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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Dos años de Sánchez

La llegada y consolidación del sanchismo es el triunfo de la 'fast food' política, de la falta de límites y de la mentira más grosera

Actualizada 04:22

Pedro Sánchez fue investido hace ya dos años, aunque parezca que fue hace un milenio por el grosero balance de penalidades que en tan escaso tiempo ha perpetrado, consentido o impulsado.

De aquel momento se recuerda la solemnidad con la que, cinco minutos después de comprometerse ante sus electores a no pactar jamás con Podemos ni con el separatismo, metió al primero en el Gobierno y sacó al segundo de la cárcel, indultando así al nacionalpopulismo y convirtiéndolo en la brújula de una España decadente.

A Sánchez debieron rematarlo sus propios compañeros que lo echaron, pero sin decir que lo hacían por haber intentado ya ese pacto tras dos derrotas contra el PP en seis meses. Aquel silencio de la vieja guardia horripilada por los tejemanejes del personaje le permitió resucitar con un mensaje seductor para la militancia socialista: todos los demás se habían rendido ante Rajoy, y sólo él representaba el ínclito «No es no».

El resto es historia: ganó las primarias gracias a unos pocos afiliados cerriles, prometiéndoles consultarles todo para despreciarles ya de por vida un segundo después, y pudo ejecutar el plan que siempre tuvo en mente.

Como nunca iba a ganar por méritos y votos propios y lo iban a echar, se echó en brazos de Iglesias, Otegi y Rufián, en un caso claro de fraude electoral al contradecir su mayor compromiso ante sus potenciales votantes.

Todo lo que ha pasado desde entonces responde a la mezcla de nihilismo e impudor que define a un personaje capaz de apelar a la decencia para justificar una moción de censura mientras publicaba una tesis plagiada para obtener el título de doctor.

La promoción personal de Sánchez, a cualquier precio, es la metáfora del sanchismo como un modus operandi que justifica un único fin por cualquier medio. Pero la tolerancia ante el abuso sostenido, que lo empapa todo en una España afectada por seis plagas a la vez –la sanitaria, la económica, la institucional, la identitaria, la moral y la legal– demuestra también el triunfo de la comida basura, de la idea frívola, del discurso mentiroso, de la ausencia de límites y del resultadismo. Y la dificultad para explicarle a los niños eternos que somos en las sociedades modernas, blanditos y moldeables, la necesidad de una dieta intelectual sana frente al despliegue de sabrosos venenos para el alma que sirve un maestro de la fast food.

Por eso no es compatible estar muy preocupado por España, verla amenazada y alicaída, y a la vez no estar dispuesto a hacerlo todo por España. Algo falla en PP y VOX para que su evidente inquietud por casi todo sea muy elevada, pero no tanto como el deseo recíproco de ponerse zancadillas, saludadas por Sánchez mientras acaricia un gato.

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