Así queda Oriente Medio después de la tregua en el Líbano
Hezbolá está derrotada, pero Israel no puede llevar mucho más lejos su victoria. No es lo mismo el Líbano que Gaza
Un año largo después de que, siguiendo órdenes de Teherán, Hezbolá diera comienzo a su campaña de lanzamiento de cohetes contra Israel para tratar de abrir un segundo frente que redujera la presión sobre sus aliados de Hamás en Gaza, ha llegado la tregua al Líbano. Una tregua impuesta por la fuerza por Israel, que consigue un importante objetivo estratégico —desacoplar la guerra de Gaza del teatro libanés— en detrimento de Irán y de la propia Hezbolá. Así pues, y al contrario de lo que ocurrió en la Segunda Guerra de Gaza, este tercer enfrentamiento tiene un vencedor claro.
Como suele ocurrir en todas las guerras, la tregua de 60 días que acaba de comenzar dará lugar a disputas, acusaciones mutuas y represalias militares. Sin embargo, es muy probable que termine cuajando por las mismas razones por las que se ha acordado: Hezbolá está derrotada, pero Israel no puede llevar mucho más lejos su victoria. No es lo mismo el Líbano que Gaza. Y aunque muchas de las diferencias políticas entre ambos escenarios podrían obviarse, la geografía —la franja de Gaza está casi completamente cercada por Israel y el Líbano, mucho más grande y poblado, tiene una extensa frontera con Siria— está ahí y eso es algo que la especie humana no ha aprendido a cambiar.
¿En qué cambia la tregua recién acordada la situación estratégica en Oriente Medio? Hamás, aislado, está más vulnerable que nunca. Ha perdido su guerra, pero no ha desaparecido de la Franja ni, mucho menos, del corazón de muchos palestinos. ¿Reconocerá Hamás su derrota y permitirá que Israel consiga sus objetivos de guerra? Probablemente no, al menos mientras tenga rehenes con los que protegerse.
Con todo, el nivel de violencia en la franja disminuye cada día. La guerra allí se apaga poco a poco y donde hay que poner la atención estos días es en Irán. ¿Se dará el líder supremo Jamenei por vencido? Contento no estará. Por cálculo o por impotencia, no ha respondido a la última salva de misiles israelíes. Siempre puede pensar que el resultado de los enfrentamientos directos —un teórico empate a dos que deja a salvo su programa nuclear— no es necesariamente malo para haber jugado en la primera división. Sin embargo, la derrota de Hezbolá es en buena parte la suya propia, aunque todavía tenga al resto de los sicarios del Eje de la Resistencia fingiendo que, amparados por la distancia que les separa de su enemigo jurado, pueden sostener el tipo frente a Israel.
El refuerzo de la disuasión
Mientras Jamenei rumia su derrota, sus científicos continúan trabajando en su programa nuclear. Con independencia de que Irán lo acabe completando con éxito —algo que me parece inevitable y que quizá le haga comportarse más responsablemente que hasta ahora— lo cierto es que, a lo largo de esta ronda de enfrentamientos, Israel ha conseguido fortalecer su mejor escudo: la disuasión.
El regusto que dejan las acciones del Ejército Israelí en el último año es diferente del de ocasiones anteriores. Es probable que sus éxitos en el campo de batalla, aunque no sean completos y aunque se pueda y se deba criticar alguno de los métodos empleados —es difícil negar que Netanyahu haya utilizado el acceso a la ayuda humanitaria como medida de presión contra la población palestina, y eso está prohibido por los Convenios de Ginebra— le permitirán reanudar las negociaciones con el mundo árabe desde una posición de fuerza.
Como principal borrón a la gestión de este conflicto, se habrá aplazado muchos años cualquier posibilidad de resolver el problema palestino. Derrotado Hamás, alguien recogerá el testigo y atizará las brasas de esta guerra para comenzar, a su debido tiempo, la que será Cuarta Guerra de Gaza. Sin embargo, hay que ser realistas. Después de lo ocurrido el 7 de octubre del año pasado, nadie puede pedir al Gobierno israelí —muy criticado por sus propias bases por aceptar la tregua en el Líbano— que muestre la generosidad con el vencido que podría contribuir a poner fin a un enfrentamiento tanto tiempo enconado. Seguramente habrá que esperar décadas para que Tel Aviv acepte siquiera discutir la creación de un estado palestino.
La visión desde España
Para España, quizá lo mejor de la tregua sea que, al menos temporalmente, dejaremos de oír a muchos de los agoreros que pronosticaban que en el Oriente Medio nacería la chispa que iba a provocar la Tercera Guerra Mundial. No a todos, claro —están los rusoplanistas, que pronostican que será en Ucrania donde la humanidad firme su sentencia de muerte— ni, por desgracia, por mucho tiempo. Inmunes a la crítica, los falsos profetas volverán pronto con sus lamentaciones y, como la verdad ya no se lleva, les volveremos a dar voz sin pasarles factura por haberse anunciado el apocalipsis una y mil veces.
¿Y lo peor de la tregua? Aunque el mundo sea hoy un poco mejor que ayer, el acuerdo propiciado por los EE.UU. nos deja a muchos españoles la sensación de que, una vez más, nos hemos equivocado de bando. El ministro Albares ha valorado la tregua como «una buena noticia para la paz y seguridad». Y lo es. Pero solo hace dos meses —el pasado 1 de octubre, cuando comenzó la «incursión limitada» que Israel anunció en el sur del Líbano, y a la que se atuvo en todo momento— el ministro había mostrado su «preocupación máxima» por «la escalada y extensión del conflicto en Oriente Medio al Líbano». Olvidó entonces decir que la extensión del conflicto había sido buscada y provocada por Hezbolá. Y, si se me permite la redundancia, no creo que ni el Gobierno ni el pueblo israelíes olviden fácilmente ese olvido.