Israel y su frustración con la posición de España por la guerra en Gaza y el Líbano
Israel y, sobre todo, los israelíes experimentan sentimientos encontrados con España. Admiran la cultura, el idioma, la gastronomía y, en definitiva, nuestra forma de afrontar la vida. Sobre la gente destacan su alegría y amabilidad. Una forma de entender la realidad que se asemeja a la de los israelíes. Muchos jóvenes crecieron viendo telenovelas argentinas y aprendieron el idioma a través de sus diálogos. Pero su conexión con nuestro país viene de mucho más atrás. Una parte de la inmigración que llegó a Israel y fundó el país eran judíos sefardíes, que vivieron en la Península Ibérica hasta 1492 y tras ser expulsados se desperdigaron por el continente europeo, para terminar en la tierra prometida.
De hecho, en las calles del país hebreo aún se puede escuchar hablar el ladino o judeoespañol. Son muchos los puentes que unen a España e Israel; por eso en el país no entienden la postura del Gobierno sobre el conflicto en la franja de Gaza y el Líbano. Las posturas no podrían estar más enfrentadas. Para el Estado judío se trata de la guerra «más justa», tras el atentado terrorista de Hamás del 7 de octubre de 2023. Miles de milicianos de la organización terrorista palestina se infiltraron en el sur de Israel y mataron a sangre fría a más de 1.200 israelíes y tomaron como rehenes a 251, dejando a su paso solo devastación y horror. Israel respondió con toda su fuerza bélica y entró sin miramientos en Gaza. Tras más de 13 meses de guerra, los muertos en el enclave palestino superan los 44.000, según datos de Hamás.
Un día después de la masacre del 7-0, la milicia chií libanesa Hezbolá decidió abrir un segundo frente contra Israel en apoyo a Hamás y comenzó a lanzar cohetes contra el norte del país hebreo. El Ejército israelí, y tras casi un año de fuego cruzado con la milicia proiraní, inició una invasión «limitada» del sur del Líbano. Desde el 7 de octubre de 2023, las diferencias entre el Gobierno español y el israelí no han hecho más que crecer. El pasado mes de mayo, y a raíz del reconocimiento de Pedro Sánchez del Estado palestino, Israel llamó a consultas a su embajadora en Madrid, Rodica Radian-Gordon, y seis meses después siguen sin representación diplomática en España.
Si las relaciones entre ambos países se hubieran mantenido, este verano tendría que haber llegado a nuestro país el nuevo embajador de Israel, Zvi Vapni, quien previamente ha sido asesor de Política Exterior para la Oficina del Presidente israelí, Isaac Herzog. Pero su llegada a la legación diplomática en Madrid no se espera pronto. El último encontronazo ha sido fruto de la emisión de una orden de detención de la Corte Penal Internacional (CPI) contra Benjamin Netanyahu y su exministro de Defensa, Yoav Gallant. El Ministerio de Asuntos Exteriores español, con José Manuel Albares a la cabeza, aseguró que nuestro país cumplirá con la resolución de la CPI, mientras que otros países como Estados Unidos o Hungría rechazaron por completo la decisión del Tribunal de La Haya.
La Fuerza Provisional de las Naciones Unidas para el Líbano (Unifil), misión en la que están desplegados más de 600 soldados españoles, también ha provocado tensiones. Entre los estamentos militares israelíes acusan a los Cascos Azules de blanquear las acciones de Hezbolá en el sur del país del cedro. Un comandante de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI), en conversación con un reducido grupo de periodistas a escasos kilómetros de la Línea de División entre ambos países, insiste en que, a diferencia de los uniformados españoles, los alemanes sí derriban drones o artefactos lanzados por la milicia proiraní.
La desconfianza con respecto a España es evidente entre los mandos militares y funcionarios del Gobierno israelí, sentimiento que no se traduce a la calle. Una joven camarera, en un céntrico restaurante de Jerusalén, pregunta con curiosidad a los periodistas de dónde son cuando les escucha hablar. El grupo responde al unísono de España, la israelí, que rondará los 20 años, muestra una amplia sonrisa y trata de hacerse atender: «Me encanta». Confiesa que está aprendiendo español con Duolingo —una aplicación de móvil— y que le encantaría viajar a nuestro país algún día, cuando consiga ahorrar algo de dinero.