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Juan Rodríguez Garat
Almirante (R)

La guerra en Ucrania: del Nord Stream a la presa de Kajovka

Si Putin ha ordenado la destrucción de la presa Kajovka y también el gasoducto Nord Stream tan pronto como dejaron de serle útiles, ¿qué cabe pensar de la central nuclear de Zaporiyia?

Un militar ucraniano patrulla en una calle de la aldea recientemente liberada de Blagodatne, región de DonetskAnatolii Stepanov / AFP

Mientras los analistas militares de todo el globo miran con lupa los lentos progresos de la primera fase de la contraofensiva ucraniana en Zaporiyia, Dmitri Peskov, el inefable portavoz del Kremlin, sorprende al mundo con una declaración cuando menos inoportuna. Dice el hombre que la tarea de desmilitarizar Ucrania está prácticamente concluida porque «cada vez usa menos sus propias armas, y más las proporcionadas por los países occidentales».

Al parecer, esas armas occidentales, que son las que han forzado al Ejército invasor a retirarse de varias de las regiones ocupadas en los primeros días de la guerra y, más recientemente, le ha obligado a cavar trincheras a lo largo de todo el frente, no cuentan. No recuerdo que hubiera una cláusula así en las tareas que ordenó Putin para la «operación militar especial», pero quizá se me pasó leer la letra pequeña.

El control de los medios

¿Cómo se le ocurre a Peskov decir semejante tontería? No hay otra respuesta que la esperanza cierta de ser creído. Y es que no se puede entender la guerra de Ucrania —o, por ser respetuoso con ambas partes, la operación militar especial encomendada al ejército ruso— sin darle el peso que tiene al estricto control de los medios de comunicación que Putin ejerce en toda Rusia.

La férrea censura no hace más excepción que la de los canales de Telegram empleados por la comunidad ultranacionalista, críticos a veces con los resultados de la campaña pero tolerados porque son partidarios a muerte de la guerra.

¿Se imaginan a Lyndon B. Johnson haciendo una declaración parecida? ¿Se atrevería el líder norteamericano a presumir de haber desmilitarizado Vietnam del Norte, con el peregrino argumento de que combatía con las armas entregadas por la URSS o la República Popular China? Seamos honestos: una declaración como la de Peskov, en cualquier país occidental, habría sido inmediatamente ridiculizada por la prensa y por la opinión pública.

En Rusia, sin embargo, lo dicho por el portavoz de Putin se convierte automáticamente en verdad oficial. Y, como viene ocurriendo desde el comienzo de la guerra, pronto estará también en el argumentario de los poco imaginativos analistas prorrusos de occidente.

La presa de Kajovka

El dominio del relato interior que ejerce Putin se pone cada día al servicio de una estrategia híbrida que, como hace diez años teorizó el general Gerasimov, busca legitimar la invasión de Ucrania. La idea que se quiere vender es tan sencilla como falsa: la intervención no es el problema, sino la solución.

Por mucho que lo parezca, Rusia no ha emprendido una guerra de conquista para apoderarse de algunas de las zonas originalmente más prósperas del país vecino, sino para salvarlo de los nazis. Solo la victoria de sus tropas puede asegurar la paz en la querida Ucrania y, por alguna razón, también la seguridad de una Rusia a la que no bastan sus 6.000 ojivas nucleares.

Un claro ejemplo de esta estrategia, que obliga al Kremlin a presentar a Ucrania como un estado fallido, es la voladura de la presa de Kajovka. Poco a poco, todos los indicios van confirmando lo que muchos habíamos anunciado desde el primer día. Fue una sola explosión —detectada por diferentes medios en diversos países— la que destruyó la presa, y no un ataque artillero como ha dicho Putin. Nadie con criterio puede creer la versión de Moscú, porque ni hay testigos de tal bombardeo ni hay bajas entre los soldados que custodiaban la presa, como no las hubo en la voladura de la prisión de Olenivka. Por si eso fuera poco, ningún experto cree posible que con los proyectiles de 155 o cohetes HIMARS se pudieran provocar los daños necesarios para destruir la sólida estructura construida en tiempos de Stalin.

Por todas estas razones, que se unen a la pérdida de credibilidad de Moscú después de una ya larga serie de mentiras, hoy son pocos los que dudan de que la presa ha sido destruida por quienes la custodiaban. ¿Y qué? pensará Putin. En Rusia, la verdad oficial es que ha sido Ucrania. Y en Occidente, donde rara vez se presta atención a lo no inmediato, la lenta aparición de indicios contra el Kremlin ya no hace primeras planas. Y, aunque las hiciera, saber que Putin es culpable del desastre ecológico y humanitario no sorprenderá a muchos y no va a empeorar demasiado la percepción que la mayoría de los ciudadanos occidentales tiene de un dictador que tolera los crímenes de sus soldados y que cada día lanza sus misiles sobre las ciudades ucranianas.

El gasoducto Nord Stream

Las explosiones en el Nord Stream, bajo 80 metros de agua, son mucho más difíciles de investigar. No creo que el culpable haya dejado más evidencias que las que pudieran enmascarar sus huellas apuntando en otra dirección. Sin embargo, sí hay un modus operandi que sirve de indicio. Aunque ni siquiera a Putin se le debe condenar sin pruebas, si aparece una mujer estrangulada en Boston se equivocaría quien sospechase de Jack el destripador.

