Cómo votar en las elecciones argentinas sin convertirse en cómplice del peronismo
Los argentinos deben decidir en las próximas 48 horas si impulsan un salto a lo desconocido o terminan transformando su voto en un acto de complicidad
Votar es un derecho y casi siempre un deber ciudadano. Pero como en Argentina nada es lo que parece, votar en la elección presidencial más crucial de sus últimas cuatro décadas de historia democrática podría transformarse en un simple empujón a lo desconocido o, lo que puede ser peor, en un mero acto de complicidad.
El convoy electoral llegará a su terminal el próximo domingo. El pasado hizo una de sus últimas paradas en el debate entre el ministro de Economía y candidato, Sergio Massa, y el outsider libertario Javier Milei. Aquel fue un cruce que en vez de despejar las dudas de más de un 12 % del electorado que no sabe a quién —o si acudirá a— votar, terminó agudizándolas más aún.
Un Massa lanzado al ataque de su contrincante de forma permanente, haciendo uso y abuso, no ya de los fondos del Estado, como a lo largo de toda la campaña, si no también de la estructura de Inteligencia para poner en apuros a un Milei que careció de brillo, de cintura política para contrarrestar la estrategia del ministro-candidato y del fuego que lo había caracterizado hasta aquí, para bloquear a su oponente.
De ese trámite Massa salió airoso y celebrando. Demoró solo unas horas para ser devuelto a la realidad de todos los días. La inflación de octubre registró un 8,3 % y la interanual alcanzó el 145 %. La situación social continúa en franco deterioro y los escándalos, lejos de amainar, los azuza la justicia. Las denuncias de corrupción en la Legislatura bonaerense se asemejan a balas que pican cada vez más cerca de un Massa que no mide en actos ni en argucias para hacerse con la presidencia.
Elecciones de Argentina
Radiografía de la debacle económica de Argentina de la mano de Massa y el peronismo
El martes, el militante Julio «Chocolate» Rigau, detenido al ser sorprendido retirando fondos de un cajero automático de las cuentas de empleados contratados en la Legislatura Bonaerense, y obligados a dejar parte de su sueldo a él y a sus jefes políticos, quedó procesado. No fue el único. Con él, corren la misma suerte el concejal Facundo Albini y su padre, Claudio Albini, exsubdirector de la Cámara de Diputados de la provincia de Buenos Aires, acusados de asociación ilícita, acorde a las pruebas recabadas por la fiscalía.
Los Albini, padre e hijo, son dos hombres cercanos a Massa pertenecientes al Frente Renovador del ministro, quien hasta el momento no emitió opinión. Tampoco se refirió al otro escándalo que decora el final de la campaña. La red de espionaje ilegal, en la que aparecen involucrados el diputado Rodolfo Tailhade (un exagente de inteligencia) y el subdirector de la Administración Federal de Ingresos Públicos (AFIP), Fabián «Conu» Rodríguez, hombre cercano a Máximo Kirchner y destacado dirigente La Cámpora, la agrupación que lidera el hijo de la vicepresidenta.
Una investigación que, hasta el momento, tiene a un expolicía detenido, y centenas de folios con documentos y pruebas de escuchas telefónicas y seguimiento a funcionarios, dirigentes políticos y periodistas y que promete llegar más lejos.
Una trama, la de los espías ilegales, que, según fuentes judiciales, podría llegar a la mismísima expresidenta, Cristina Kirchner. Por estos días, dueña de un silencio atronador en su refugio de la presidencia del Senado.
Con una leve ventaja en la mayoría de las encuestas, Milei, en tanto, sigue su recorrida por los distritos que considera claves. El martes pasó por Rosario (la segunda ciudad del país en importancia) y reunió a una verdadera multitud. El jueves, visitó Córdoba, donde fue el cierre de campaña, en un territorio siempre esquivo para el kirchnerismo y sus socios.
Llegó a Rosario, allí, donde el narcotráfico acecha en cada esquina, en busca de los indecisos a los que, según las opiniones mayoritarias de los analistas, había dejado escapar durante el debate.
Así como durante el tête à tête con su oponente quedó al desnudo su falta de herramientas para la discusión netamente política, en el tramo final de su campaña busca remarcar ese perfil de hombre nuevo en el ambiente, la rara avis que busca oxigenar la vida de los argentinos. Una suerte de pez extraño surcando en las aguas putrefactas del poder.
Todas sus intervenciones periodísticas y declaraciones fueron en ese sentido. No obstante, le cuesta salirse del cerco que le tendió el oficialismo, comparándolo con lo primero de «ultraderecha» que se cruce en el camino ya sea Jair Bolsonaro o las aberraciones de la dictadura militar (1976-1983).
