El nepotismo de Sánchez
Qué más da. Los embajadores de carrera están obligados, por ley, a jubilarse el día que cumplen 70 años. Y qué. A Celaá se la puede nombrar con 72 años. A ver quién se atreve a protestar
Lo de este Gobierno se supera cada día. En verdad no paramos de mejorar. Ayer supimos que Su Sanchidad quiere que su nuevo representante ante Su Santidad –en realidad representaría al Rey, pero Sánchez no tiene ninguna duda de que le representaría a él y no a Felipe VI– ha de ser Isabel Celaá. Celaá le hizo a Sánchez una reforma educativa para acabar con la única ley de Educación aprobada e implantada por la derecha en toda la democracia española desde 1978; la de Wert retocada por Méndez de Vigo. Lo cierto es que cuando Isabel Celaá tenía que aplicar la reforma de aquella ley educativa, fue destituida y reemplazada por Pilar Alegría, de quien casi nadie sabía quién era. Pero, como es lógico, Su Sanchidad, sí: es su candidata a reemplazar a Javier Lambán, el socialista que preside la Diputación General de Aragón y al que no considera suficientemente adicto. Aún así, Celaá ameritaba para el sanchismo un pago a los servicios prestados, y este sanchismo lo encontró con facilidad en la carrera diplomática, donde ubica a los fieles con los que no sabe qué hacer. A Celaá le ha tocado la embajada ante la Santa Sede. ¿Qué méritos ha acumulado para ello? Ninguno. Es puritito nepotismo. Pero qué más da. Los embajadores de carrera están obligados, por ley, a jubilarse el día que cumplen 70 años. Y qué. A Celaá se la puede nombrar con 72 años. A ver quién se atreve a protestar.
La Embajada cerca de la Santa Sede es el sueño de todo diplomático español. Yo he tenido el privilegio de visitarla bajo tres embajadores. Carlos Abella, que sufrió uno de los acosos mediáticos más ignominiosos por parte de la canciller, que no era diplomática. El escándalo, relacionado con la Obra Pía, nunca pasó de las páginas de El País. El nombre de Abella quedó pulcro y fue designado Gentilhombre de Su Santidad por San Juan Pablo II.
Después la visité bajo Francisco Vázquez. Paco Vázquez fue embajador político, como Isabel Celaá, y eso da pie a otra disquisición. Los tres presidentes socialistas que ha tenido el Gobierno español han nombrado polémicos embajadores cerca de la Santa Sede. González nombró a Gonzalo Puente Ojea, un diplomático que dedicó largas horas de su tiempo libre a intentar demostrar la inexistencia de Dios. Yo creo que era un intelectual de cierta talla, por más equivocado que pudiera estar. La Santa Sede tardó en darle el plácet. Pero al fin fue y no pudo hacerlo peor allí.
Zapatero, el mejor de estos socialistas (tan solo en esta materia, claro), envió allí a Paco Vázquez, sospecho que por quitárselo de en medio y que no le generara problemas. Vázquez hizo una embajada ejemplar que, sospecho, acabó con su carrera en el PSOE.
En 2016 fue creado cardenal el arzobispo de Madrid, don Carlos Osoro, con el que tengo declarada una relación filial. Me invitó a la ceremonia en San Pedro el día 19 de noviembre y yo pedí al embajador español, Eduardo Gutiérrez Sáenz de Buruaga, que nos invitase a mi madre y a mí a la cena en su honor en la embajada. Eduardo me dijo que se lo consultaría al ministro de Exteriores, que debía aprobar la lista, y yo le dije que se ahorrara el esfuerzo. Que sabía que José Manuel García-Margallo jamás aprobaría nuestra inclusión en la cena. Tres días después me devolvió la llamada Gutiérrez, sin duda incómodo por mi respuesta anterior: «No te preocupes. Estáis invitados. Os ha puesto en su lista el cardenal Osoro y eso no tiene discusión». Añadamos a ello que Margallo fue destituido y el representante español en su creación como cardenal fue el ministro de Justicia Rafael Catalá. Todo fue un verdadero placer.
Una última consideración: este Gobierno lleva años violando un principio elemental de la diplomacia internacional: el secreto del plácet. No se difunde el nombre de ningún nuevo embajador hasta que el país ante el que se ha solicitado el plácet da su aprobación. Huelga decir que el Vaticano no lo ha dado todavía a la mujer que ha hecho lo indecible por acabar con la educación concertada en España, la que permite la educación católica a la mayoría de los españoles que la desean. Se crea así un problema para decir «no». Antes se decía «no» en secreto, sin que nadie supiese que se rechazaba un candidato. Ahora se crea un problema para decir «no» porque se sabe que se está rechazando un candidato que es público y notorio.
Pero hay un precedente con este Papa. En enero de 2015, el gobierno socialista de François Hollande solicitó el plácet para Laurent Stefanini, un diplomático católico francés, pero abiertamente homosexual. Nunca fue rechazado, pero tras cuatro meses esperando la concesión del plácet, la República Francesa comprendió que era mejor buscar un candidato alternativo o quedarse mucho tiempo esperando la aprobación. ¿Pasará lo mismo con Celaá?