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El Debate en América

Y llegó Allende: una guerra civil no armada en Chile

El deseo de Allende de un cambio estructural en Chile se vio frustrado en una propuesta fallida de constitución el año pasado, pero el actual Gobierno de Gabriel Boric no deja de anhelar dicho cambio

En Chile, en el mes de febrero, habitualmente no ocurren mayores novedades en los diversos ámbitos de la sociedad.

Sin embargo, en febrero de 1973, dado el clima de «guerra civil no armada», expresión utilizada por Mario Góngora, en su ya clásico, Ensayo histórico sobre la noción de estado en Chile en los siglos XIX y XX; no era posible que albergara la paz y tranquilidad estival.

A modo de ejemplo, algunos hechos que revelan el ambiente de «guerra civil no armada»: El 8 de febrero, el niño Oscar Pineda (ocho años), fue asesinado por violentistas marxistas que asaltaron la sede del opositor Partido Nacional.

El día 15, el candidato Arturo Frei recibió un balazo en el cráneo durante una proclamación de su candidatura en la comuna de Chiguayante.

El día 17 el candidato Eugenio Velasco del PIR, fue atacado y herido con arma blanca por simpatizantes de la Unidad Popular, mientras realizaba campaña política en la ciudad de Talca.

El día 19, el militante de la juventud democratacristiana Jaime Contreras Iglesias, que pasaba frente a la sede del PC de una comuna de Santiago, fue asesinado de un balazo.

El día 27, diez carabineros resultaron heridos en el asalto al cuartel policial de Llanquihue, por militantes del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR).

El 16 de febrero, como se lee en un diario de la época, ni siquiera el Festival de la Canción de Viña del Mar; evento musical y de espectáculo más importante del país, escapaba al clima de violencia política.

«No era una noche normal para el Festival de Viña del Mar. La Quinta Vergara se encontraba repleta de un público tenso, que esperaba la aparición en el escenario de un conjunto particular. Porque era la primera vez en la historia del Festival de la Canción que un conjunto comprometido con el pueblo y la revolución cantaría allí».

El conjunto comprometido con el pueblo y la revolución era el grupo Quilapayún. «Fue tal el clima de violencia, donde hubo incluso pugilatos entre regidores, intentos de incendio y otras yerbas, que lisa y llanamente, los ediles acordaron no efectuar la final folklórica y se limitaron a proclamar a los ganadores en privado».

El cuadro descrito, se enmarca en una campaña electoral en orden a las elecciones parlamentarias de marzo. Así, pues, el 20 de febrero, el ministerio del Interior informa que los distintos enfrentamientos preelectorales, han dado un saldo de 67 personas detenidas, 4 asesinadas y 120 heridos.

Altamirano: la conquista plena del poder

En febrero de 1973, Carlos Altamirano, secretario general del Partido Socialista, hacía campaña para la reelección como Senador con el apoyo, hasta ese momento, del Partido Socialista y del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), Organización de Izquierda Cristiana y el Movimiento Cristianos por el Socialismo.

El lema principal de la campaña era: «A la conquista plena del poder por los trabajadores». Lema que iba acompañado de otros como, «avanzar sin trazar» o «no devolveremos ninguna industria».

En una entrevista, ante la pregunta de la periodista en relación al papel que atribuye a las elecciones de marzo, Altamirano responde que: «La lucha del Pueblo por la conquista del poder se compone de muchos combates y se desarrolla en varios frentes. La elección parlamentaria de marzo será un episodio más en la guerra de clases…».

El planteamiento de Altamirano, se enmarca en la llamada lucha de clases, momento del marxismo, que se encamina dentro del materialismo histórico al Estado socialista. Por eso, Altamirano refuerza la idea de que «el pueblo debe ganar en marzo un Parlamento para avanzar al socialismo».

«El pueblo debe demostrar que tiene fuerzas para avanzar hacia el socialismo y aplastar la contrarrevolución»

Más aún, «el pueblo debe demostrar que tiene fuerzas para avanzar hacia el socialismo y aplastar la contrarrevolución».

En consecuencia, ante la pregunta de «si en este proceso, un enfrentamiento le parece eventual, soslayable o ineludible. Ineludible», es la respuesta categórica de Altamirano; el enfrentamiento violento ocurrirá inevitablemente.

