Francia
La disyuntiva a la que se enfrenta Marine Le Pen para conservar su influencia
Deberá elegir entre mantener la línea populista actual o dejarse convencer por la «unión de las derechas» como le pide su aliado Eric Ciotti
«Hay un partido único. Se han elegido unos a otros. Todos han desertado entre sí, para acabar en el caos. Y nosotros somos la única oposición a este caos». Así, sin tapujos, se expresó Marine Le Pen ante la nube de micrófonos que la asolaba el pasado 26 de agosto en los jardines del Elíseo, tras ser recibida, junto con Jordan Bardella, por el presidente Emmanuel Macron. La líder natural de la Agrupación Nacional (RN), a través de esta declaración contundente, aprovechaba su rentrée política tras la pausa estival para ajustar cuentas con el grueso de la clase política que se coaligó contra ella entre las dos vueltas de las elecciones legislativas de hace dos meses. Más allá del desahogo, se situaba asimismo como la única alternativa solvente –en su opinión– frente a la confusión que caracteriza al tablero político francés en los últimos tiempos.
Pero con los 143 escaños obtenidos en julio, muchos menos de los que ella proyectaba, muchos más de los que cosechó en 2012, Le Pen no puede ceñirse únicamente a una enmienda a la totalidad al resto de la clase política. No puede limitar su discurso, como ya ha señalado, a decir que impulsará una moción de censura inmediata a un Gobierno integrado por ministros del Nuevo Frente Popular (NFP) o, simplemente, presidido por uno de ellos, pero con ministros tecnócratas. Los 143 diputados, pese a la sensación de ronco alarido que han dejado, le otorgan una importante fuerza parlamentaria que no puede malgastar mediante el bloqueo permanente.
Otra cosa, y podría ser su gran baza, es mantener una actitud de firme oposición al nuevo Gobierno –ya proceda del «bloque central» o, por el contrario, más escorado a la izquierda– pero con la suficiente sutileza como para poder presentarse como una opción creíble ante los votantes en junio de 2025, fecha probable de los próximos legislativas si, de aquí a entonces, Francia no alcanza un mínimo de estabilidad institucional y política; o en 2027, cuando se celebre la próxima elección presidencial, principal objetivo político –y casi vital– de Le Pen.
Para potenciarse, la líder de la Agrupación Nacional dispone de dos opciones estratégicas. La primer es mantener una línea estrictamente populista, aplicada ya desde hace varios años. Ha dado innegables réditos políticos a la Agrupación Nacional, pero también ha demostrado sus límites, o su techo de cristal, como se ha podido comprobar en julio. Proseguir en esta línea significaría, como ya se ha dicho con claridad, censurar de forma inmediata un Gobierno dominado por el NFP, o promovido por él y también a otro más moderado.
¿Pero, y si un ejecutivo claramente a la izquierda impulsa medidas económicas de corte antiliberal como la reinstauración del Impuesto sobre el Patrimonio o el aumento de la fiscalidad de sobre los beneficios empresariales más suculentos? Ambas medidas, o similares, también figuran en el programa de la Agrupación Nacional. Por otra parte, el sector en el partido lepenista que aboga por seguir con esa línea alega que el grueso de los nuevos diputados logró su escaño gracias a votantes populistas, es decir, que no se consideran ni de derechas ni de izquierdas.
La otra opción para Le Pen y Bardella consistiría en dejarse atraer por una estrategia de unión de las derechas, como la impulsada este fin de semana por Eric Ciotti, el todavía presidente de Los Republicanos, con el que la Agrupación Nacional constituyó una alianza circunstancial hace dos meses. Para Le Pen significaría renegarse de sí misma y de todo lo que lleva haciendo desde 2011. Pero quién sabe…