Argentina elige entre la «locura» de Milei y la «obsesión compulsiva» por el poder de Massa
Lo que se dirime, en las elecciones de este domingo, son dos modelos de institucionalidad y el destino que tomará la vapuleada democracia en su versión argentina
La locura por la transformación versus la obsesión compulsiva por el poder. Esa pareciera ser la pelea de fondo hoy en las urnas de un país enfermo: Argentina. Allí, el economista libertario Javier Milei y el ministro de Economía, Sergio Massa, buscan el favor de una sociedad agobiada, en las elecciones más disputadas y cruciales en cuatro décadas de democracia.
Dos versiones de cómo pararse frente a la crisis ineludible que deberá enfrentar el próximo Gobierno quedan a consideración de los argentinos, tras una campaña donde primaron el miedo y las malas artes de la política hasta el último minuto.
Massa, 51 años y Milei, 53, llegaron al balotaje por caminos diametralmente opuestos. El primero, apoyado en la estructura de un peronismo todoterreno y exprimiendo los recursos del Estado hasta el último segundo de la campaña. El especialista en trigonometría y devoto de la Escuela Austriaca caminó por las arenas movedizas de la política, reconvirtiéndose en una suerte de rockstar, a los gritos desde los platós de televisión y aprovechando todos los recursos que le brindaron las redes sociales. Toda una novedad para el mundillo de la política tradicional argentina que, hasta aquí, ignoraba todo lo que las nuevas tecnologías permiten en materia de comunicación horizontal.
Con una leve ventaja en la mayoría de las encuestas, Milei cerró el jueves su campaña en la estratégica provincia de Córdoba. Allí donde el kirchnerismo sucumbió una y otra vez, con un multitudinario acto donde, una vez más, primaron los miles de adeptos autoconvocados, a través de las redes (la herramienta más eficaz del libertario), algo inusual en la tradición clientelar y de aparatos, que caracteriza al kirchnerismo.
En el medio, su agrupación, La Libertad Avanza, presentará una denuncia penal por un presunto «fraude colosal», en la primera vuelta. La presentación judicial calentó la puja en la última recta de la carrera hacia las urnas. A tal punto que nadie es capaz de vaticinar que esta noche la fiesta cívica termine en paz.
Máxime cuando el que está enfrente es Massa. El ministro devenido en los últimos meses en una suerte de presidente de facto –por «la desaparición» del presidente, Alberto Fernández, con quien no hay habeas corpus–, que oficia de vaso comunicante con todos los sectores del peronismo, con los radicales que huyeron del opositor Juntos por el Cambio y, lo que no es menor, con todos los sótanos putrefactos de la política local.
Los escándalos judiciales de las últimas semanas y las denuncias de ciudadanos por la aparición de boletas electorales falsas, de la Libertad Avanza, en varios distritos del conurbano bonaerense, así lo indican.
El oficialista, fiel a su estilo, le puso su broche de oro a la campaña. Tras recorrer en soledad un par de casas de estudiantes jóvenes con problemas de renta y, en la de una mujer de 103 años, mate en mano, se hizo grabar una extensa entrevista en la televisión pública, que se transmitió pegada al partido por las eliminatorias mundialistas que Argentina perdió con Uruguay (0-2). Una minucia, después de una campaña que apeló al miedo y a la descalificación del adversario de forma permanente.
Con un país que recién se enfrenta al ojo del huracán inflacionario y una pobreza que amenaza con romper la barrera del 50 % de su población económicamente activa, esta noche no solo surgirán el gobierno y la forma de enfrentar tamaños desafíos. Lo que se dirime, además, son dos modelos de institucionalidad o, para decirlo con todas las letras: el destino que tomará la vapuleada democracia en su versión argentina.
Por un lado, Milei, para quien los espejos preferidos en los que suele detenerse son el de Donald Trump y Jair Bolsonaro, espera aplicar «una política de shock» (tal como se lo explicó a los empresarios el pasado miércoles), para evitar una hiperinflación e impulsar un ajuste que «recaerá sobre la política».
Enfrente, Massa, artífice ineludible de la crisis y de que el Banco Central agotara sus reservas monetarias, quien promete reparar todos los daños prácticamente con las mismas políticas que los provocaron. Sin explicar, en momento alguno, cómo encarará el ajuste forzoso que le espera a la sociedad. Si bien sus referencias inexorables están a su alrededor, el kirchnerismo y los caudillos provinciales del peronismo, su ambición por el poder dibuja otros límites mucho más lejanos que los de su contrincante.
Si se observa la suerte de Trump o la del expresidente brasileño, las urnas y la justicia impidieron sus deseos de perpetuación. Al analizar la figura de Massa, sus alianzas, sus contactos y su devoción por la mitomanía –llevada al terreno de única ideología en su caso–, no parece exagerado pensar que los argentinos están ante «un Daniel Ortega de las pampas».
Si esta noche Massa logra coronarse en las urnas, son pocas las fuentes que no perciben «un período incluso más largo en el poder que el de los Kirchner»
Ese es el ítem más importante que aparece en juego en estas elecciones. Todo lo demás, la inflación del 145 % interanual, que carcome la economía y los ánimos de la población, la pobreza galopante con su devastación cultural, la inseguridad y la expansión del narcotráfico ya son temas recurrentes, que ninguno de los candidatos logró explicar fehacientemente cómo y en qué planos serán combatidos.
Milei apuesta a una dolarización y terminar con «las mafias políticas» o «la casta», como llegó a bautizarlas. Massa repite, una y otra vez, como eventuales soluciones el glosario de medidas con las que viene de dejar al país al borde del caos.
En líneas generales, el debate entre ambos estuvo marcado por la pauperización, acorde a los tiempos que corren. Todo pasó más por «el amor a los perros» de Milei o por las distintas adicciones (entre ellas al poder y a las medias verdades) de Massa, que por las propuestas políticas de fondo que se necesitan para una eventual reconstrucción del país.
Todo eso ya es pasado inmediato. Ahora resta acabar la fiesta en paz, conocer quién de los dos timoneará la crisis y hacia dónde. Y, por lo menos, hasta que esta noche se conozca el desenlace, tener en cuenta por estas horas que «la locura», como decía un gran escritor argentino, «no es para cualquiera, esas cosas hay que merecerlas…» y que «la obsesión compulsiva» suele generar impulsos o escenarios no deseados, como el de los últimos meses, hasta convertirse en una fuente inagotable de angustia. Y al menos hasta ayer, a Massa no se le conoce psicólogo de cabecera alguno.