La idea de un enfrentamiento «ineludible», no era algo que se estuviera manifestando en las postrimerías del régimen; no, tal planteamiento estuvo presente desde el origen del Gobierno.

Así, pues, en diciembre de 1970, o sea, a un mes de acceder al poder, Altamirano afirmaba respecto de la inevitabilidad del enfrentamiento: «No me cabe duda de que en la medida que se radicalice el proceso por la construcción de una nueva sociedad en nuestro país, tendrá que venir un serio enfrentamiento entre las fuerzas conservadoras… y la que está pugnando por crear una nueva sociedad, liquidar el capitalismo…».

Más adelante dirá, «es difícil que una clase social entregue en forma gratuita el poder (…), por eso sin desearlo nosotros, tendrá que venir el enfrentamiento».

En Altamirano, las ideas del poder total y el enfrentamiento inevitable, estuvieron presentes en todos y cada uno de los discursos, cartas y entrevistas que protagonizó durante la campaña senatorial de mes de febrero de 1973.

Así, en uno de los discursos más importantes de Altamirano durante la campaña electoral, el 15 de febrero de 1973, después de hacer un detallado repaso de la situación del país, afirmó: «Así planteadas las cosas, marzo no constituye una consulta plebiscitaria. La revolución no se conquista mediante la suma de votos disímiles, sino mediante la lucha consciente y organizada de las masas tras una alternativa socialista de poder. Por eso hemos dicho que la revolución no está sometida a plebiscito».

Para confirmar lo anterior, recurre a su inspirador más fundamental: «Como lo afirmó Karl Marx, 'El sufragio da derecho a gobernar, no el poder de hacerlo'. Y, para explicitar el asunto, igual que octubre, marzo es para nosotros una nueva batalla en esta guerra de clases, en otro terreno y con otras características».

La abolición de la propiedad privada

Uno de los temas centrales de la campaña parlamentaria de febrero de 1973 fue la abolición de la propiedad privada de los medios de producción.

Tal como está expresado en el Manifiesto Comunista: «Lo que caracteriza al comunismo no es la abolición de la propiedad en general, sino la abolición del régimen de propiedad de la burguesía, de esta moderna institución de la propiedad privada burguesa, expresión última y la más acabada de ese régimen de producción y apropiación de lo producido que reposa sobre el antagonismo de dos clases, sobre la explotación de unos hombres por otros».

El programa de Gobierno de la Unidad Popular, contemplaba, fiel a su raigambre marxista, que «las fuerzas populares unidas buscan como objetivo central de su política reemplazar la actual estructura económica terminando con el poder del capital monopolista nacional y extranjero y del latifundio, para iniciar la construcción del socialismo».

Salvador Allende, en 1972, expresaba los avances del proceso de abolición de la propiedad privada de los medios de producción, para la instauración del Estado socialista.

«Un gran énfasis se ha dado en los primeros dieciocho meses de Gobierno a la construcción de la nueva economía, destinada a poner término al capital monopólico nacional y extranjero del latifundio, para iniciar la construcción del socialismo».

Luego, en el mismo discurso, Allende detallaba los avances de lo que Enrique Brahm G. ha llamado el proceso de socialización de la propiedad, en el texto Propiedad sin libertad: Chile 1925-1973.

En el primer año de Gobierno , se nacionalizaron las riquezas básicas como la minería del cobre, el hierro, el salitre y el yodo, el carbón, etcétera.

Se expropiaron 18 de los 26 bancos privados, nacionales y extranjeros. El comercio exterior se ha estatizado en un 85 % de las exportaciones. Se expropiaron diversas «empresa monopólicas», etcétera.

El Gobierno de la Unidad Popular llamó Área Social de la Economía al producto de los actos de requisición, intervención y expropiación de las empresas y nacionalización de las riquezas naturales.

Para llevar a cabo dichos actos se utilizaron lo que se denominó «resquicios legales», que tuvieron como autor relevante al socialista Eduardo Novoa. Se trataba de burlar la ley y encaminarse a «construir legalmente el Área Social».

Allende, el 9 de febrero de 1973, en un discurso, ante el Buró de la Internacional Socialista (BSI) que se reunió en Chile, rendía cuenta al proceso de abolición de la propiedad privada.