A poco que uno quiera comparar la voladura de la presa con la del gasoducto, los dos hechos criminales tienen muchas cosas en común

En ambos casos, la tarea era suficientemente complicada para descartar la culpabilidad de meros terroristas aficionados. Hay, sin ninguna duda, un estado detrás. En ambos casos, se ha causado un daño medioambiental grave sin razones militares que lo justifiquen. En ambos casos se destruyeron infraestructuras que Rusia tenía por suyas —recuerde el lector que Moscú se ha anexionado oficialmente la región de Jersón— pero que a Putin no le servían para nada. Ni fluía ya el gas por el gasoducto destruido ni el dictador ruso tiene esperanza alguna de volver a apoderarse del curso bajo del Dniéper.

Para Rusia, la idea de destruir ambas instalaciones tiene macabro sentido. Lo ocurrido es útil en su lucha por desinformar, por envolver en la niebla la invasión del país vecino. Y no supone riesgo alguno porque, en el peor de los casos, si el Kremlin fuera descubierto cometiendo cualquiera de estas fechorías, tiene garantías de impunidad.

Cualesquiera que sean las pruebas en su contra, quienes creen a Putin —por vocación o, como es el caso de los ciudadanos rusos, por obligación— defenderán a Moscú como si de verdad hubiera sido el agredido. Quienes no lo hacemos, ya lo tenemos por culpable de crímenes mucho más graves, como los de Bucha o Mariúpol.

En el campo contrario, las cosas son bien diferentes. ¿Se imagina el lector lo que ocurriría si aparecieran pruebas de que fue Zelenski quien ordenó volar cualquiera de ambos objetivos? ¿O si los comandos ucranianos hubieran sido capturados al poner sus cargas explosivas? Con seguridad, eso es lo primero en que el presidente de Ucrania habría pensado si le hubieran presentado un plan para destruir una presa que trae prosperidad a una extensa región de su propia patria.

Aún más si el objetivo fuera un gasoducto en las aguas de aquellos de quien depende para combatir en esta guerra. ¿Correría el lector un riesgo así solo para culpar a Putin de un crimen más? Porque, a posteriori, es fácil olvidar que, cuando se dan las órdenes, no se sabe con certeza lo que puede ocurrir.

La mala noticia

Si Putin ha ordenado la destrucción de la presa Kajovka y, seguramente, también el gasoducto Nord Stream tan pronto como dejaron de serle útiles, ¿Qué cabe pensar de la central nuclear de Zaporiyia? ¿Qué podría ocurrir si llegara a presentarse la posibilidad de que la contraofensiva ucraniana pudiera dejarla en zona liberada? No tiene el líder ruso otra conciencia que la de la utilidad, pero ¿se atreverá a hacer algo parecido estando en juego la seguridad nuclear? Me gustaría poder contestar negativamente a esta pregunta, pero hay motivos para estar preocupado.

¿Qué razones pueden llevar a Putin a dar una orden que ponga en riesgo la gigantesca central? La venganza, desde luego, es una de ellas. Suficientemente poderosa para que Hitler ordenara destruir París cuando tuvo que abandonarlo en la Segunda Guerra Mundial. Pero no es la única.

Si el dictador ruso culpa a Ucrania de los daños que se produzcan en una hipotética evacuación de la central ocupada, en Rusia se verán obligados a aceptar su versión bajo la amenaza de largas penas de prisión. ¿Y en Occidente? Unos pocos fingirán creerle porque, como ocurre con la desmilitarización de Ucrania, comulgarán con cualquier rueda de molino consagrada por ese profano sacerdote del Kremlin que es Peskov.

Pero no son esos pocos, después de todo tierra conquistada, los que importan. Habrá otros que duden, o que incluso culpen a occidente de empeorar las cosas en Ucrania, tal como insiste machaconamente la propaganda del Kremlin. Sembrar esa duda entre la opinión pública occidental es, probablemente, el motivo real de todos estos crímenes. Es en la opinión de quienes se dejasen desinformar donde encontraría Putin su pírrica victoria.

La buena noticia

Al tiempo que ensombrece las perspectivas sobre la central nuclear ocupada, la reflexión de Peskov tiene también un lado bueno. Si el portavoz de Putin puede convencer a los rusos de que ya ha desmilitarizado a una Ucrania que nunca fue tan poderosa, también podrá, a conveniencia del dictador, asegurar a su pueblo de que la «operación militar especial» ha finalizado con éxito.

Por ahí se abre una rendija por la que se cuela un poco de luz. Quizá no haga falta una improbable revolución en Rusia para parar una guerra en la que no parece posible la victoria militar completa de unos o de otros. Quizá baste el riesgo de que Putin pierda poco a poco el poder que atesora para que, con el objetivo falsamente cumplido, el ejército ruso reciba la orden de volver a casa. Si fuera así, nunca una mentira habría hecho mejor servicio a la causa de la humanidad.