Israel y Hezbolá, crónica de una guerra aplazada
El estado de la situación hace pensar que nada podrá impedir que una chispa aboque al Estado judío a combatir intensamente en dos frentes de manera simultánea
A escasos kilómetros de la frontera con Líbano, un puesto de control militar israelí con la advertencia de «zona bajo amenaza» da la pauta de qué esperar en esta región limítrofe.
El GPS te sitúa en algún lugar del sur de Beirut, un trampantojo producto del bloqueo de Israel al sistema de navegación universal para impedir que el enemigo pueda guiar sus drones con fines ofensivos.
Otra señal en la carretera, en hebreo, advierte del peligro de disparos de misiles antitanque, mientras el repiqueteo de la artillería israelí hacia posiciones de Hezbolá en el sur del Líbano, no deja lugar a dudas de que se trata de una zona de guerra en toda regla.
Una realidad que se viene desarrollando desde hace más de cinco meses en los peores enfrentamientos que se registran a ambos lados de la divisoria desde la última guerra que libraron Israel y Hezbolá en 2006.
El acuerdo de alto el fuego que puso fin a esa contienda estipulaba la creación de una zona desmilitarizada en el sur del Líbano a partir del río Litani bajo supervisión de fuerzas internacionales.
Pero hoy la región nuevamente es un bastión de Hezbolá donde la aviación israelí lleva a cabo operaciones puntuales.
Perímetro fantasma
La franja de tierra de hasta 8 kilómetros a lo largo de la frontera norte de Israel se ha convertido en una fantasmal zona salpicada por kibutzim (plural en hebreo para kibutz) y comunidades sin sus vecinos que, en su lugar, han sido reemplazados por soldados.
La organización terrorista libanesa ataca Israel con cohetes, misiles antitanque del tipo Kornet y de 122 milímetros, aparatos no tripulados cargados con explosivos, drones suicidas, a los que se suman tiradores agazapados durante días e incluso intentos de infiltración a lo Hamás.
Sólo un día después del ataque del 7 de octubre por parte del grupo terrorista palestino en el entorno de Gaza, la milicia chií libanesa emprendió una guerra de desgaste contra Israel obligando a entre 70.000 y 80.000 residentes de la zona de demarcación a abandonar sus hogares.
«El 8 de octubre terroristas de Hezbolá atacaron la frontera a pocos kilómetros de aquí. Lanzaron misiles, derribaron la barrera y varios entraron en Israel», explicó Moshé Davidovich, jefe del Concejo Regional Maté Asher, en el Kibutz Metzuva, situado a escasos 2 kilómetros de la frontera.
El Concejo aglutina 32 comunidades israelíes fronterizas, la mitad de ellas, completamente evacuadas y sus residentes «repartidos por todo Israel», añade el alcalde quien sufrió en su propia casa a 12 kilómetros de la divisoria, un ataque con drones de Hezbolá.
Desde Metzuva, se observa un camino zigzagueante construido hace tres años en territorio israelí, que conduce a una base de la inteligencia militar situado en lo alto de una elevación que hace las veces de región divisoria entre Israel y Líbano, vacía en la actualidad porque «Hezbolá atacaba día tras día».
En el kibutz vivían el 6 de octubre un millar de residentes, pero únicamente tres personas autorizadas reciben en un refugio antiaéreo a un grupo de periodistas en un viaje organizado por la asociación EIPA.
Las actividades agrícolas de la comarca, como la cosecha de banano y aguacate se han convertido en una peligrosa misión que, dependiendo de las valoraciones de la inteligencia, se pueden realizar según qué días y en determinadas zonas.
El responsable de seguridad de las comunidades de la zona, Ishay Efroni, relata cómo una madre y su hijo murieron en un ataque de la milicia chií cuando comían en el jardín de su casa, a la que habían ido a recoger enseres en la vecina población de Kfar Yuval, a 1 kilómetro de la frontera, aparentemente por fuego de francotirador.
Desde el 7 de octubre al menos 15 israelíes, 7 de ellos civiles, han muerto en ataques de Hezbolá en la zona fronteriza del norte de Israel.
El Ejército estima haber acabado desde entonces con más de 300 terroristas de la organización libanesa que trataron de penetrar y atacar comunidades israelíes, y alcanzado más de 4.500 posiciones en el sur libanés.
En circunstancias normales, esa cifra, el número elevado de evacuados sine die y la constatación de que Hezbolá está muy presente en la frontera y protagoniza escaramuzas diarias, habrían conducido a una guerra. Pero Israel está embarcada en otra contra Hamás en Gaza y además tiene abiertos otros frentes (Cisjordania, Siria, Mar Rojo, interno).
Contención calculada
En plena Galilea Occidental, el Kibutz Cabri se emplaza a unos 15 kilómetros de la frontera. Allí, el teniente coronel del Ejército israelí Dotan (rehusa facilitar su nombre de pila por razones de seguridad), de la Brigada Baram, señala que las instrucciones del mando militar son claras: Ejercitar la mayor contención posible y responder de manera calculada a los ataques de Hezbolá.
Cifra entre 20.000 y 30.000 los milicianos de la organización libanesa y entre 5.000 y 7.000 los pertenecientes a las fuerzas especiales Radwan.
«Hizbulá es una organización que aprende rápido, ágil, conoce el territorio del sur del Líbano y es todo un reto», advierte este reservista movilizado antes de señalar las amenazas de los misiles antitanque kornet o los aparatos no tripulados como principales desafíos.
«Hemos empleado de forma modesta nuestras herramientas, pero estamos listos para el siguiente reto que venga. Hay otros planes que podemos poner en práctica. Nos estamos entrenando, Hezbolá no ha visto aún toda nuestra capacidad», avisa de forma críptica pero lo suficientemente clara para expresar que Israel está preparado ante cualquier eventualidad, incluida una guerra abierta.
