Ucrania: una guerra 'woke', pero solo en Occidente
No es nada nuevo que Rusia y Occidente veten el acceso a los medios del otro. De hecho, las actividades de radiodifusión del Izvestia han sido prohibidas por la Unión Europea hace ya algunos meses. Sin embargo, en este caso, parece que fue Rusia la que restringió temporalmente el acceso a su propia prensa doméstica
Hace algunos años, el director editorial de la BBC se dirigió a la Cámara de los Lores para tranquilizarles sobre un asunto de importancia capital: a partir de entonces, y en aras de la imparcialidad, los terraplanistas tendrían derecho a exponer sus teorías en la cadena pública británica. Desde luego, se les concedería menos tiempo de emisión que a los que defendían que la tierra es redonda… pero no porque estos últimos tuvieran la razón sino porque eran más.
Dirá el lector que tal estupidez es una de las señas de identidad de la BBC, tan woke ella –desde antes de que se inventara el término– que se siente obligada a dar voz a las minorías que dicen que está lloviendo aunque baste mirar por la ventana para comprobar que no es así. Sin embargo, soy de la opinión de que esa relativización de la verdad que va implícita en la ideología woke es un mal que va mucho más allá de las islas británicas. Para demostrarlo, basta escuchar las declaraciones a los medios de personajes como Miguel Bosé o –para qué negarlo– algunos de los militares rusoplanistas que defienden a Vladimir Putin desde tribunas españolas. ¡Ojalá fuera solo la BBC la que confunde el inalienable derecho de opinión con la barra libre para difundir hechos –que no opiniones– demostrablemente falsos!
En la España de hoy, en la que la verdad también parece haber perdido todo su valor –dejaré la política para los columnistas de El Debate, pero echo de menos aquel «¿tu verdad? No, la verdad», de Antonio Machado– no faltan los medios que, quizá para demostrar imparcialidad, se ponen al servicio de las campañas desinformativas del Kremlin sin poner de su parte una pizca del sentido crítico que se espera de quienes tienen la responsabilidad de informarnos.
Los «ataques de represalia»
Permita el lector un sencillo ejemplo. Recientemente hemos podido leer multitud de titulares que nos informaban de que Putin había bombardeado la infraestructura energética ucraniana en represalia por el empleo de misiles ATACMS en territorio ruso. Unos días más tarde, un periódico de amplia difusión nacional publicó un titular que firmaría el mismísimo Dmitri Peskov, el portavoz de Putin: «Rusia golpea Kiev con misiles hipersónicos como represalia por el atentado en Moscú contra su jefe de la fuerza nuclear».
Eso es, efectivamente, lo que el dictador del Kremlin quiere que creamos –el Komsomólskaya Pravda, el diario ruso de mayor tirada, publica hoy que el misil Oréshnik es «una nueva y formidable arma de represalia, aterradora»– y está bien que nuestros medios den fe de sus intoxicaciones. Pero rara vez se añade a las noticias el necesario contexto. El hecho es claro, el por qué es opinable, y publicar en titulares la opinión de Moscú es como encabezar la noticia de una violación con el pretexto del criminal: «Un hombre viola a una mujer porque ella le había provocado». No hace falta ser woke para que a uno le repugne un titular así.
Cuando veo los ataques a ciudades ucranianas frívolamente calificados como represalias, me pregunto si el redactor habrá tenido presente que Rusia lleva bombardeando sistemáticamente los mismos objetivos desde el primer invierno de la guerra, mucho antes de que Ucrania siquiera soñara con tener misiles ATACMS, mucho antes de la muerte de Igor Kirillov. ¿Represalia de qué? ¿No sería más justo encabezar las líneas con el hecho: «Rusia vuelve a golpear Kiev» e incluir, si se desea, la excusa de la represalia en el texto del artículo, donde puede atribuirse a quien proceda esa endeble justificación? Una justificación que, para más inri, contraviene uno de los protocolos de la Convención de Ginebra, cuyo artículo 51.6 no puede estar más claro: «Se prohíben los ataques dirigidos como represalias contra la población civil o las personas civiles.»
De represalia en represalia, el lector puede llegar a la conclusión de que la guerra de Ucrania es un enfrentamiento simétrico
¿Importa este matiz? Desde luego. Nadie publicaría que un violador golpeó a su víctima en la cara en represalia porque ella le había arañado el rostro. De represalia en represalia, el lector puede llegar a la conclusión de que la guerra de Ucrania es un enfrentamiento simétrico en el que ambos bandos comparten la culpa. De ahí a decir «que se arreglen entre ellos» hay un solo paso. Y ese paso es justo el que Putin desearía que diéramos.
