Así gobierna la Agrupación Nacional en Perpiñán, el mayor municipio bajo su batuta
El alcalde Louis Aliot mantiene el orden y garantiza una envidiable limpieza en el centro, pero reconoce que «es más complicado» en la periferia
Perpiñán, alrededor de 120.000 habitantes, atesora una imponente historia que le ha hecho ser, a lo largo de las Historia, una de las urbes de referencia la Corona de Aragón en la Edad Media, lo atestigua el imponente Palacio, y fortaleza, de los Reyes de Mallorca, sede principal de Jaime II, antes de pasar, durante unos siglos, a pertenecer a la Monarquía Hispánica. Sus más de 360 años bajo soberanía francesa se iniciaron en 1659, como consecuencia del Tratado de los Pirineos. Un año después, Luis XIV hacía su entrada triunfal en su nuevo territorio.
El sólido centralismo galo no ha hecho del todo mella en su identidad histórica: sigue siendo, y con orgullo, la capital de la Cataluña francesa. Al llegar, se comprueba sin dificultades: la senyera también es bandera cooficial, pero sin quitar protagonismo a la francesa. En cuanto al bilingüismo light, se le descubre pronto en las placas de las calles: uno se topa, pongamos por caso, con la «carrer» Leo Delibes antes de doblar en el «boulevard» Georges Clémenceau.
En todo el casco urbano, hay placas en un idioma o en otro, o en ambos. También en los carteles que indican cómo dirigirse hacia los numerosos monumentos y museos de Perpiñán. En una céntrica muralla se puede observar un recuadro que conmemora una revuelta medieval. Está íntegramente en catalán. Eso sí, los letreros que denotan autoridad o necesidades básicas se leen exclusivamente en francés: «hotel de Ville» [Ayuntamiento], «palais de Justice», «préfecture» [equivalente a una Delegación del Gobierno en España, aunque con muchas más competencias], «commissariat de Police», «hôpital» ... Solo la Oficina de Turismo está señalada conjuntamente en el idioma de Molière
El encargado de administrar este legado administrativo y cultural es Louis Aliot, alcalde de Perpiñán desde 2020 y primer vicepresidente, a nivel de toda Francia, de la Agrupación Nacional. Fiel al ideario de su partido y a las promesas que éste suele hacer en las campañas electorales, ha aumentado el número de policías y ha hecho de la limpieza una de sus prioridades.
Se nota principalmente en el centro histórico: ni un rastro de restos de botellones, pongamos por caso, de resto de basura fuera de sus cestos, o de excrementos caninos. En relación con estos últimos, hay carteles que avisan, en tono severo, de su prohibición. Únicamente en francés, por supuesto. Otros, letras negras sobre fondo amarillo chillón, informan, de cara a los cortes de tráfico, de las fechas de comienzo y final de las obras en algunas calles. «Orden público y limpieza están vinculados», afirma contundentemente Aliot, preguntado por este periódico.
Una política que cuenta con la aprobación de los comerciantes. «No tenemos ningún problema con el Ayuntamiento: nos trata bien», subraya Éric, dueño de una céntrica crêperie. Tampoco es que la situación sea idílica.
Valga como prueba el informe publicado por el Insee, el instituto oficial de estadísticas y estudios económicos de Francia, el pasado septiembre: un tercio de los habitantes de Perpiñán vive bajo el umbral de la pobreza. En cifras: con menos de 1120 euros al mes, según los criterios en vigor.
Se nota al ver al gran número de jóvenes, probablemente desocupados, que se congregan en determinados lugares del centro, a menudo sentados sobre los respaldos de los bancos, para comentar los partidos de la Selección francesa en la Eurocopa, por ceñirse a la actualidad; y con carácter permanente, para pensar en un futuro mejor. Muchos de ellos son de ascendencia magrebí o africana, pero también hay franceses, o europeos, de souche, de raíz.
Mas hay que penetrar en Saint-Jacques, la barriada popular de Perpiñán por excelencia y feudo de la comunidad gitana, una de las minorías étnicas más numerosas, para constatar una realidad más vidriosa. «Si usted va por la mañana, la encontrará limpia; si va por la tarde, será más complicado», advierte Aliot, como queriendo protegerse preventivamente. La visita tuvo lugar hacia las seis de la tarde.
Al preguntar en un bar cual era el camino más recomendable para llegar a Saint-Jacques, un cliente, antes de proporcionar la pertinente orientación, ironiza: «Uy, eso es para los Crs», acrónimo de las Compañías Republicanas de Seguridad, es decir, los antidisturbios. Ni el cliente ni el alcalde mienten: al subir por la calle Émile Zola, brota cierta sensación de seguridad.
Imposible avistar lo que puede ocurrir a la vuelta de la siguiente esquina, pues hay personas a las que la tensión rezuma por su rostro. La mugre inunda Saint-Jacques. Se ve a un hombre aliviando su vejiga contra el muro de un edificio. Los desechos, fuera de los cubos, la mitad de las tiendas, cerradas un sábado por la tarde, algo insólito en una ciudad tan mediterránea.
«Hay desidia y abandono desde hace veinte o treinta años», admite Éric desde la punta más acomodada de Perpiñán, queriendo decir que no se puede achacar la responsabilidad a un equipo de Gobierno que aún no ha cumplido un lustro rigiendo los destinos de Perpiñán. Razón no le falta. Pero muchos ojos están puestos en Perpiñán para ver cómo gobierna la Agrupación Nacional a gran escala. La evaluación será global. En todos los barrios.