El capitán del Ejército israelí Roni Kaplan se expresó en similares términos al considerar dos únicas vías para empujar a Hezbolá más allá del río Litani a fin de devolver a «83.000 secuestrados a sus casas»: la diplomática y la bélica.
«Tenemos planes para todo, estamos presos para cualquier tipo de contingencia. Estamos siendo atacados en 7 frentes distintos, estamos concentrados en Hamás en la Franja de Gaza, pero no cabe duda de que Hezbolá es el más fuerte de la zona y es el brazo largo de Irán en el límite mismo con Israel», declaró a El Debate.
¿Habrá guerra contra Hezbolá?
Cuando militares, reservistas, sociedad civil e incluso miembros del Ejecutivo advierten de la apertura de un nuevo frente el próximo verano hay que tomárselo en serio. Incluso las encuestadoras.
Una mayoría del 69 % de los israelíes tienen la fuerte creencia de que estallará una guerra pronto entre Israel y Hezbolá en la frontera con Líbano, según el último sondeo del Instituto por la Democracia en Israel. Lo creen de forma mayoritaria tanto árabes como judíos israelíes y de todo el arco político.
Paradójicamente, se trata de un conflicto que ninguno de los dos actores quiere, a tenor de la retórica empleada por los dirigentes israelíes y del Gobierno libanés que así se lo ha pedido a Hezbolá, pero que expertos, militares y dirigentes consideran inevitable e inaplazable por mucho más tiempo.
«La principal cuestión a la que nos enfrentamos hoy está en el norte con Hezbolá. No creo que Hezbolá vaya a evacuar voluntariamente la región al sur del río Litani y por ello, como sociedad, debemos estar preparados para los siguientes pasos», manifestó el titular israelí de Asuntos de Diáspora y Combate contra el Antisemitismo, Amichai Chikly, en un encuentro con periodistas europeos en Jerusalén.
Para ello, apostilló, «debemos estar preparados para los siguientes pasos. El Ejército se está preparando para la próxima fase porque debemos asegurar nuestras fronteras y echar a los milicianos de Hezbolá de la divisoria».
Por su parte, Zohar Palti, exjefe de la Oficina Político-Militar del Ministerio de Defensa de Israel y también de la Dirección de Inteligencia del Mossad, subraya el escaso interés de ambas partes de ir a una guerra a gran escala como el último enfrentamiento bélico que libraron.
No obstante, advierte, que «esta es una situación muy delicada con Líbano. Un error de cálculo puede llevar de forma inmediata a una guerra».
Como trasfondo, el enorme arsenal que Israel ha permitido que la milicia chií reúna en los últimos tres lustros gracias a la ayuda de Irán. Se estima que entre 100.000 y 150.000 misiles capaces de alcanzar Tel Aviv a un ritmo que haga imposible a los sistemas israelíes interceptarlos todos.
«Hablamos hoy de que una guerra total podría llevar a Hezbolá a lanzar 4.000 cohetes diarios contra Israel, de los cuales podríamos bloquear la mitad», apunta Kobi Marom, especialista en seguridad nacional y exoficial destacado de la Comandancia Norte de Israel para quien, fuera de toda duda, «los 150.000 cohetes suponen la amenaza más grande para la sociedad israelí e Israel como país».
En opinión de este experto, Hezbolá es el apoderado más puro de Irán en la región y el mensaje que ha venido enviando Israel en los últimos años con su política de restricción es de debilidad.
Sin embargo, recalca, Teherán no quiere una guerra total con Israel porque «saben que van a perder buena parte de su arsenal y mucha capacidad que ha disuadido a Israel de atacar su proyecto nuclear hasta la fecha».
¿Guerra total o intervención táctica?
La franja de 30 kilómetros desde el sur del río Litani hasta la Línea Azul, la demarcación establecida por la ONU tras la retirada israelí en 2000, es vital para la seguridad de Israel.
El hecho de que Hezbolá se viera obligada a replegarse supondría el regreso de los alrededor de 80.000 desplazados internos obligados a dejar sus casas en Israel. Cabe recordar que cerca de 200.000 israelíes a día de hoy viven fuera de sus casas si se suman los evacuados del entorno de Gaza y los de la frontera con Líbano.
Pero la principal cuestión es cómo se logra ese objetivo. Si Israel y Hezbolá no quieren una guerra abierta, pero continúan sus enfrentamientos, los escenarios a medio plazo no son halagüeños.
El general de brigada en la reserva, excomandante del Centro Dado para Estudios Militares Interdisciplinares del Ejército israelí, Erán Ortal, descarta una guerra total en Líbano, aunque cree que Israel tiene la capacidad para llevarla adelante de manera inmediata.
Su principal objeción a este enfoque es que el Ejército israelí podría encallar en el combate urbano que supone una guerra asimétrica con precedentes nefastos y conocidos en la región.
Por ello, formula una tercera vía, la de «cosernos la boca, esperar que termine la guerra en Gaza y prepararnos para una estrategia de modernización con la que podamos lanzar una guerra corta y agresiva», para el que vaticina un período de dos años. El objetivo, remover la amenaza militar en la frontera y destruir la munición de Hezbolá para una o dos décadas.
De momento, habrá que esperar y ver cómo se desarrolla la guerra contra Hamás en Gaza y su posible repercusión en la siguiente, y no sólo en términos estratégicos, sino también en costes y pérdida de apoyo internacional, especialmente de EE.UU., principal aliado de Israel en un crucial año electoral.
Con todo, el estado de la situación hace pensar que nada podrá impedir que una chispa aboque al Estado judío a combatir intensamente en dos frentes de manera simultánea, algo para lo que lleva preparándose algún tiempo.