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Juan Rodríguez Garat Almirante (R)

La seguridad de Ceuta y Melilla (III) La última línea de defensa: las Fuerzas Armadas

Si estamos preparados para defendernos, ya sea en el norte de África o en cualquier otro sitio, nunca tendremos necesidad de hacerlo

Actualizada 04:30

Hay, por desgracia, muchas guerras en el siglo XXI. Pero casi todas ellas son civiles. En las relaciones entre las naciones, a pesar de lo que está ocurriendo en Ucrania –e incluso allí, la estrategia de Rusia es negarlo todo– pocas veces llega la sangre al río. Sin embargo, los militares tenemos la obligación de prepararnos para lo impensable. Como dijo Sun Tzu hace 25 siglos, «el arte de la guerra nos enseña a no confiar en la probabilidad de que el enemigo no venga, sino en nuestra propia preparación para recibirle».

Si un día Marruecos abandonara la órbita occidental y tuviera problemas internos que disimular, podría verse tentado de provocar un conflicto con España. Como la Rusia de Putin, trataría de evitar lo peor de la reacción internacional por el sencillo procedimiento de presentarse como el agredido. La estratagema es, literalmente, infantil: mis hijos también han recurrido a ella cuando eran pequeños. Pero en el patio de Monipodio en el que las naciones persiguen sus intereses, habrá quien finja darle crédito.

Supongamos que el agresor tiene éxito en su estratagema, al menos durante el breve tiempo que necesita retrasar la reacción de la comunidad internacional para presentar al mundo como hechos consumados unas «nuevas realidades territoriales», la gran aportación de Putin al derecho internacional. ¿Estamos preparados para hacerle frente en solitario?

No hay respuesta fácil para esa pregunta. Cuando el Reino Unido estableció el «two power standard» a finales del siglo XIX, obligándose a mantener una flota capaz de derrotar conjuntamente a la de los dos países siguientes en la jerarquía naval, todo era contar cañones y corazas. Pero aquellos tiempos no volverán. Ya en la Guerra Fría la comparación se hizo mucho más difícil. ¿Cómo contabilizar divisiones acorazadas del Pacto de Varsovia en el frente central frente a portaviones norteamericanos en el Mediterráneo?

El paso del tiempo ha complicado aún más el problema. Desde que el planeamiento de fuerza –el proceso por el que los Ministerios de Defensa deciden qué capacidades militares necesitan– ha dejado de hacerse en función de una hipotética batalla decisiva contra un enemigo identificable, no es fácil comparar los ejércitos de los distintos países.

El diseño de las Fuerzas Armadas marroquíes tiene en Argelia y el Sáhara los factores más determinantes. De ahí las comparativamente grandes dimensiones de su Ejército de Tierra, la relativa importancia de su aviación de ataque al suelo y la orientación antisubmarina y anfibia de su modesta Marina de guerra.

España, por su parte, aspira a que sus Fuerzas Armadas sean un instrumento versátil, tan útil para la defensa colectiva como para la disuasión de la amenaza no compartida, capaz además de participar en operaciones expedicionarias –lejos de nuestras fronteras– concebidas para exportar estabilidad y ayudar a construir un mundo más seguro. Por esta razón –además de las consideraciones industriales, no seamos ingenuos– se han invertido importantes recursos en aviones de transporte como el A-400 o nuevas fragatas de orientación antisubmarina, poco relevantes para la defensa de las plazas de soberanía.

Los fríos números

El balance militar, si nos fiamos de los estudios superficiales que suelen aparecer en las revistas que se dedican a este tipo de análisis, refleja una clara superioridad aérea de España. El Eurofighter, la columna vertebral de nuestra aviación de combate, es ya un avión maduro y eficaz. A su lado, el EF-18, cuyas unidades más antiguas se verán pronto reemplazadas por Eurofighhter adicionales, sigue siendo un buen sistema de armas. Como marino, además, no puedo olvidar el AV-8B embarcado, aunque se encuentre ya al final de su vida útil.

