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Mario Vargas Llosa, en una presentación literaria en el año 2010

Mario Vargas Llosa, en una presentación literaria en el año 2010Europa Press

Mario Vargas Llosa (1936-2025)

Recordando a Mario Vargas Llosa: su tesis doctoral, su disciplina y un chocolate en Valencia

Se va un magnífico escritor, un liberal convencido. Nos queda su obra, rica y variada. Y, para los que tuvimos la fortuna de ser sus amigos, el consuelo de su recuerdo

Mario Vargas Llosa
Nació en Arequipa (Perú) el 28 de marzo de 1936 y ha fallecido en Lima (Perú) el 13 de abril de 2025

Mario Vargas Llosa

Escritor

Escritor, académico de la RAE y de la Academia Francesa, su obra le sitúa entre los más importantes novelistas y ensayistas de los últimos 50 años. Fue distinguido, entre otros galardones, con el Premio Cervantes (1994) y el Premio Nobel (2010).

Con hondo dolor he recibido la triste noticia de la muerte de Mario Vargas Llosa, gran escritor y viejo amigo. Ha fallecido a los 89 años, en Lima, su tierra, junto a los suyos. En estos momentos, no me gusta recurrir a datos biográficos y bibliográficos, que están en cualquier repertorio: prefiero hilvanar algunos recuerdos personales. Ruego al lector que disculpe la aparente inmodestia de utilizar la primera persona.

El Premio Nobel de Literatura le consagró universalmente, pero también —me confesaba él— revolucionó su vida de escritor, la que siempre había querido tener, al añadir nuevos e ineludibles compromisos…

Mario Vargas Llosa y su familia durante la ceremonia del Premio Nobel 2010

Mario Vargas Llosa y su familia durante la ceremonia del Premio Nobel, en 2010GTRES

Desde cuarenta años antes, Vargas Llosa tenía un muy sólido prestigio como narrador: los relatos Los jefes y Los cachorros muestran ya una madurez realmente sorprendente; las novelas La ciudad y los perros (1963), La casa verde (1966) y Conversación en la catedral (1969) son ya verdaderas obras maestras, a las que no ha afectado la mordedura del tiempo.

Aparecieron estas obras cuando surgía el llamado boom de la novela hispanoamericana. Recuerdo muy bien el asombro y la admiración que nos produjeron a muchos lectores españoles estas obras, junto con las de García Márquez, Julio Cortázar, Rulfo, Onetti, Carlos Fuentes, Cabrera Infante…

Lo que unía a unos escritores tan dispares era el empeño de superar la vieja tradición de la novela hispanoamericana costumbrista, descriptiva, telúrica, incorporando técnicas tomadas de la gran novela de vanguardia: Proust, Faulkner, Musil, Virginia Woolf… Con brillante metáfora, resumía Carlos Fuentes que se trataba de llevar a la vez las riendas de dos caballos, el estético y el político.

En aquella España, no todos lo apreciaron, en el primer momento: bastantes escritores estaban presos en el realismo social y político, para oponerse al Régimen de Franco. Un grupo de críticos defendimos entonces a estos narradores hispanoamericanos: Joaquín Marco, Félix Grande, Rafael Conte, yo mismo… Lo han contado Marco y Jordi Gracia en el libro La llegada de los bárbaros.

A Vargas Llosa dediqué yo, en 1971, un capítulo de mi libro Introducción a la novela hispanoamericana actual. Al leerlo, me escribió, con agradecimiento. Desde entonces, hemos mantenido una ininterrumpida relación amistosa.

Mario Vargas Llosa y Andrés Amorós

Mario Vargas Llosa y Andrés AmorósCedida

Lo conocí personalmente cuando vino a la madrileña Facultad de Letras para defender su Tesis Doctoral, dirigida por Alonso Zamora Vicente, que estudiaba la estructura narrativa de García Márquez. Luego, como es sabido, les separó a los dos escritores la divergencia política: García Márquez siguió siempre fiel a Fidel Castro; Vargas Llosa evolucionó desde el izquierdismo juvenil hasta una firme creencia liberal. También les separó la anécdota de una pelea, que ha hecho correr ríos de tinta.

