La sociedad rusa, anclada en la nostalgia del pasado: los delirios de Putin
El futuro para Rusia está marcado por la incertidumbre, pero donde el componente democrático no se vislumbra
La prolongación de la actual situación por la invasión rusa a Ucrania y la crisis que deriva de ella, ha suscitado un especial interés por saber acerca de las poco conocidas circunstancias de la vida económica, social, política y cultural en la que se ha desarrollado la sociedad rusa en los últimos cien años.
El punto de partida es entender que la sociedad rusa se construyó en medio de una crisis social histórica, como una síntesis de tres modelos: el del imperio de los Zares y sus tradiciones, el político-represivo de la era estalinista y el de estímulo socioeconómico centrado en la producción y el consumo, pero no democrática, de la era post-stalinista, incluida la actual era de Vladimir Putin.
Más allá de sus virtudes y defectos, la sociedad rusa consiguió desarrollar el potencial sociocultural e intelectual del país, aunque básicamente en el ámbito técnico y de la industria militar, basándose en su producción petrolera y en la agricultura ucraniana. Sin embargo, la caída del imperio zarista en 1917, no significó la desaparición de su cultura personalista, autoritaria.
Por otra parte, la Unión Soviética y su «Estado Social» tampoco fue destruida totalmente, pese a los bruscos giros de las reformas que le siguieron.
Hoy, la sociedad rusa se debate en medio del auge petrolero y de políticas estatales que han profundizado los desequilibrios entre las capitales y las provincias, entre la añoranza de su pasado imperial, la resignada comodidad del estalinismo y la urgencia de un repotenciamiento sobre nuevas bases, pero no necesariamente democráticas, pues ese concepto nunca ha estado en el imaginario del pueblo ruso.
La sociedad rusa se debate en medio del auge petrolero y de políticas estatales que han profundizado los desequilibrios
Si bien la sociedad soviética desarrolló, instruyó e impuso de modo sistemático y forzado su modelo ideológico-político de humanismo comunista, al mismo tiempo reprimió severamente las iniciativas autónomas, alentándolas solo dentro de límites muy restringidos, creando una sociedad de rehenes capaces de cambiar la libertad por el orden.
Los resultados de esta distopía social fueron devastadores. El descontento de los ciudadanos respecto de las formas de actuar del Gobierno y su creciente desconfianza hacia la propaganda oficial pusieron en duda todos los elementos de la ideología dominante, inclusive los de carácter moral.
La situación era agravada por la falta de libertades civiles y políticas, así como por los efectos de una sociedad que alentaba motivaciones y orientaciones consumistas, pero que no era capaz de satisfacerlas.
El ciudadano soviético, agotado por el desorden cotidiano, el déficit de mercaderías y el control burocrático y represivo por parte del Estado, se convirtió en un consumidor frustrado que añoraba la independencia e identificaba, en su pensamiento, la libertad política y espiritual con la posibilidad de consumir sin límites y viajar.
Así pues, la sociedad soviética, con las represiones políticas, el hipercontrol social, la escasez económica, su baja productividad, la incompetencia burocrática de la dirigencia, su hipocresía y sus privilegios obscenos, el voluntarismo político, la desorganización cotidiana, la corrupción y la desigualdad creciente, especialmente de la mujer, funcionó en franca contradicción con el ideario humanista superior, proclamado por la propaganda oficial.
Hoy, años después del fin de la URSS, continúa en el pueblo ruso la añoranza de su pasado imperial, pero al mismo tiempo, del Estado social que desapareció junto con la URSS.
Cuando el país se recompuso del shock de los años 90 e ingresó en la era del «bienestar petrolero», resultó que las instituciones heredadas, habían sido considerablemente dañadas como consecuencia de la falta crónica de recursos y la mala administración. En la sociedad creció entonces el descontento con la educación, la medicina, la vivienda y la infraestructura urbana y casi todo lo demás.
La llamada «época de estabilidad» en el ámbito de la política social que le siguió, puso de manifiesto la contradictoria combinación de tendencias. Por un lado, una estrategia neoliberal de comercializar la esfera social, pero reduciendo los bienes accesibles y gratuitos a la población y, por otro lado, la realización de inversiones ocasionales pero importantes en aquellos sectores cuya situación despertaba el descontento de la población. El propio círculo vicioso.
Rusia sigue hoy con el rostro vuelto hacia el pasado glorioso de la Madre Rusia zarista
Sin embargo, el crecimiento actual de la economía rusa se sostiene en el aumento en el gasto en defensa, con mucha ayuda de China, los altos precios del petróleo y la notable adaptación de las empresas privadas rusas ante las nuevas realidades económicas creadas por las sanciones impuestas por occidente.
Así pues, Rusia sigue hoy con el rostro vuelto hacia el pasado glorioso de la Madre Rusia zarista, (los delirios de Putin), pero también y en particular, hacia el Estado social soviético. Hacia él dirigen sus pensamientos los rusos que viven día a día los resultados de reformas que restringen de manera constante el acceso a los bienes sociales y afectan su calidad de vida.
En consecuencia, el futuro para Rusia está marcado por la incertidumbre, pero donde el componente democrático no se vislumbra, tomando en cuenta el arrollador triunfo de Putin para un quinto mandato, por medio de un proceso electoral escandalosamente fraudulento.
El Gobierno de Putin parece no querer y, además, no tener como ocuparse de una sociedad que requiere decisiones económicas y de organización política que son necesarias, pero que resultan incompatibles con la filosofía y la esencia de la actual dirigencia, heredada del pasado, y que no tiene talante democrático.
Parece, también, que el mismo pueblo ruso así lo quiere.