A los insultos les ocurre lo mismo que a las fake news: que al que los escucha le gustaría que fueran verdad. Pero desde la antigüedad más clásica se sabe que la injuria desacredita más a quien la dice que a quien la sufre. En la política actual de España hay dos máquinas de insultar que no tienen precedentes y que han arrasado con la cortesía parlamentaria: Adriana Lastra e Irene Montero. Aconsejo al lector, si tiene tiempo y ganas, que acuda al libro de sesiones del Congreso de los Diputados para comprobar el caudal de ofensas, afrentas, denuestos e improperios que Adriana Lastra dedicó a la oposición en un debate parlamentario, en medio del confinamiento y del estado de excepción. Por no citar la retahíla de vituperios y mofas de Irene Montero a Mariano Rajoy. Por eso media España se quedó ayer asombrada cuando la refinada Lastra –cumbre intelectual de Occidente— mostró su sensibilidad ante lo que se dijo en el congreso del PP en Valencia. Para predicar, antes que hay que practicar. Para pedir educación y serenidad, antes hay que ofrecerla. Y Adriana no parece estar en la mejor situación para corregir a nadie, al menos en cuanto a exabruptos verbales se refiere. En mi tierra gallega, muy cerca de la suya asturiana, cuando alguien no está para dar ejemplo y menos para exigirlo a los demás, se suele decir que: falou Varela. Pues eso, habló Lastra.
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