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08 de septiembre de 2024

Aquilino Cayuela
AnálisisAquilino Cayuela

La cumbre de la OTAN (entre visillos)

En este foro se han puesto sobre la mesa cuestiones tan graves como la importancia de esa «amistad sin límites» entre China y Rusia y el importante papel que juega Pekín en la guerra de Ucrania

Actualizada 04:30

El secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, y el presidente de Estados, en la Sala Este de la Casa Blanca en Washington, DC

El secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, y el presidente de Estados, en la Sala Este de la Casa BlancaAFP

Entre el 9 y el 11 de julio de 2024, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) ha celebrado la cumbre de jefes de Estado y de Gobierno, en Washington, al tiempo que celebraba su 75º aniversario.

Con la mirada puesta en Ucrania sabíamos lo que «no ocurriría» en esta cumbre conmemorativa y es que este país sometido a una guerra de ocupación desde el 24 de febrero de 2022 no se convertiría en el 33º miembro de la Alianza.

Las autoridades estadounidenses sí están hablando de proporcionar a Ucrania «un puente seguro hacia la OTAN» (como dijo recientemente el director senior para Europa del Consejo de Seguridad Nacional, Michael Carpenter), pero su adhesión es para muchos de los líderes de la alianza –especialmente para Estados Unidos y Alemania– un paso imposible mientras Ucrania esté en guerra.

La adhesión, según la garantía del Artículo 5 de la Alianza Atlántica, de que «un ataque contra uno se considera un ataque contra todos», supondría una inmediata entrada en la guerra del conjunto de la OTAN contra la Federación Rusa. Pero eso no va a ocurrir por el momento.

Biden se ha mantenido lúcido, incluso tratando de recuperar su endeble imagen interna, se ha mostrado como un líder fuerte que asume un encendida defensa de la Alianza y de su apoyo a Ucrania. En sus palabras ha ofrecido una entrega de defensas aéreas «histórica» al país invadido. Mayor inversión en la defensa de Ucrania sí, adhesión a la Alianza, por el momento, tarea imposible.

Aunque en el fondo lo que flota en el aire en este aniversario de la OTAN son dos cuestiones fundamentales, de fondo, que por el momento no se pueden resolver:

–Cómo adelantarse a una victoria de Donald Trump y determinar una irreversible política de apoyo a Ucrania sin vuelta atrás. Aun cuando una nueva Administración republicana cambiase el rumbo de la política exterior norteamericana.

–Cómo disuadir a Rusia en el conflicto de Ucrania y, oblicuamente, con el resto de Europa sin entrar en una abierta confrontación que arrastre a un gran conflicto. Al fondo «disuadir» y «no perder» en Ucrania sin un considerable aumento de escalada.

Algunos analistas y estrategas consideran que los dirigentes políticos de la OTAN deberían animar en privado a Kiev a hacer tres cosas:

  1. Definir una frontera provisional y militarmente defendible.
  2. Acordar autolimitaciones respecto a las infraestructuras en territorio no ocupado (como el estacionamiento permanente de tropas extranjeras o armas nucleares) con el importante descargo noruego de que estos límites sólo serán válidos mientras Ucrania no esté bajo ataque o amenaza de ataque.
  3. En tercer lugar (y lo más doloroso para los defensores ucranianos), comprometerse a no utilizar la fuerza militar más allá de esa frontera salvo en defensa propia. El coste de este paso sería la aceptación de una división abierta, pero el beneficio sería dar a la mayor parte de Ucrania un refugio seguro en la OTAN.

Una vez establecidos, Kiev y la alianza harían públicos estos acuerdos. La OTAN podría ampliar la declaración unilateral de Kiev con una declaración similar. El objetivo sería que Ucrania independiente se uniera a la Alianza tan pronto como fuera factible, idealmente antes del 20 de enero de 2025.

Estas propuestas que perfectamente se podían haber estado hablando «entre visillos» durante la cumbre representarían, en conjunto, un hecho consumado: no se negociarían con Rusia, pero seguiría habiendo una negociación implícita abierta. La clave está en que en lugar de un acuerdo de «territorio a cambio de paz» la propuesta tendería a ser: «ninguna infraestructura militar a cambio de paz».

Plantear esta cuestión públicamente tendría, como mínimo, la ventaja de revelar si Putin volverá a negociar sobre infraestructuras de defensa, y si la cooperación rusa y la pertenencia a la OTAN son mutuamente excluyentes (algo que parece evidente).

Putin considera que el tiempo corre a su favor y que hay pocos incentivos para llegar a un acuerdo

Otra opción es que Occidente decida que merece la pena una escalada significativa para recuperar los territorios ocupados y lo cierto es que Moscú previsiblemente boicoteará cualquier negociación real porque, entre otras cosas, Putin considera que el tiempo corre a su favor y que hay pocos incentivos para llegar a un acuerdo.

En esta cumbre se han puesto sobre la mesa cuestiones tan graves como la importancia de esa «amistad sin límites» entre China y Rusia y el importante papel que juega Pekín en la guerra de Ucrania. Se ha tocado el fondo del problema que es la lucha hegemónica entre China y Estados Unidos.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, alertó del problema de la «frontera sur», es decir, España, frente a la descontrolada inmigración de Mauritania y originaria de los agitados países del Sahel. Es sabido, en este asunto, la influencia de China y Rusia en los conflictos de esta región africana y cómo esta fuerte presión migratoria está afectando a nuestro país en una medida sin precedentes.

Sánchez, a pesar de su insignificancia internacional, también quiso situar a Gaza en el mismo nivel que Ucrania, algo contradictorio en sí mismo, y que no ha tenido mucho lustre en el encuentro, sobre todo viniendo del socio de la OTAN que más lejos está de cumplir con ese mínimo exigido por la organización de un 2 % del PIB en gastos de defensa, para satisfacer a sus socios de gobierno (ultraizquierdistas y nacionalistas).

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