Rosario Murillo, en lo más alto del poder con Ortega y en lo más bajo de la condición humana con sus crímenes
A «la Chayo», como la conocen en su familia y en Nicaragua, la vida se lo dio todo y ella lo convirtió en miseria, abusos, robos, expolio y saqueo. Su voracidad la llevó incluso a despojar a su padre, José Teódulo Murillo, de una finca donde se crio entre algodones

Rosario Murillo, vicepresidenta de Nicaragua
Después de años en la lucha consiguió su objeto de deseo: la presidencia de Nicaragua, aunque haya sido de aquella manera, de la manera que funciona Daniel Ortega, por las bravas, porque lo dice él, porque es un bien ganancial y porque la Constitución es un papel mojado que el dictador caribeño plancha y arruga a su conveniencia. Rosario Murillo ha llegado a lo más alto del poder y a lo más bajo de la condición humana.
La reiterada frase de Daniel Ortega se ha hecho realidad: «Aquí tenemos dos presidentes porque respetamos el principio de 50-50, aquí tenemos una copresidencia con la compañera Rosario», repetía una y otra vez en sus apariciones públicas.
El último cargo, que va implícito en la jefatura del Estado, ha sido su proclamación como jefa suprema del Ejército. Este, como el resto, los comparte con el viejo sandinista que pasó de defender la Biblia a encarcelar sacerdotes y cerrar iglesias. Rosario y Daniel o Daniel y Rosario se ven, en cuanto a compartir el poder, como la versión nicaragüense de los Reyes Católicos. Tanta monta, monta tanto. En el resto, sólo pueden ser identificados como un binomio de dictadores asesinos y torturadores en serie.
A «la Chayo», como la conocen en su familia y en Nicaragua, la vida se lo dio todo y ella lo convirtió en miseria, abusos, robos, expolio y saqueo. Su voracidad la llevó incluso a despojar a su padre, José Teódulo Murillo, de una finca donde se crio entre algodones hasta que la familia la mandó a Europa a que tuviera una formación como dios manda. Entonces era una muchacha religiosa, con fama de encantadora, pero a su vuelta sus hermanas y sus padres descubrieron a otra persona: una mujer enamorada y endemoniada por los psicotrópicos, la brujería y el tarot. De títulos académicos internacionales, nada de nada.La violación de su hija por Daniel Ortega
La metamorfosis de La Chayo, apelativo que detesta, se produjo por fuera y por dentro de un cuerpo que envejece con cicatrices hechas por ella misma. La más profunda, aunque no lo sepa, quizás sea el recuerdo del encubrimiento de su marido cuando violó, de forma sistemática y desde los 11 años, a Zoilamérica Narváez Murillo, su propia hija, de un primer matrimonio (tuvo cuatro parejas). Hasta su hermana le advirtió de lo que sucedía, pero aun así ella lo negó todo, dijo sentir «vergüenza», defendió a Daniel Ortega y maldijo a su hija abusada que tuvo que exiliarse por temor a perder la vida.
300 muertos lleva a la espalda tras las revueltas de 2018
Aquel episodio la perseguirá hasta la tumba, allá donde sea enterrada o incinerada, como los 300 muertos que lleva a la espalda tras las revueltas de 2018, donde los nicaragüenses se echaron a la calle a decir basta a un régimen que no les deja ni respirar para poder hablar con libertad. Estados Unidos tomó buena nota y le impuso sanciones por corrupta y responsable de atropellos y violaciones contra los derechos humanos.
Soberbia y segura de sí misma, «no le gusta que le contradigan, toma sus decisiones y es vengativa, rencorosa y muy enérgica», declaraba a la cadena británica BBC Fabián Medina, autor de una biografía no autorizada de Ortega.
La revolución sandinista fue la cuna en la que se meció el amor salvaje de la pareja. Sus respectivos «compañeros» callaron siempre y no hubo una queja en público. El miedo a las represalias pudo más que el despecho o el dolor de que los hijos propios de otra relación asumieran el apellido de Ortega.
La «bruja» que escribía versos en 1973, tras la muerte de su hijo en el terremoto de Managua y presumía de ser maestra, no suele mencionar su vida privada ni a la descendencia que trata como una camada de escaso valor. Hay dos excepciones entre sus diez hijos, según los observadores del devenir sin rumbo de Nicaragua. Laureano, el tenor frustrado de su madre y Juan Carlos al que considera la reencarnación de Sandino.
«Gabriela» «Carolina» o «Berenice Valdemar», que son algunos de sus nombres de guerra cuando se adentró en la resistencia durante la dictadura de Anastasio Somoza ha ocupado todos los cargos que ha tenido a su alcance: diputada, coordinadora del Consejo de Comunicación Ciudadana y Ciudadanía de Nicaragüa, primera dama, vicepresidenta y ahora copresidenta y jefa suprema del Ejército. Aun así, insiste en cansar a los nicaragüenses con un programa diario, al estilo Aló presidente que inventó Hugo Chávez.
Hoy y siempre la jefa suprema, con sus collares y sus anillos de fantasía esotérica, estará perseguida por la realidad: los abusos y violaciones a la población cometidos de la mano con Daniel Ortega. Ella, que proclama y preside la Fundación para la Promoción del Amor, es, en verdad, la más cruel de todas, la peor.