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Juan Rodríguez Garat
AnálisisJuan Rodríguez GaratAlmirante (R)

Ucrania: la guerra sigue tras la incursión de Kursk

El Ejército ucraniano ha entrado en Rusia y, aunque no sea mucho decir, ha ocupado más territorio en una semana que el ruso en lo que va de año

Actualizada 04:30

Un soldado del Ejército ucraniano, en una posición desconocida del frente

Un soldado del Ejército ucraniano, en una posición desconocida del frente@Liberov | Defense of Ukraine

Veinte días después de la incursión del Ejército de Ucrania en la región rusa de Kursk, la guerra sigue en todos los frentes. Y así continuará durante mucho tiempo –la Unión Soviética tardó diez años en retirarse de Afganistán y casi el mismo tiempo duró la participación de EE.UU. en la Guerra del Vietnam– porque, con las cartas que tienen en la mano –y crea el lector que siento repetirme– ambos bandos son incapaces de conseguir una ventaja definitiva.

Avances rusos en Pokrovsk

Como cabría esperar, la defensa de Kursk ha obligado al Kremlin a redesplegar algunas unidades desde el frente ucraniano. Pero, como también podíamos suponer, Moscú ha respetado la prioridad de los puntos donde, desde hace muchos meses, tiene a su alcance los objetivos más prometedores.

¿Qué entiende Putin por objetivos prometedores? Aunque la idea le habría horrorizado a Sun Tzu, también en esto es bastante previsible el dictador ruso. Recuerdo que, en los tiempos en los que la Alianza Atlántica era numéricamente inferior al Pacto de Varsovia en el llamado frente central –lea el lector las llanuras centroeuropeas–, los analistas militares occidentales confiaban en que la superioridad de la doctrina aliada contribuiría a equilibrar la balanza.

La ventaja se basaba en cuatro pilares que el Ejército Rojo, anquilosado por los efectos adocenadores del comunismo y vigilado por sus comisarios políticos, no había conseguido dominar: combate interarmas, acción conjunta, liderazgo orientado a la misión y guerra de maniobra. Dos décadas después de la derrota del comunismo, el ultraconservador Ejército ruso sigue demostrando las mismas grietas. Incapaz de maniobrar y de sacar partido a su superioridad aérea, hará lo que sí sabe hacer: lanzar sus tropas y su artillería contra la siguiente ciudad que encuentre en su camino.

¿A dónde conduce la predecible campaña rusa? Hoy, el objetivo principal parece ser Pokrovsk, una ciudad mediana que tenía 60.000 habitantes antes de la invasión. Es un lugar de innegable importancia en el nivel operacional, porque facilita las comunicaciones entre las grandes ciudades que Ucrania conserva en el Donbás. Por la brecha abierta tras la caída de Avdiivka, el pasado 18 de febrero, el Ejército de Putin se ha ido acercando poco a poco a la ciudad y Zelenski ha ordenado su evacuación. Sin embargo, Ucrania, claramente inferior en campo abierto, se defiende muy bien en los grandes centros urbanos. Chasiv Yar, una ciudad mucho más pequeña próxima a Bajmut, resiste desde hace muchos meses los esfuerzos rusos por romper el frente en su zona.

Ucrania, claramente inferior en campo abierto, se defiende muy bien en los grandes centros urbanos

El Ejército ruso mantiene a Pokrovsk en la proa pero, ¿cuál es su verdadero rumbo? Como marino retirado, mejor que intentar adivinarlo prefiero observar qué nos dice su estela. Mariúpol, una ciudad de algo más de 400.000 habitantes, cayó en manos de Putin en mayo de 2022. Dos meses después, el Ejército del dictador ocupó Severodonetsk, una ciudad de la región de Lugansk que arrastró en su caída a Lisichansk y a los pueblos de los alrededores. Sumaban, en total, alrededor de 350.000 habitantes.