Un chocolate en Valencia

Personalmente, Mario ha sido siempre un gran seductor: guapo, educado, respetuoso con todo el mundo; hablaba con voz tenue y con gran brillantez. Tenía algo de esa herencia hispánica de un viejo caballero…

Recuerdo una vez que Rita Barberá les invitó a Mario y a Patricia a las Fallas. Yo les acompañé a los toros. A la salida, muertos de frío los tres, los llevé a una vieja chocolatería, con mesas de mármol, para que entraran en calor, tomando un chocolate. Por el camino, mientras admirábamos los monumentos falleros, la masa de admiradores lo acosaba: sin mostrar impaciencia, él charlaba con todos, atendía adecuadamente a todos… Así se ha comportado siempre Mario Vargas Llosa.

Declaró alguna vez que le hubiera gustado dedicarse algo más al teatro, pero no vivió ese ambiente. Hace poco he leído una preciosa conferencia suya sobre la poesía, a la que colocaba —como es lógico— en lo más alto de la literatura… Pero Mario ha sido siempre un novelista, un contador de historias.

¿Qué narradores le influyeron más? Por supuesto, Cervantes, como a cualquiera que no sea un ignorante. Al comienzo, Faulkner, por las técnicas narrativas renovadoras, los juegos con el espacio y el tiempo, la multiplicidad de perspectivas… Siempre, Flaubert. Les une a los dos el haber vivido la literatura como una orgía perpetua (ese es el título de su precioso libro sobre Madame Bovary).

La disciplina del escritor

Creía firmemente en el trabajo del escritor, le encocoraba el camelo de la inspiración y de las musas. Comenté con él lo que cuenta Flaubert en su Correspondencia: para escribir un nuevo libro, se había ido al campo; llevaba allí una vida monástica, con una dieta estricta; había prescindido de las mujeres y del alcohol; no veía a nadie; escribía todo el día. Al cabo de una semana, estaba muy satisfecho: había logrado escribir un par de páginas…

Sin llegar a esa manía perfeccionista, esa era la religión literaria de Vargas Llosa. Lo ilustro con una anécdota. Hace una infinidad de años, nos invitaron a él y a mí a Canarias, una semana, para dar conferencias y formar parte del jurado que fallaría un Premio de novela. Todo fue grato, salvo un detalle: pasaban los días y no nos daban los textos de las tres novelas finalistas, para leerlas. Llegado un momento, nos plantamos los dos y tuvieron que dárnoslos. Descubrimos pronto el secreto: con el aval de Mario, querían premiar a un amigo… Como ni él ni yo nos prestamos, el Premio quedó desierto.

Faltaba sólo un detalle: redactar un texto para comunicar que, a juicio del jurado, ninguna de las novelas presentadas tenían la categoría deseable, etcétera. Cuando me pasaron lo que habían escrito los organizadores, pedí que me lo dejaran y estuve un rato corrigiendo algunas cosas hasta que, a mi juicio, quedó aceptable. Mario me pidió entonces que se lo pasase y estuvo otro rato corrigiendo un texto que nadie sabría nunca quién lo habría redactado. Pensé entonces: eso es un escritor…

Mario Vargas pronuncia su discurso de ingreso en la Real Academia Española (RAE)

Mario Vargas pronuncia su discurso de ingreso en la Real Academia Española (RAE)Europa Press

También le impresionó e influyó mucho a Vargas Llosa una novela de caballerías de un autor valenciano, el Tirant lo Blanch, de Joanot Martorell. Para la edición que hizo el gran filólogo Martín de Riquer (catalán y patriota español, por cierto), escribió Mario una preciosa Carta de batalla, que luego amplió. Ese fue el tema de la última conferencia que yo le escuché, al tomar posesión como Académico de Honor de la Real Academia de Cultura Valenciana.