Fiel a su condición de outsider, Milei había demostrado durante el debate la falta de recursos dialécticos para enfrentar a un profesional de la política sin escrúpulos como lo es Massa. Un hombre que pasó del neoliberalismo furibundo al menemismo, luego al kirchnerismo, previo paso por el PRO para una alianza circunstancial con el expresidente Mauricio Macri y ahora, por obra, gracia y voluntad de Cristina Kirchner, buscar el premio mayor: el poder. Y para ello no repara en métodos, como lo demostró el domingo pasado, cuando apeló a información de inteligencia para asegurar que la familia de Milei era propietaria de un departamento en Estados Unidos o cuando le recordó al economista su paso por el Banco Central en su condición de becario en sus días de universitario.
Todo de muy baja estofa. Nada que los argentinos bien informados no conozcan. Pero como si todo se tratara de una obra pergeñada por el gran Cantinflas, Massa es el responsable no solo de su historial como político cargado de puntos oscuros sino también es culpable (cuando no partícipe necesario) directo del descalabro económico que asola al país. Y como si se tratara de una bacanal de las paradojas, es el que propone solucionar todo lo que él mismo destruyó a lo largo de 14 meses al frente de la economía. Pero esto poco importó para que obtuviera el primer lugar en la primera vuelta.
Una marca, hasta aquí, que muchos califican de «milagro», otros la atribuyen a la fe religiosa (si se toma al peronismo como «religión») de los peronistas movidos por la cruceta de su inmenso aparato, pero los hechos indican que se debe a un desproporcionado uso de los recursos públicos al servicio de la campaña y a una maquinaria destinada a inocular el temor en la población, como no se había visto jamás en cuatro décadas de democracia.
Las usinas propaladoras de miedo se distribuyen por todos lados. Desde la prensa adicta a cada una de las medidas del gobierno o bien invadiendo el transporte público en las horas punta, en las escuelas y en las universidades, interrumpiendo las clases. Pueden ser ministros recorriendo calles y espacios de trabajo para alertar de los peligros que corre la población si Milei llega a ganar las elecciones. O bien, militantes, cual vendedores de rosas o pedigüeños de limosnas, llamando a «no votar a un loco» (como se refieren a Milei), empleados públicos adoctrinados para difundir la necesidad de «frenar a alguien que va acabar con los derechos de los que menos tienen» o, sencillamente, actores que ofician de profesores frente al alumnado para representar cómo sería una universidad arancelada. Nada que Federico Fellini no hubiese podido hacerlo mejor de haber sido argentino y contemporáneo.
Se puede ver y escuchar de todo menos propuestas concretas de cómo se va a enfrentar la severa crisis económica que afecta al país, después del 10 de diciembre.
Sobre el tramo final antes de llegar a las urnas, nada parece haber cambiado mucho. Massa se siente dueño de aparato estatal al servicio exclusivo de la campaña —lo que en un país normal lo ubicaría al borde de la ilegalidad—, mientras goza del apoyo automático de todos los sectores del peronismo y de ese trípode de empresarios y banqueros que financiaron buena parte de su carrera política a cambio de contratos con el Estado, compuesto por Jorge Brito (Banco Macro), José Luis Manzano-Daniel Vila (América) y Marcelo Mindlin (Pampa Energía), se ufana de recoger apoyos verbales de presidentes amigos y de los viejos respaldos que encuentra en Estados Unidos, y por extensión de la embajada.
En el otro rincón, Milei, moderando sus extravagancias (las discursivas y las personales), al extremo, amparándose en sus nuevos aliados, el expresidente Macri y la excandidata Patricia Bullrich, y capitalizando —como desde el primer día en que se propuso «la locura» de querer gobernar un país que se presume ingobernable— la bronca de buena parte de la sociedad hastiada del desgobierno y la corrupción sistemática, de la generación de pobreza y de una inseguridad que se presume como un territorio liberado para crecer al ritmo de la inflación.
Y en el medio, los argentinos. Todos con los días contados para definir el voto y, por ende, el futuro inmediato de un país que no para de despedir jóvenes fuera de sus fronteras en busca de lo que ya no encuentran allí dentro. Una definición nada sencilla. Deben decidir en las próximas 48 horas si impulsan un salto a lo desconocido o terminan transformando su voto en un acto de complicidad.
Será ese, el momento crucial para evitar reproches futuros, de tener en claro, que la mayoría de las veces, que cada sociedad tiene el gobierno que se le parece.