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Aquilino Cayuela
Aquilino Cayuela

Entre el imperio y el caos: las bases de inestabilidad en el Próximo Oriente

La idea de que los imperios aportan un mínimo de orden y estabilidad a Oriente Medio va en contra de gran parte de la doctrina y el periodismo contemporáneos

Actualizada 04:30

El presidente turco Recep Tayyip Erdogan

El presidente turco Recep Tayyip Erdogan trata de seguir una política neo otomana en Oriente MedioAFP

La Gran Guerra de 1914 supuso un conflicto catastrófico, que puso fin para siempre a la hegemonía mundial europea y derrumbó tres imperios: el Austrohúngaro, el Alemán y el Imperio Otomano

Los otomanos extendieron su dominio hasta los Balcanes, y el sultanato omaní, que en el siglo XIX se extendió desde el Golfo Pérsico a partes de Irán y Pakistán, así como al África oriental musulmana. Sólo en las últimas etapas de la historia del imperio los europeos fueron una parte significativa de esta historia.

En todo Oriente Medio, esta variada experiencia del imperio ha impedido el desarrollo de Estados-nación como los europeos y, por tanto, explica la falta de estabilidad de la región. De hecho, para muchos regímenes de Oriente Medio no se ha resuelto la cuestión de cómo garantizar un grado razonable de orden con el mínimo grado de coerción.

Una de las principales razones de la violencia y la inestabilidad de Oriente Medio en las últimas décadas, por inquietante que resulte para la sensibilidad democrática contemporánea, es que, por primera vez en la historia moderna, la región carece de cualquier tipo de orden impuesto por un imperio.

El hecho de que la democracia no haya arraigado hasta ahora, ni siquiera en Túnez, es un indicio del debilitador legado del dominio imperial.

La deprimente pero innegable realidad es que los imperios, de una forma u otra, han dominado la historia del mundo y especialmente en el Medio Oriente, desde la antigüedad hasta la era moderna, porque ofrecían el medio más práctico y obvio de organización política y geográfica.

Los imperios pueden dejar el caos a su paso, pero también han surgido como soluciones al caos.

Edad de Oro del islam

La Edad de Oro del islam en Oriente Próximo fue imperial. Esta historia se desarrolló principalmente bajo los califatos omeya y abasí, pero también bajo los fatimíes y hafsíes.

El Imperio Otomano en Oriente Próximo y los Balcanes y el Imperio de los Habsburgo en Europa central protegieron, por ejemplo, a los judíos y a otras minorías de acuerdo con los valores más ilustrados de su época.

De hecho, el brutal genocidio armenio se produjo en una época de crisis del imperio cuando los nacionalistas de «los Jóvenes Turcos» estaban desbancando el orden imperial.

Un siglo más tarde de la desaparición del Imperio Otomano, Oriente Próximo aún no ha encontrado un sustituto adecuado para instaurar un orden semejante.

Tras la Segunda Guerra Mundial, las autoridades de los mandatos imperiales británico y francés gestionaron con sus protectorados los territorios del Levante y el Creciente Fértil, desde Líbano hasta Irak.

Después, durante la Guerra Fría, Estados Unidos y la Unión Soviética fueron imperiales por su dinámica y por su influencia en los regímenes del Oriente Medio.

Estados Unidos mantenía alianzas de facto con Israel y con las monarquías árabes del norte de África y la Península Arábiga.

La Unión Soviética apoyaba a Argelia, el Egipto de Nasser, Yemen del Sur y otros países alineados con la línea comunista de Moscú.

Tras la desintegración de la Unión Soviética, en 1991, la influencia y capacidad de Estados Unidos creció en la zona para proyectar su poder en la región, algo que no ha dejado de disminuir desde la invasión de Irak en 2003 y, más tarde con las «primaveras árabes» de Obama: Túnez, Egipto, Libia, Siria, Yemen buscaban un cierto grado de influencia imperial. Pero resultaron un fiasco.

La idea de que los imperios aportan un mínimo de orden y estabilidad a Oriente Medio va en contra de gran parte de la doctrina y el periodismo contemporáneos.

Con la experiencia del colonialismo europeo moderno todavía fresca en muchas naciones, académicos y periodistas siguen preocupados por los crímenes de las potencias británicas, francesas y otras europeas en Oriente Medio, África y otros lugares, en esta era de expiación y revisionismo poscolonial.

Las zonas menos estables de la región en la actualidad, también en África, son las que presentan algunas de las huellas más claras del colonialismo europeo.

La fragmentación de un terreno desértico sin rasgos distintivos maleado por las consecuencias de las grandes guerras o los forzamientos geopolíticos de la Guerra Fría, con el epicentro del conflicto árabe–israelí están en la base de lo que actualmente es el Próximo Oriente.

Los opresivos Estados baasistas que surgieron en Siria y, sobre todo, en Irak en la segunda mitad del siglo XX fueron forjados por Occidente.

Estados Unidos invadió Irak en 2003, y el resultado fue el caos. Estados Unidos no intervino en Siria en 2011, y el resultado también fue el caos.

Un efecto, de este último conflicto, fue la intervención de Rusia que se lanzó también a buscar una influencia imperial pos-soviética, en los nuevos parámetros imperialistas de Putin.

De otro lado el descontento y la perturbación arraigada en el mundo islámico y expresada a través del anticolonialismo, el nacionalismo y el extremismo religioso, son en última instancia la reacción al imperialismo occidental en este último siglo.

Una amenaza de «choque de civilizaciones» que más allá del conflicto de hegemonías permanece latente.

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