Hubo que esperar diez meses hasta el siguiente éxito, Bajmut, una ciudad mucho más pequeña –solo 70.000 habitantes– ocupada en mayo de 2023. Y otros nueve meses más para que cayera Avdiivka, que tenía antes de la guerra solo 30.000 habitantes. Ha pasado ya medio año desde entonces –las anunciadas ofensivas de primavera y verano– y creo que ya podemos resumir la situación: la planeada campaña relámpago se desarrolla a paso de caracol. En los dos últimos años –a partir del contraataque ucraniano que liberó Jersón y la región de Járkov– han caído en manos de Rusia, tras sangrientos combates y a costa de un consumo impensable de munición de artillería, dos pequeñas ciudades. Y Ucrania, recordémoslo, es un país más grande que España.

La marcha de la guerra

El Kremlin trata de encontrar sentido a esta ineficaz manera de hacer la guerra convirtiéndola en una carrera de resistencia. Es obvio que, si se mantuviera este ritmo, Rusia tardaría más de diez años en conquistar el Donbás y quizá un siglo en llegar a Kiev. Pero Putin, inasequible al desaliento, promete que ni Ucrania ni las naciones occidentales que le suministran armamento aguantarán el paso de los meses. Algo que, por cierto, lleva diciendo muchos meses ya.

Si se mantuviera este ritmo, Rusia tardaría más de diez años en conquistar el Donbás

¿Qué hay de cierto en las cuentas de la lechera de Putin? Incapaz de adivinar el futuro, prefiero volver a la observación de la estela. Ucrania ha entrado en Rusia y, aunque no sea mucho decir, ha ocupado más territorio en una semana que el Ejército ruso en lo que va de año. El bombardeo de la retaguardia ya no es unidireccional, aunque el criminal ruso prefiera las ciudades mientras Kiev ataca las bases aéreas o las refinerías. El mar Negro –en realidad, solo su parte occidental tiene interés para Ucrania– ha sido completamente liberado. Los F-16 empezarán pronto a volar en Ucrania. Solo serán útiles si se les entrega el armamento apropiado y si se les autoriza a usarlo, pero la evolución de la guerra nos hace pensar que, aunque haya quien arrastre los pies, así terminará ocurriendo.

En el frente político, Ucrania ha aprobado nuevas leyes de movilización y puesto en pie de guerra a una incipiente, pero eficaz e innovadora industria militar. Narendra Modi, el primer ministro indio, acaba de visitar Kiev. El expresidente Trump, que ve las elecciones más comprometidas de lo que creía hace algunos meses, ha dejado de hacer guiños a un Putin que, obligado por las circunstancias, hace equilibrios en la cuerda floja para posicionarse como aliado de Teherán –la bicha, para Trump– sin ofender demasiado a Netanyahu ni al candidato norteamericano. La idea de que, con la ayuda de Tel Aviv y Washington, Ucrania termine convirtiéndose en el Israel de la Europa del este, seguro que se le ha pasado por la cabeza al dictador del Kremlin.

Si el enfermo ucraniano parece gozar de –relativamente– buena salud, ¿qué pasa en Rusia? El bombardeo masivo de ayer en Kiev vuelve a sugerir impotencia. Es, por cierto, la única noticia sobre la guerra que aparece hoy en la cabecera del Izvestia… lo cual, repetido infinidad de veces en el transcurso de la campaña, sugiere que, en realidad, ese es su principal objetivo. El Kremlin continúa con sus payasadas –la última, la amenaza de procesamiento de los corresponsales de guerra extranjeros en Kursk por «entrada ilegal» en el país– mientras, presionado por las circunstancias, Putin autoriza a sus barones a lanzar globos sonda para sugerir a la reticente opinión pública que el empleo de los reclutas en operaciones de combate no solo es razonable sino exigible para la defensa de la madre Patria. Una medida que cabe calificar de desesperada y que, de tomarse, tendría importantes repercusiones sociales.

Nadie puede predecir el futuro, pero sí observar el pasado. Si el dictador no mantiene su palabra de no emplear a los reclutas en su «operación especial», el goteo de bajas entre las filas de un servicio militar obligatorio que, en la corrupta Rusia, hace lo indecible para respetar a las élites sociales –recuerde el lector lo que ocurría en nuestras guerras de Cuba y África o, mucho después, en la propia Guerra del Vietnam– podría provocar las primeras grietas en los pies de barro de ese gigante que hoy aparenta ser el régimen de Putin.

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