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Un miembro del personal de seguridad talibán hace guardia en una plantación de amapolas en la aldea de Sher Surkh, en la provincia de Kandahar

Un miembro del personal de seguridad talibán hace guardia en una plantación de amapolas en la provincia de KandaharAFP

Afganistán

El veto talibán sobre el opio sume en la pobreza a los agricultores afganos

El lucrativo comercio de las cápsulas de la amapola del opio ha sido uno de los pocos negocios estables en décadas de guerra y caos en Afganistán

En un recóndito lugar del sur de Afganistán, Bibi Hazrato llora desconsolada mientras un grupo de hombres destruye su cultivo de amapola de opio, en cumplimiento de una orden del Gobierno talibán para acabar con esta planta narcótica en el país.

«Si trabajaran para Dios, no habrían destrozado este pequeño campo», lanza la débil sexagenaria a los hombres con turbante que arrancan sus plantas.

«Dios dice que destruyamos esto», responde sin rodeos uno de ellos.

El lucrativo comercio de las cápsulas de la amapola del opio, la sustancia psicoactiva de la heroína, ha sido uno de los pocos negocios estables en décadas de guerra y caos en Afganistán.

Pero en abril de 2022, el líder supremo talibán Hibatullah Akhundzada declaró «estrictamente prohibidos» estos cultivos.

En un viaje a zonas de producción de opio de Afganistán, la Afp vio campos de trigo donde antes brotaban las flores de la amapola, en la primera cosecha desde la aplicación de esta prohibición.

El gran dilema de Afganistán se refleja en la austera casa de Hazrato en la aldea Sher Surkh de la provincia de Kandahar: una fuente de ingresos ilícita pero vital se extingue en medio de una grave crisis humanitaria.

«Dios también pide ayudar a los pobres como yo», dice la mujer con su rostro cubierto por un chal negro. «Nadie me ha ayudado nunca», lamenta.

Periodo de gracia

Los talibanes consiguieron en gran parte erradicar el cultivo de la amapola al final de su primer mandato entre 1996 y 2001, dicen los analistas.

Pero esta política se desvaneció cuando fueron derrocados por la invasión liderada por Estados Unidos en 2001 y, en cambio, empezaron a financiar su resistencia con un impuesto sobre estos cultivos.

La producción de opio aportaba alrededor de la mitad de los ingresos de los insurgentes en 2016, según la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC).

En 2020, el último año completo con el gobierno prooccidental en el poder, un 85 % del opio mundial procedía de Afganistán, dijo este organismo.

El año posterior, la UNODC estimó que la economía del opio suponía entre el 9 y el 14 % del PIB afgano.

La producción se ha concentrado históricamente en las áridas regiones meridionales de Kandahar y Helmand, donde germinó el movimiento talibán hace más de tres décadas.

El año pasado, la prohibición se anunció cuando la cosecha estaba ya en marcha, con lo que se concedió un periodo de gracia.

Aplicar el veto inmediatamente hubiera provocado «amplias discrepancias», señaló el analista David Mansfield en un informe en octubre.

Arrasar los campos mientras los jornaleros se preparaban para recoger las amapolas y extraer la valiosa savia hubiera «destrozado la cosecha justo en el momento en que los agricultores iban a recibir los frutos de su trabajo», escribió.

Pero este año «hay una indicación de que se implemente estrictamente la prohibición», declaró a la Afp Anubha Sood, una alta dirigente de UNODC.

En cualquier caso, subsisten «pequeños campos» en «casas privadas y jardines, viñedos, en zonas remotas y no visibles».

La prohibición duplicó el precio local hasta los 200 dólares por kilogramo el año pasado.

«El poder de un solo hombre»

En su aldea en las afueras de la capital provincial de Helmand, Lashkar Gah, Ghulam Rasool confiaba en esquivar el veto y continuar cultivando amapolas.

El año pasado sembró cinco hectáreas y ganó 1,5 millones de afganis (17.000 dólares), una pequeña fortuna en Afganistán.

Este año se limitó a una pequeña área en su parcela privada, y destinó al trigo y el algodón los campos que quedan a ojos de todo el mundo.

Pero días antes de que la cosecha estuviera lista, tres hombres llegaron para aplicar la orden del líder supremo.

«Es un poder de un solo hombre y nadie tiene nada que decir. Lo que sea que indiquen, debes obedecer, no tienes otra opción», revela a los periodistas de la Afp, escoltados por fuerzas de seguridad del gobierno talibán.

«Deberían darnos ayuda y alternativas», dice con incredulidad. «No nos han dado nada hasta ahora».

«Teníamos tanto dinero»

El viceministro encargado de la política antinarcóticos, Abdul Haq Akhund Hamkar, declaró a la agencia francesa que se han destruido casi 3.000 hectáreas de amapolas desde el inicio de la temporada. Una pequeña fracción de las 233.000 hectáreas cosechadas en 2022 según las estimaciones de UNODC.

El responsable antinarcóticos de Helmand, Haji Qazi, afirmó que la prohibición «se implementó en gran medida» y que «la mayoría de la población la aceptó».

El cultivo de opio ya era ilegal bajo el gobierno prooccidental, pero las autoridades nunca terminaron de controlar las zonas rurales del país.

En cambio, los talibanes siempre tuvieron una reputación de aplicar con dureza la ley y el orden.

Por eso, cuando Mir Ahmad escuchó de la prohibición en su aldea en la provincia de Helmand, pensó que iba a perder «mucho dinero», pero destinó sus nueve hectáreas al trigo por primera vez en 20 años.

«Este año estamos mal financieramente», reconoce. «El año pasado, teníamos tanto dinero que ni siquiera podíamos gastarlo todo».

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