El misil Oreshnik y los Santos Inocentes
Si el pueblo ruso pica el anzuelo –vaya usted a saber, porque cualquier crítica está severamente castigada– parece probable que en el futuro las amenazas nucleares del dictador, ya muy desprestigiadas por el constante abuso a lo largo de tres años, se conviertan en un «¡que te lanzo un Oreshnik!»
En la ingrata tarea –en mi caso autoimpuesta, así que no tengo motivos para quejarme– de predicar la cultura de defensa en nuestro país rara vez es posible complacer a todos. Pero hoy lo voy a intentar. Así, a los «haters» que siguen mis artículos en El Debate con más constancia y fidelidad que mis propios amigos les alegrará saber que me he pasado el día de Navidad en la cama, con alguno de esos virus estacionales que tanto nos molestan cuando nos vamos haciendo mayores.
Aprovechando la inactividad temporal, he leído los comentarios de los lectores a uno de mis artículos, en el que exponía 20 razones para no temer a Vladimir Putin. Es algo que había dejado de hacer hace mucho tiempo huyendo de la división de opiniones que provocan no mis opiniones –rara vez alguien se refiere a ellas– sino mi persona: unos me consideran malvado –en cualquiera de los términos que pueda emplearse para dar variedad a un concepto tan amplio como el del mal– y los otros incompetente. No sé a quien le daría yo la razón pero, entre tanta y tan merecida descalificación, había alguno que se quejaba de mis frecuentes críticas a los rusoplanistas.
¿Qué es un rusoplanista? Me parece razonable que haya españoles que admiren a la Rusia invencible y crean que, sin apenas esfuerzo –sus mejores divisiones están en reserva por si algún día hicieran falta– está derrotando a toda la Alianza Atlántica. Respeto también a quienes compadecen a la sufrida Rusia acosada por Occidente, obligada a invadir Ucrania por miedo a que la OTAN la emplee como cabeza de playa para llegar hasta Moscú. Después de todo, recuerdo bien lo que decía Harry el Sucio sobre las opiniones, que no reproduzco por respeto al lector.
Todo el mundo tiene derecho a una opinión, pero no a dos. Quienes, siguiendo las erráticas explicaciones que vienen de Moscú, fingen creer que la invencible Rusia ha invadido a Ucrania por miedo a la débil e incompetente OTAN –o un millar de contradicciones parecidas– esos son los rusoplanistas. ¿Bots o personas? Sinceramente creo que la distinción carece de importancia. En uno u otro caso, son la voz del Kremlin y hay que desenmascararlos como tales.
El extraño caso del misil Oreshnik
Con todo, hoy tengo cosas que contarles mucho más interesantes que mi quebrantada salud. Tengo la respuesta a una pregunta que creo que nos hacemos todos. Veamos: si Putin respondió cumplidamente al primer ataque de ATACMS en territorio ruso con uno de sus fabulosos Oreshnik, ¿por qué no ha hecho lo mismo en las siguientes ocasiones? ¿Es compasión –una virtud que pocos le reconocen al dictador del Kremlin– o es prudencia? ¿Será que no tiene más unidades de ese nuevo misil?
Pues, al parecer, no se trata de ninguna de esas cosas, sino de astucia. O al menos eso es lo que se pudo leer estos días en el diario de mayor difusión en Rusia, el Komsomólskaya Pravda.
Dice el periódico –para ser justo, debo explicar al lector no familiarizado que se trata de un medio que apuesta por la carta del sensacionalismo– que los occidentales siempre han tenido miedo al armamento nuclear ruso. Hasta ahí, por supuesto, nada que objetar; aunque, como hemos dicho, ese miedo no casa muy bien con la idea de que Rusia estuviera o vaya a estar en peligro de ser atacada por la Alianza Atlántica. Pero dejemos por ahora a un lado las contradicciones del régimen y centrémonos en el nuevo misil. Cito textualmente: «El 21 de noviembre, después del ataque con el misil balístico Oreshnik a las instalaciones del complejo militar-industrial en Dniepropetrovsk, todo cambió para peor». «Quedó claro para los guerreros occidentales» –continúa el diario– «que los búnkeres enterrados ya no servirían de nada, los arsenales nucleares no se conservarían en almacenes subterráneos… la defensa aérea, en la que ha confiado el Pentágono en las últimas décadas, también se ha vuelto inútil».