Después de exclamar, «yo soy marxista confeso (...), ahora nosotros sí marchamos muy claramente a construir el socialismo».

Para explicitar aquello, «hemos nacionalizado los monopolios en manos de del capital chileno y extranjero. Hemos expropiado cerca de cinco millones de hectáreas. En un solo día expropiamos 362 mil hectáreas. Al día siguiente expropiamos 370 mil hectáreas. Hemos nacionalizado el crédito (los bancos) y estamos controlando el comercio de importación y exportación».

«Hay gente que no entiende que no podrá entender nunca jamás»

Claro que el proceso revolucionario no está exento de penurias y sacrificios, «hay gente que no entiende que no podrá entender nunca jamás».

Dicho proceso persiste y avanza, «respetando valores humanos: no se mide por la falta de repuesto para un frigorífico o hay dificultades para carne de vacuno. Y, por último, a lo mejor tenemos que hacer pan, no solo de harina blanca».

Ya se advierte que, la abolición de la propiedad privada de los medios de producción en el proceso de tránsito al socialismo, provocará despojo y hambre.

Hay que decir, que ni el modo socialista, ni el liberal, de entender la propiedad privada, conducen a la paz social y el bien común, como ya tenemos suficiente evidencia histórica.

El Estado socialista

La campaña electoral de febrero de 1973, permitió delinear mejor el empeño de la Unidad Popular por instaurar un Estado socialista en Chile.

Dicho empeño implicaba un «cambio de régimen y del sistema; definimos al Gobierno, decía Allende ante sus compañeros del Buró, como un Gobierno de transición al socialismo, un Gobierno democrático, popular, antiimperialista y Revolucionario, para hacer los cambios estructurales de Chile en pluralismo, democracia y libertad».

En el discurso de Salvador Allende, del 10 de febrero de 1973, quedaba retratado de manera concreta en qué consistían los cambios estructurales ya anunciados en el programa de la Unidad Popular.

La cita es extensa pero vale la pena reproducirla: «El aparato judicial tiene que ser democratizado; el funcionamiento armónico del Estado debe estar garantizado aumentando la competencia del Tribunal Constitucional. El aparato económico debe ser reconstruido sobre las bases modernas y revolucionarias, donde la planificación democrática pueda ser una realidad y no solo un buen deseo; donde los sistemas financieros y tributarios estén al servicio de los intereses del pueblo y del desarrollo acelerado. El aparato administrativo tiene que acabar con el lastre de la centralización que esteriliza creando las regiones económico geográficas».

«El presidente de la República debe ser elegido al mismo tiempo que el Congreso. Debe poder disolver a éste una vez, durante su mandato. Debe reconocerles a la CUT (Central Unitaria de Trabajadores) y al pueblo, la iniciativa para poder proponer al Congreso proyectos de leyes».

«Tenemos que crear un Parlamento para el pueblo (una sola cámara). En una palabra, Chile necesita cambiar la estructura del Estado burgués, incapaz de ordenar nuestra vida colectiva y de permitir las grandes soluciones a los problemas de hoy».

¡Todo el poder para los trabajadores y el pueblo significa construir un nuevo orden institucional, significa crear un Estado Popular, democrático, nacional, antiimperialista y revolucionario!

«¡Todo el poder para los trabajadores y el pueblo significa construir un nuevo orden institucional, significa crear un Estado Popular, democrático, nacional, antiimperialista y revolucionario!».

La historia nos ha enseñado lo que ocurrió con esos sueños delirantes de la razón durante 40 años de regímenes totalitarios.

Sin embargo, los delirios de la razón, no cejan en el empeñó por instaurar el estado socialista, a través de la fuerza, el desprecio de la dignidad de la persona, la libertad, la justicia y la prosperidad material y espiritual. Ahí tenemos a Venezuela, Nicaragua, Cuba.

En Chile, la constitución propuesta el año pasado, que implicaba un cambio estructural a todo nivel, como era el deseo de Allende, no fue posible. No obstante, el Gobierno de Gabriel Boric, no deja de anhelar dicho cambio, para instalar lo que Juan Pablo II llamó, el régimen del mal.

  • Juan Carlos Aguilera P. es catedrático de Filosofía de la Universidad San Sebastián de Chile y fundador del Club Polites