¿Qué le atrajo tanto a Vargas Llosa en esa novela de caballerías, aparentemente tan lejana de su mundo y de su estilo? La fantasía, la riqueza de episodios, la finura psicológica, el erotismo, el humor. En definitiva, él ha buscado siempre, en sus novelas, crear una representación de la realidad que no se quede en lo aparente, en el costumbrismo, sino que sea lo más amplia y compleja posible.

Por eso le interesaban tanto los grandes realistas: Galdós, Balzac, Dickens; también, los populares Víctor Hugo, Alejandro Dumas; el sensible miniaturista Azorín; los autores de novelas de aventuras y folletinescas…

Hay otra influencia que me parece evidente, aunque a algunos pueda sorprender (no es absurdo que un autor de menor categoría influya sobre otro, mucho más importante): la de Manuel Puig (Boquitas pintadas), con su humorística utilización del sentimentalismo popular y de la cursilería, algo que tanto le divertía a Vargas Llosa, en su madurez.

Defensor de la Tauromaquia

En los últimos años, he coincidido también con Mario en los toros. Le acompañé a varias corridas en Valencia, Bilbao y Madrid. Le animé a que escribiera sobre la Tauromaquia desde el punto de vista de la libertad; con ese artículo, ganó el Premio Manuel Ramírez, de periodismo taurino.

Cuando acudió a Sevilla, a recogerlo, descubrimos que no había visto ninguna tienta: Pepe Moya le invitó a una fiesta campera en la ganadería El Parralejo, en la que toreó Finito de Córdoba. A Patricia y a Mario les encantó descubrir ese mundo.

Tanto es así que, poco después, Enrique Ponce le invitó a su finca, Cetrina: allí, Mario Vargas Llosa se atrevió a dar unos capotazos a una becerra. (Publiqué yo las fotos de ese singular acontecimiento).

Me preguntó si valía la pena ver a un torero joven peruano que estaba empezando. Le contesté: «¡Sin duda!». Aquel joven era Andrés Roca Rey

Me contaba Mario la afición taurina de su familia; la leyenda de un viejo capote que —decían— había pertenecido a Juan Belmonte; cómo él mismo, de chico, igual que tantos otros, soñaba con ser torero…

Una tarde, en la Academia de Cine, me preguntó si valía la pena que acudiera a ver torear a un joven peruano que estaba empezando. Le contesté: «¡Sin duda!». A la semana siguiente, fue a verlo y le encantó. Aquel joven torero era Andrés Roca Rey, del que Mario se hizo partidario.

También le interesaba mucho la riqueza del lenguaje taurino. Una vez, en Las Ventas, vimos él y yo cómo un toro muy bravo acudía por segunda vez al caballo, a pesar del castigo que ya había recibido. Le comenté que eso es lo que canta en su soneto Miguel Hernández: «Como el toro, me crezco en el castigo…». Le encantó la metáfora y me dijo que la incorporaría a su escritura.

Ha publicado también Vargas Llosa algunos artículos, en defensa del arte de la Tauromaquia. Entre otras cosas, afirma que «la fiesta de los toros representa una forma de alimento espiritual y emotivo tan intenso y enriquecedor como un concierto de Beethoven, una comedia de Shakespeare o un poema de César Vallejo».

Concluye, con rotundidad: «Prohibir las corridas, además de un agravio a la libertad, es también jugar a las mentiras, negarse a ver a cara descubierta aquella verdad que es inseparable de la condición humana: que la muerte ronda siempre a la vida y termina siempre por derrotarla».

Enrique Ponce brinda un toro a Vargas Llosa en la Feria de San Isidro de 2014

Enrique Ponce brinda un toro a Vargas Llosa en la Feria de San Isidro de 2014EFE

Luego, con triste ironía, me comentó que había recibido muchos más anónimos insultantes por escribir defendiendo los toros que por su campaña electoral…

También la muerte ha terminado por derrotar a Mario Vargas Llosa, un magnífico escritor, un liberal convencido. Nos queda su obra, rica y variada. Y, para los que tuvimos la fortuna de ser sus amigos, el consuelo de su recuerdo.

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