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HorizonteRamón Pérez-Maura

El verdadero Me too

La inmensa mayoría de las mujeres que pasaron por las casas de Epstein volvieron una segunda y una tercera y una cuarta vez. O más. Cobrando cada una de ellas una cantidad sustancial –para sus bolsillos– por los actos sexuales en los que habían participado. La primera vez pudieron ir engañadas. La segunda, no

Actualizada 04:07

Ella es una mujer que ronda la cuarentena, periodista, soltera, progresista (es decir, lo que toda la vida fue ser de izquierdas). Ha quedado a comer con una íntima amiga de su difunta madre, todas ellas también de izquierdas, pero una de ellas bastante izquierda caviar.

Hablan de las novedades culturales, especialmente de libros. La periodista dedica mucho tiempo a la información sobre novedades literarias y su amiga lee al menos cinco o seis libros a la semana. Al hilo de una de las novedades, la periodista manifiesta su hartazgo con la campaña del Me too, con su mal planteamiento.

«A mí no me hace falta que nadie haga campañas para defenderme si alguien me ha tocado el culo. Si uno se propasa le largo un guantazo y se lo lleva puesto. Eso es una estupidez. Lo que de verdad debería preocupar a estos activistas es que en las empresas la retribución entre hombres y mujeres con igual responsabilidad sea idéntica. Yo llevo quince años en mi empresa, con diferentes responsabilidades, y sigo sin tener la misma retribución que mis compañeros masculinos». Y esta señora trabaja en una empresa que es probablemente la mayor abanderada del progresismo en España.

Es muy interesante ver el generoso respaldo que tienen las campañas del Me too, que consiguen que los medios de comunicación dediquen muchas horas a informar sobre comentarios supuestamente machistas o sobre acercamientos indebidos y olvidan elementos sustanciales del problema. O blanquean la actuación de algunas de las personas concernidas en el caso.

El Me too jugó un papel fundamental en la denuncia de las actividades sexuales del financiero Jeffrey Epstein. Lo menos que puede decirse de ese tipo es que era un depravado sexual. Cuando el pasado martes se conoció en Madrid el negocio de prostitución de menores que encabeza un cantante conocido como Samyol Fyly pensé que este degenerado es todavía mucho peor que el Epstein del Me too. Aunque sea un cantante penoso y sin un céntimo. Porque la inmensa mayoría de las mujeres que pasaron por las casas de Epstein y la también multimillonaria Ghislaine Maxwell, volvieron una segunda y una tercera y una cuarta vez. O más. Cobrando cada una de ellas una cantidad sustancial –para sus bolsillos– por los actos sexuales en los que habían participado. La primera vez pudieron ir engañadas. La segunda, no. Y eso se llama, simple y sencillamente, prostituirse. Y alguna de ellas, que cobró cientos de miles de dólares por su silencio, hace muchos años, quiere ahora sacar más dinero a un personaje internacionalmente conocido. Es decir, que se comporta como lo que demostró ser en su momento.

La hipocresía y la doble moral juegan un papel relevante en el Me too. Sería muy conveniente que todas las empresas que han ayudado financieramente a esa campaña tan impactante en el mundo entero y todos los medios de comunicación que jalean cada día a los activistas del Me too hagan pública su escala de retribuciones y demuestren que en sus empresas hombres y mujeres cobran exactamente lo mismo en cada categoría laboral. Y después, pueden denunciar.

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