Afganistán
Miles de afganos temen ser expulsados de Pakistán: «Los talibanes nos matarán»
Cuatro días después de que Pakistán empezase a detener y expulsar forzosamente a inmigrantes indocumentados de su territorio, Asadullah Sadat y su familia continúan escondidos en la ciudad de Peshawar con la certeza de una muerte segura en Afganistán.
«Los talibanes nos matarán si regresamos, como han hecho con tantas otras personas», explica a Efe Sadat, desde su pequeño piso de paredes desconchadas y prácticamente desprovisto de muebles en la capital de la provincia norteña de Khyber Pakhtunkhwa.
La familia de Sadat tiene una razón de peso para querer escapar a toda costa de los intentos de arresto en Pakistán, al haber trabajado para las fuerzas estadounidenses antes de la llegada al poder de los fundamentalistas en 2021.
El Gobierno interino de Pakistán dio un ultimátum, a principios de octubre, a todos los inmigrantes indocumentados en su territorio: abandonar el país antes del 1 de octubre o enfrentarse a la deportación por la fuerza.
Al menos 140.000 afganos, los principales afectados, regresaron a su país natal antes del pasado 1 de noviembre, sorteando el caos en las fronteras y con la angustia de un futuro incierto en un país sumido en una grave crisis económica y social.
Pakistán, que aunque reconoce la presencia de 1,4 millones de afganos no es firmante de la Convención sobre refugiados de 1951 ni cuenta con una legislación específica, estima en unos 1,7 millones los inmigrantes indocumentados procedentes de Afganistán.
Sin documentos oficiales que acrediten su condición de refugiados, la familia vive con miedo, y con las maletas hechas por si acaso, a que las fuerzas de seguridad se presenten en su hogar.
«Hace seis días, la Policía me detuvo en una plaza por no tener documentos legales», explicó Sadat, que pudo librarse de acabar en un centro de detención gracias a un soborno de 2.000 rupias paquistaníes (unos siete dólares).
Sin fuentes de ingresos, la familia se ha visto obligada a vender gradualmente joyas y otros de sus bienes más valiosos.
Sadat consiguió viajar a Islamabad, tras la caída de Afganistán en manos de los talibanes, a través de la misma frontera de Torkham que se encuentra ahora colapsada en sentido contrario por miles de afganos expulsados de Pakistán.
«Mi mujer, embarazada de nueve meses, y yo pasamos siete noches en Torkham para cruzar a Pakistán», recordó.
Otros miembros de su familia cruzaron al país vecino en los meses posteriores, pero las esperanzas de ser trasladados a un tercer país o incluso a Estados Unidos se vieron frustradas. Su hermano Rohullah Sadat, que trabajó como traductor para un periodista americano, consiguió huir a EE. UU.
Es por ello una cruel broma del destino que Sadat y su familia se escondan del arresto de las fuerzas paquistaníes, cuando él mismo asegura haber sido víctima de detenciones y violencia por parte de los talibanes tras su trabajo para las fuerzas estadounidenses.
«Ataron nuestras manos con un cable, uno de ellos golpeó a mi hermano con la culata de un kalashnikov y se orinó encima», explicó, recordando el día en que los talibanes le detuvieron junto a su padre y uno de sus hermanos en Kabul.
Aquejado por un cáncer y con su hermano internado a día de hoy en un hospital de Peshawar debido al intenso trauma psicológico sufrido, Sadat salvó la vida por la intercesión de unos líderes locales de los fundamentalistas.
A la certeza de la violencia de los talibanes ante un posible regreso, Sadat suma además el temor de que casen por la fuerza a su hija, como asegura que los fundamentalistas ya han hecho a varias niñas en su provincia natal de Faryab.
El futuro en Pakistán de Sadat y su familia es incierto, ya que el Gobierno paquistaní reiteró el pasado jueves que no reconsiderará su política de expulsión de todos los inmigrantes indocumentados.