado una segunda juventud.
Puede que quienes seguimos la guerra desde lugares lejanos encontremos satisfacción o disgusto –allá cada uno con su opinión– en cada episodio de esta guerra de los drones. Pero, por el momento, manda la realidad: es en las trincheras de Ucrania y, en cierta medida, en las calles de las ciudades de los países amigos, donde Rusia tendrá que imponerse si quiere quedarse por la fuerza con un trozo del país vecino.
No parece, a estas alturas, que pueda conseguirlo. Ni en unas ni en las otras. Cuando menos, Putin ha perdido la mejor de sus herramientas, la capacidad de inspirar miedo.