¿Otra vez? Se preguntarán los lectores con buena memoria. Sí, otra vez, porque ya habíamos oído lo mismo con el misil Sarmat y cosas aún más sorprendentes con el apocalíptico torpedo nuclear Poseidon. Pero no nos andemos por las ramas, que aún queda lo más sabroso de esta historia: «Oreshnik se lanzó en un momento en el que no había ningún avión de reconocimiento de la OTAN en el cielo y los satélites militares del Pentágono estaban en un ángulo desfavorable», Por eso, «la Inteligencia occidental no pudo detectar ni la trayectoria de vuelo, ni el ruido de las etapas de los motores ni la separación de las unidades de ataque».
El redactor –o quizá sería más acertado llamarle guionista de la historia– da, a partir de estas líneas, rienda suelta a la imaginación: «La OTAN estaba tan enojada por su incompetencia que se atrevió a cometer otra provocación el 11 de diciembre. Militantes ucranianos» –en Rusia, a los militares ucranianos suele negárseles la categoría de soldados– «lanzaron un ataque con seis misiles ATACMS contra un aeródromo militar en Tangarong. Sus estrategas abrigaban una tímida esperanza de que los rusos respondieran nuevamente con Oreshnik».
Obviamente, no había de ser así. Los astutos rusos, que lo tenían todo pensado, se divirtieron observando «cómo los satélites militares cambiaban de órbita, como se movía el paraguas antimisiles de la OTAN». Me intriga saber cómo visualizará el redactor ese hipotético «paraguas», pero vamos a lo importante: en algunos lugares de Ucrania, se detectó la presencia «de instructores extranjeros y estaciones de radar». Y aquí llega la jugada maestra: «En la noche del 13 de diciembre, destrozamos todos esos puntos con cientos de drones, Kalibr de alta precisión y abrimos los más interesantes con Khinzal (Daga en ruso). Así humilló una vez más nuestro Ministerio de Defensa a los generales del Pentágono».
En la prensa rusa más sensacionalista hay un empeño decidido en presumir de haber matado un montón de generales de la OTAN, por mucho que estén contados y no nos falte ninguno. También hay una enorme reticencia –y esto no afecta solo a la prensa sensacionalista– a mencionar a los soldados norcoreanos que combaten en Kursk. Pero, volviendo al artículo, el redactor le pone fin con una merecida nota de autocomplacencia: «'Hoy Oreshnik no está en el menú', se ríen nuestros científicos espaciales, que tienen muchos ases diferentes para cada juego de este tipo con el Pentágono». Lo de «estar en el menú», debe decirse, es un brillante juego de palabras con el significado de Oreshnik en ruso: avellana.
En la prensa rusa más sensacionalista hay un empeño decidido en presumir de haber matado un montón de generales de la OTAN, por mucho que estén contados y no nos falte ninguno
Los lectores que tengan alguna familiarización con la guerra de Ucrania, con la OTAN o con la defensa contra los misiles balísticos tienen derecho a preguntarse si no será todo esto una inocentada. No lo es. Repare el lector en que la noticia original es del 24 de diciembre. Pero, dado lo que se cuenta, me he dado el capricho de retrasar este comentario para que, si El Debate lo tiene a bien, llegue a ustedes en el Día de los Santos Inocentes.
¿Por qué esta es una buena noticia?
Con todo, hoy había comenzado el artículo diciendo que intentaría complacer a todos. ¿Por qué debería alegrarnos la no inocentada del Komsomólskaya Pravda? Porque, además de divertido, el artículo es una gran noticia para la humanidad. Tengo la sensación de que la ridícula historia que se nos cuenta, aprobada por el Kremlin como todo lo que se publica en Rusia, abre por fin un camino de salida razonable para las bravatas de Putin.
Si el pueblo ruso pica el anzuelo –vaya usted a saber, porque cualquier crítica está severamente castigada– parece probable que en el futuro las amenazas nucleares del dictador, ya muy desprestigiadas por el constante abuso a lo largo de tres años, se conviertan en un «¡que te lanzo un Oreshnik!». Puede que la cosa suene un poco cutre, como el «¡que te pego, leche!» de Ruiz Mateos, pero es mucho más barato que la amenaza nuclear en términos de estabilidad global. Y, si es así, todos viviremos un poco más felices.
¿Todos? Bueno, todos no. En realidad, nunca llueve a gusto de todos. ¿Qué van a decir ahora los heraldos del Juicio Final?.