Por su parte, la Real Fuerza Aérea de Marruecos cuenta con una veintena de F-16 pendientes de modernizar, unos pocos más Mirage F1 franceses con 40 años de vida a sus espaldas, y otra veintena de F-5 todavía más antiguos. En su lista de compra hay 25 F-16 adicionales del bloque 70, la versión más actualizada de un avión que ha dado un resultado excelente durante décadas, pero que tampoco es tan fiero como nos lo quieren pintar: hace mucho que los EE.UU. solo lo producen para exportación.

La Marina Real de Marruecos es una fuerza costera, que carece de submarinos y no podría sobrevivir en una guerra en el Estrecho si España logra, como es de esperar, la superioridad aérea. Su buque insignia, una única fragata de la clase FREMM en su versión antisubmarina, de construcción francesa, está muy lejos de tener la capacidad antiaérea de nuestras F-100.

La Marina Real de Marruecos es una fuerza costera, que carece de submarinos y no podría sobrevivir en una guerra

Donde el frío balance numérico podría igualarse o, en algunos aspectos, cambiar de signo es en las fuerzas de tierra. El Ejército Real de Marruecos es, en papeles, más numeroso que el español, aunque incluye en sus cifras personal de reemplazo de valor cuestionable. Cuenta con más carros de combate modernos que nuestro Ejército –384 M1A1 y M1A2 frente a unos 270 Leopardos españoles– pero menos vehículos avanzados de combate de infantería. Tiene más y mejor artillería –España carece hoy de lanzacohetes múltiples– pero menos defensa aérea. No dispone de helicópteros de combate, pero pronto incorporará 24 Apaches de procedencia norteamericana para cubrir esa carencia.

Si nos fiamos de las cifras e imaginamos que en el período anterior al conflicto –las guerras no surgen de la nada– se han resuelto los problemas de alistamiento táctico o logístico y de mando y control, el balance teórico nos favorece. En un ejercicio de Estado Mayor, España no tendría dificultad en obtener la superioridad aérea sobre el teatro de operaciones y, una vez conseguido este objetivo, dominar el Estrecho y castigar al Ejército agresor. Pero… ¿sirven de algo los fríos números? La guerra de Ucrania ha demostrado que no.

El Ejército Real de Marruecos es, en papeles, más numeroso que el español

En el mundo real, hay al menos tres factores que distorsionan cualquier comparación basada en cifras. Tres factores, además, intrincadamente relacionados. El primero es la voluntad de vencer de los soldados, que depende de la causa, de la fe en sus líderes y de la confianza en su material. El segundo, la calidad de los jefes militares, que depende de su formación y de la solidez de la doctrina militar que se les haya inculcado. El tercero, y el único de los tres que tiene derecho a analizar un militar retirado –después de 47 años en la Armada, tengo plena confianza en los otros dos– es el nivel de alistamiento táctico y logístico de la fuerza, es decir, el grado en que la suma de personal, material y doctrina dejan de ser una capacidad de papel y se muestran listos para entrar en acción.

La piedra en el zapato: el alistamiento

Por desgracia, dentro de los presupuestos de Defensa de la práctica totalidad de las naciones, el alistamiento es el patito feo. Hay dos razones que lo justifican. La primera es de naturaleza militar, y la ilustraré con un ejemplo: ¿es mejor contar con cinco fragatas con los pañoles de repuestos casi vacíos y sin misiles en sus lanzadores o, por el mismo precio, tres perfectamente equipadas? Como el dinero es el que hay y la logística es muy cara, la respuesta no es sencilla. Depende, obviamente, de para qué y, sobre todo, de cuándo necesitemos esas fragatas. Los problemas de adiestramiento se solucionan en semanas. Los de aprovisionamiento quizá puedan resolverse en unos meses. Pero construir fragatas adicionales llevaría muchos años.

Dentro de los presupuestos de Defensa de la práctica totalidad de las naciones, el alistamiento es el patito feo

La segunda razón es de naturaleza política. Los recursos invertidos en construir fragatas compran, además de defensa, tecnología y puestos de trabajo de calidad. Nos permiten incluso exportar buques de guerra a otros países. En contraste, el gasoil para adiestrar a los buques en la mar y los misiles de sus lanzadores –al menos los que España no fabrica, que son casi todos– solo compran seguridad. Surge entonces la pregunta, inevitable en tiempo de paz: si los cañones no aportan mantequilla a los españoles, ¿cuánta seguridad queremos comprar?