La impenetrable defensa aérea rusa
Cambiemos de bando. Ucrania, como es lógico, también dispara. Otro titular que leemos frecuentemente es el de que el Ejército ruso ha repelido un ataque aéreo –ponga el lector el número de drones y misiles que le parezca oportuno– pero que «los restos de los aparatos derribados han provocado daños» en las instalaciones atacadas. Eso es lo que suele afirmar el Kremlin y, aunque los profesionales de la milicia podamos preguntarnos con cierta sorna cuál es entonces el alcance de las armas antiaéreas rusas, en España no tenemos censura de prensa. Publiquemos las declaraciones oficiales del Ministerio de Defensa ruso, pero como lo que son: versiones de parte, normalmente muy alejadas de los hechos. Cuando se escribe: «La defensa aérea rusa intercepta más de 40 drones ucranianos sobre distintas regiones del país» –copio el texto de una conocida agencia de prensa– estamos cometiendo el mismo error que si encabezáramos un artículo asegurando que «la tierra es plana» en lugar de reseñar que «un hombre dice que la tierra es plana».
Quienes seguimos la guerra de Ucrania sabemos bien el esfuerzo que hace el Kremlin para disimular cualquier posible éxito militar ucraniano. Por cómico que pueda parecer, cuando se ha producido un impacto de misil sobre el costado de uno de sus buques de guerra, los rusos –cuestión de perspectiva– han preferido presentarlo como el derribo del misil … ¿quizá por el costado del propio buque? Una técnica defensiva novedosa en verdad. Efectivamente, el misil atacante queda destruido tras el impacto, y todos tenemos derecho a elegir nuestros mensajes propagandísticos … pero, después de casi tres años de guerra, ¿aún queda alguien que no se haya dado cuenta de que esa es su estrategia de comunicación?
Con tácticas como estas, Putin, que ha fracasado al tratar de hacer pasar como una guerra justa la invasión de Ucrania, intenta –y a menudo lo consigue– emborronar el relato de la contienda para convertir una agresión en una riña de vecinos, un forcejeo de peones en el frente –del que, si El Debate tiene a bien publicarlo, daremos cuenta en un próximo artículo– en una marcha triunfal y una fea guerra de trincheras en una limpia operación especial.
La perspectiva rusa
En todas partes cuecen habas, dirá el lector. Sin embargo, no son las mismas habas. Propaganda hay en todas las guerras y en todos los bandos, pero no existe tolerancia alguna por la discrepancia en el otro lado del frente. Allí lo woke está prohibido, pero la represión de la discrepancia va mucho más allá de algunos de los excesos que nos molestan a muchos ciudadanos occidentales. Hace unos días, publiqué en El Debate un artículo sobre la mala vida que Putin da a los rusos, basado en algunas noticias recogidas del diario Izvestia. En particular, el texto que acompaño como copia de pantalla recuerda bastante a los duros tiempos del comunismo y dice mucho sobre el estado de la Rusia actual.
La noticia del Izvestia es, desde luego, útil para advertir a los rusos de lo que puede ocurrirles si cuestionan la guerra –delito grave en la Rusia de Putin– porque hay delatores –¿será la propia «visitante Victoria» uno de ellos?– hasta en los clubes nocturnos. Por eso se habrá publicado, Pero la advertencia es sumamente embarazosa si se publica en Occidente. Alguien podría pensar —–mismo, sin ir más lejos, y quizá también la mayoría de los lectores– que el apoyo popular de que presume Putin quizá se fundamente en la posibilidad de ser detenido en una discoteca y condenado a largas penas de prisión.
Puede que sea casualidad pero, a partir de la publicación del artículo, el acceso a Izvestia desde España se cortó durante varios días. Cada vez que trataba de abrir el enlace, la pantalla de mi ordenador me devolvía un mensaje muy poco amistoso: «iz.ru no está disponible. Parece que el propietario del sitio web ha prohibido el acceso desde su red actual». El lector escéptico haría bien en preguntarse si existe una relación de causa y efecto entre el artículo y el cierre, si de verdad es posible que en la amplia red de desinformación creada por Rusia en el exterior se preste atención a lo que se publica en la prensa española. Pero de esto último sí estoy seguro porque he podido leer, reproducidos con satisfacción en los periódicos del régimen, los comentarios publicados en diversos medios de nuestro país por algún exmilitar de conocidas tendencias prorrusas.
No es nada nuevo que Rusia y Occidente veten el acceso a los medios del otro. De hecho, las actividades de radiodifusión del Izvestia han sido prohibidas por la Unión Europea hace ya algunos meses. Sin embargo, en este caso, parece que fue Rusia la que restringió temporalmente el acceso a su propia prensa doméstica. Alguna razón habrá y, seguramente, nada tendrá que ver con la ideología woke.