¿Tiene razón Milei al afirmar que no hubo 30.000 desaparecidos en la dictadura argentina?
El candidato libertario libraba también la batalla de su candidata a vicepresidenta, Victoria Villarroel, que semanas atrás protagonizó un homenaje a las otras víctimas, a las de la guerrilla terrorista
En el primer debate entre los cinco candidatos a las elecciones presidenciales de Argentina, Javier Milei, el favorito según todos los sondeos, volvió a reprochar que se diera por buena la cifra de 30.000 desaparecidos durante la última dictadura militar argentina (1976-83).
El libertario que entusiasma a jóvenes, maduros, mujeres y hombres sin distinción de clase social puso de nuevo sobre el tablero de la discusión un asunto doloroso que el kirchnerismo supo manipular y aprovechar en su beneficio. Sus contrincantes en el plató eran la ex ministra de Maurico Macri y en su juventud vinculada al movimiento montoneros, Patricia Bullrich; el actual ministro de Economía de Alberto Fernández, Sergio Massa, el gobernador peronista de Córdoba, Juan Schiaretti y la candidata de ultraizquierda, Myriam Bregman.
No fueron 30.000 desaparecidos, son 8.753. Estamos en contra de una visión tuerta de la historiaCandidato de La Libertad Avanza
«No fueron 30.000 desaparecidos, son 8.753. Estamos en contra de una visión tuerta de la historia», proclamó Milei. La afirmación no es nueva y se ajusta a los casos comprobados por la Comisión nacional de Desaparición de Personas (CONADEP) creada durante el gobierno de transición de Raúl Alfonsín (Unión Cívica Radical).
En el prime informe de la CONADEP, se recogieron testimonios y pruebas de «7.954 casos». Años más tarde, se amplió aquella investigación y se estableció como cifra definitiva la que mencionó Javier Milei: 8.753.
Siete años de dictadura militar
¿Cómo se explica ese cambio? El final de los siete años de dictadura de las Juntas Militares argentinas y la llegada de Alfonsín a la Casa Rosada no terminaron con el miedo y el terror de la población. La joven democracia argentina sufriría varias asonadas que no lograron su objetivo, pero serían un aviso para navegantes de que la casa no estaba en orden, pese a lo que afirmaba el presidente Alfonsín.
La inestabilidad y las dudas sobre cuánto duraría esa democracia incipiente explicarían que las familias de algunas víctimas prefirieran guardar silencio por temor a represalias. Esa mentalidad era más latente en la Argentina profunda donde los resabios de la dictadura seguían manejando los hilos del poder regional.
Raúl Alfonsín tuvo que entregar el bastón de mando a Carlos Saúl Menem, unos meses antes de lo previsto. Lo hizo, como admitió en una entrevista que le hice en su piso de la Avenida de Santa Fe, en Buenos Aires, porque se lo pidió el peronista de patillas inmensas y pantalones de pata de elefante. La crisis en Argentina y la hiperinflación con un presidente electo que esperaba su turno convencieron a Alfonsín de adoptar esa medida.
Los indultos
Menem firmaría los indultos para los jerarcas militares condenados en el histórico juicio a las juntas y para los guerrilleros que habían cometido atentados, secuestros y asesinatos. Las llamadas leyes del perdón (Punto y Final y Obediencia Debida) pasaron entonces a un segundo plano con la ira de buena parte de la población que no veía reconciliación ni pacificación en los indultos sino impunidad para los responsables del terrorismo de Estado.
Los bolsillos de los argentinos estaban llenos de dólares y eso, hacía olvidar casi todo, incluida la corrupción y los indultos
Con Menem volvió la abundancia, las privatizaciones y el mayor proceso de reformas estructurales de la historia de Argentina. Los bolsillos de los argentinos estaban llenos de dólares y eso, hacía olvidar casi todo, incluida la corrupción y los indultos.
Y llegaron los Kirchner
Todo seguiría igual hasta que Néstor Kirchner alcanzó la Presidencia en mayo de 2003 y asumió de la mano de su mujer, una política revanchista. Declaró nulos los indultos y se volvió a hacer desfilar por el banquillo a represores indultados, a los que quedaron libres al vencerse el plazo para denunciarlos (ley de punto y final) o aquellos que habían sido eximidos penalmente al justificar su actuación porque estaban obligados a seguir órdenes.
A partir de entonces la historia de Argentina comenzó a reescribirse y el Nunca Más, el libro que recoge los testimonios de las víctimas, documenta las torturas, asesinatos y desapariciones forzosas fue, como las organizaciones humanitarias, adulterado.
Se incluyó un párrafo a modo de prólogo del secretario de derechos humanos nombrado pro Kirchner, Eduardo Luis Duhalde donde oficializaba la cifra de 30.000 desaparecidos. Ironías de Argentina, el contenido de ese libro contradecía una afirmación que hasta los que no creían en ella la fueron repitiendo.
Javier Milei sabía en el debate de la noche del domingo que tenía razón al decir lo que dijo
Javier Milei sabía en el debate de la noche del domingo que tenía razón al decir lo que dijo. El candidato libertario sostenía y libraba también la batalla de su candidata a vicepresidenta, Victoria Villarroel, que semanas atrás protagonizó un homenaje a las otras víctimas, a las de la guerrilla terrorista.
El último desaparecido
El último desaparecido por razones políticas de Argentina fue Jorge Julio López, un albañil jubilado que ya había estado en condición de detenido desparecido en diferentes centros clandestinos durante la dictadura.
Con la anulación de Kirchner de los indultos se reabrieron multitud de causas contra represores, el debido proceso brilló por su ausencia en no pocas ocasiones y mientras los guerrilleros se convertían en héroes para el gobierno, los militares volvían a desfilar por el banquillo.
Jorge Julio López fue secuestrado el 18 de septiembre de 2006 cuando se dirigía a declarar en un juicio reabierto contra el comisario bonaerense Miguel Etchecolatz. Su paradero es un misterio hasta el día de hoy. A la hora de la verdad, él es el último desaparecido de la dictadura aunque lo «chuparan» en democracia.