La suma de estos condicionantes justifica la escasa prioridad que, en la mayoría de los países, se ha venido dando al alistamiento real para el combate. España no es una excepción. Al contrario. Ante los bajos presupuestos asignados al Ministerio de Defensa durante muchos años, se ha sacrificado el alistamiento general de las unidades para dar prioridad a aquéllas que desplegaban en operaciones. Era entonces la única medida posible y dio resultado: se han cumplido todas las misiones. Pero el precio a pagar también ha sido alto. El JEMAD, almirante López Calderón, en su última intervención ante el Congreso, informó sobre la pérdida de capacidades imprescindibles –como los lanzacohetes– y puso el acento en las graves carencias de munición: «ni los stocks que exige la Alianza Atlántica ni los que tenemos son suficientes, pero, lo que es más grave, tampoco se pueden conseguir durante el periodo, porque las empresas son incapaces de producir al ritmo que se consume en un conflicto».

La hierba al otro lado del río

¿Son preocupantes las palabras del JEMAD? Desde luego. ¿Qué vale un Ejército sin municiones? Pero hay que matizarlas. La guerra es una actividad exigente en la que nunca gana el mejor, sino el menos malo. Hasta las campañas más brillantes están plagadas de errores, sobre todo logísticos. Las Fuerzas Armadas españolas tienen serios problemas de alistamiento, sobre todo logístico, pero… ¿y las de nuestro hipotético rival?

Los militares podemos estimar, porque en ocasiones colaboramos con ellos, el estado actual del Ejército marroquí. Pero, ¿para qué discutir apreciaciones subjetivas si, en realidad, la guerra es una pugna entre sociedades, y no solo entre soldados?

España es hoy un país desarrollado, con una industria de defensa relativamente poderosa, con mejores hospitales, universidades o carreteras que el país africano. Nuestro PIB es tan superior al marroquí que, a pesar de dedicar a la defensa un porcentaje mucho más bajo –es difícil cuantificar la cifra exacta porque todos los países maquillan sus datos, pero España apenas llega al 1 % mientras Marruecos supera el 4 %– todavía nos da para duplicar el gasto anual del Reino alauí. Si nosotros tenemos problemas, ¿qué elementos, aparte del síndrome que nos hace ver más verde la hierba de la otra orilla del río, pueden sugerir que en el país magrebí atan los perros con longaniza?

El camino a seguir

Estén, pues, tranquilos –por el momento– los españoles. Pero no ociosos, que somos el pueblo soberano y hay problemas serios que afrontar con nuestra opinión.

A la hora de definir sus presupuestos, todas las naciones tienen que decidir cuánta seguridad quieren comprar. En esa decisión intervienen, desde luego, los compromisos contraídos con nuestros aliados que, previsiblemente –estaré más seguro cuando lo vea– nos llevarán a invertir en defensa el 2 % del PIB en el año 2029.

Con ese horizonte esperanzador para la industria de defensa, casi cada día aparecen en la prensa nuevos programas de adquisición de armamento. Son, por supuesto, necesarios después de tantos años de vacas flacas. Pero no son suficientes. Aunque el alistamiento sea caro y resulte menos atractivo para el gran público, es necesario aprovechar ese 2 % para alcanzar un equilibrio mejor entre las capacidades de papel –las que lucen en los inventarios– y las reales que pueden desplegarse en un plazo razonable.

El propio JEMAD ha puesto el dedo en la llaga cuando ha informado al Congreso de la necesidad de reconsiderar las prioridades, poniendo en primer lugar «el incremento de la operatividad y disponibilidad de la fuerza». Incluso antes de algo tan importante como «la recuperación de las capacidades degradadas o perdidas» después de largos años de carencias.

Es cierto que los misiles y, en general, la munición de los sistemas de armas es muy cara y que, si no se usa, languidece en los pañoles hasta que se cumple su fecha de caducidad, dejando una cierta sensación de haber gastado recursos en vano. Pero mucho más caro es no tenerla cuando es necesaria. No es, pues, un gasto inútil, sino una inversión en seguridad. Y una inversión, además, que sirve también a la causa de la paz porque, si estamos preparados para defendernos, ya sea en el norte de África o en cualquier otro sitio, nunca tendremos necesidad de hacerlo.

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