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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Si Boris Johnson fuese Peter Sánchez

En una democracia como la británica nuestro presidente probablemente estaría en pantuflas en su piso desde hace tiempo

Actualizada 09:55

Los ingleses adoran a los excéntricos. A priori resulta paradójico, pues se trata de un pueblo que en cuanto divisa una cola se alinea de manera automática, con una colocación perfecta, insólita para una mirada latina. Tal vez ese gusto por la excentricidad opere como una vía de alivio frente a la contención emocional y el orden que allí imperan. Los raros, los bufones, los chiflados y los voceras les recuerdan además la añorada Merry England, la Inglaterra risueña –y probablemente soñada– del final del Medievo, una Arcadia pastoril que todavía palpita en las piezas de Shakespeare.

Boris Johnson, de 57 años, encaja en ese gusto por lo pintoresco. Sus humoradas, sus pelos disparados, sus ocurrencias políticamente incorrectas y su florida vida sentimental lo convirtieron en una suerte de estrella de rock de la política británica. Aunque llegó al mundo bajo el pomposo nombre de Boris de Pfeffel Johnson, durante lustros ha sido el único político británico conocido simplemente por su nombre de pila. Pero se equivocará quien contemple a Johnson solo como un bufón con suerte. Es cierto que tiene algo del carácter gamberro, mentiroso y despreocupado del gran humorista Falstaff. Pero bajo esa máscara carnavalesca se enmascara el ansia de poder del Príncipe Hal. Boris es un personaje muy complejo. El divorcio de sus padres en su infancia le dejó una honda herida emocional. Se trata de un solitario, que aunque parece jovial en realidad carece de amigos de verdad. Su ambición es enorme y toda su proyección pública atiende a un esmerado cálculo. No hay nada que no esté estudiado, desde los chistes hasta el cuidado despeinado de las greñas rubias (hoy ya de coloración de bote). Lo explicó muy bien en su día una de sus múltiples amantes, Petronella Wyatt, con la que siendo un joven diputado tory  bebía champaña y hacía que cantaba ópera en la trasera de los taxis negros de Londres.

Boris ha triunfado porque ofreció una ilusión nacionalista a un país que arrastra muchas disfunciones. Además, de paso, permitió al público echarse unas risas, lo cual en Inglaterra siempre se agradece (¿qué otro político habría hecho campaña por los feudos laboristas del Norte disfrazado de lechero y timbrando a las puertas a las siete de la mañana para dejar las botellas del día?).

Con su Brexit, su carisma y su oferta híper optimista de un futuro radiante, Boris se metió a los ingleses en el bolsillo. Pero el idilio está empezando a hacer agua. Los puntos débiles de este inteligente político son la desorganización, la irresponsabilidad, la ligereza en el manejo de sus asuntos personales y la afición a las trolas (aunque comparado con lo de nuestro Sánchez, lo suyo son pecados veniales). Boris está en apuros estos días por un incidente «very Boris». En pleno pico de la pandemia, mientras obligaba a la población a recluirse y reducir sus contactos, el primer ministro organizaba en el Número 10 una cuchipanda vinatera con su equipo de confianza. Ahora ha trascendido y se ha visto obligado a pedir perdón públicamente en la Cámara de los Comunes. El 56 % de los británicos creen que debe dimitir, según las últimas encuestas. Hay quien fabula incluso con un golpe palaciego de la bancada tory para destituirlo (mi apuesta es que no ocurrirá, porque el Partido Conservador es ante todo una máquina de poder y hoy no tienen caballo mejor para las urnas que Johnson).

¿Se imaginan que hubiesen pillado a Sánchez organizando unos vinillos en Moncloa con su equipo en pleno confinamiento? ¿Qué habría pasado en España? Pues nada. Informaciones de denuncia en los periódicos de derechas. Un par de respuestas despectivas del PSOE. El Orfeón Progresista clamando contra «la cacería de la ultraderecha al presidente». Y pelillos a la mar. Asunto olvidado.

Por desgracia, nuestra democracia no es todavía la inglesa. Sánchez ha sido tres veces condenado por el Tribunal Constitucional por sus abusos contra las libertades y derechos de los españoles durante el confinamiento. Ha mentido sobre las cifras de muertos en la pandemia, se ha inventado informes falsos para presumir de éxitos y se ha inhibido pasada la primera ola. Ha creado un puesto artificial de la nada para dar un buen empleo en la Administración a su mejor amigo, un arquitecto que había emigrado porque no encontraba trabajo. Ha colocado a hooligans del PSOE al frente de la Fiscalía y el CIS para que remen a favor de su figura. Ha arremetido contra la justicia independiente y ha provocado el exilio del Rey que trajo la democracia a España. Ha hecho un uso partidista de los aviones y helicópteros oficiales y ha incumplido las más elementales normas de transparencia. Los vinos de Boris Johnson resultan un chistecillo ante semejante palmarés. Con lo que lleva encima, el premier Peter Sánchez habría tenido que dimitir hace tiempo. Y es que hay cosas que la venerable democracia inglesa y el exigente público británico simplemente no consienten. Pero aquí, barra libre, siempre que las golfadas llevan vitola «progresista».

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