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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Los chavales necesitan trabajo, no limosna

El lugar de fomentar el empleo con una fiscalidad atractiva y facilidades para las empresas se opta por resignarse al fracaso y por el peronismo asistencial

Actualizada 09:14

Lo que mejor hacen los ingleses es venderse. Proyectan todo lo suyo con enorme encanto, lo que les confiere un poder blando que no se corresponde con su importancia a día de hoy. En realidad, el Reino Unido tiene mucho del sepulcro blanqueado. Es un país que no se ha modernizado lo suficiente, que permanece ensimismado en sus glorias pasadas. Allí, por ejemplo, no se ha estrenado todavía una línea de alta velocidad ferroviaria. La red wifi resulta mucho peor que la española, que es magnífica. Hasta el emblemático edificio del Parlamento de Westminster presenta goteras, ratoncillos y un cableado de la época de Jorge VI. En cierto modo ese palacio ofrece una metáfora del país: brillante por fuera, apolillado por dentro. Y sin embargo, la última cifra de paro del Reino Unido, en plena resaca del Brexit y zarandeado por ómicron, ha sido del 4,1 %, frente al sonrojante 14,1 % que padecemos en España. ¿Por qué?

La respuesta puede buscarse en la revolución thatcheriana, que laminó el poder anquilosante de los sindicatos y ofreció una fiscalidad atractiva a los inversores foráneos. Thatcher plantó un gran logo invisible sobre las islas, que venía a decir: el capital de todo el planeta es bienvenido. El dinero guiri le hizo caso y se mudó a Londres. Posteriormente, Blair, que de laborista solo tenía el nombre, mantuvo ese modelo abierto a los negocios, al igual que han hecho todos sus sucesores. El resultado es una economía de alma liberal, muy dinámica, que se lo pone fácil a los emprendedores y a los empleadores. De ahí su minúscula tasa del paro, triplicada por nuestro problema endémico de desempleo.

España abrió un poco su economía durante la etapa de Aznar. Pero la cabra ha vuelto al monte. Ha retornado a la senda paralizante del estatismo, el subsidio y la fiscalidad abrasiva. La reforma laboral en curso supone el enésimo ejemplo. Un Gobierno social-comunista parte siempre del apriorismo de contemplar a los empresarios como el enemigo, en lugar de intentar hacerles la vida sencilla, como los ingleses. ¿Quién lo paga? El empleo.

Tras los larguísimos meses con las economías al ralentí por la pandemia, en el planeta sobra liquidez. Hay mucho capital en busca de un destino. España podría proyectarse como un país lleno de atractivos. A sus encantos conocidos –luz, buena comida, seguridad, una maravillosa vida familiar y unas reservas inagotables de buen humor–, podrían sumar una fiscalidad razonable y facilidades para las empresas. Sería posible atraer inversión fácilmente y se reforzaría el empleo. Pero lo que proyectamos ahora mismo al mundo es exactamente lo opuesto: un Gobierno de socialistas coaligados con populistas de ultraizquierda. Un Ejecutivo que te va a tocar la zanfoña si te planteas venir a España a abrir una empresa. Y eso no vende por ahí fuera, por muy estupendos y mayestáticos que se nos pongan Pedro, Yoli y Nadia.

Epítome de este estado de cosas es que padecemos la segunda peor tasa de paro juvenil de la UE, alrededor del 30 %. ¿Y qué les ofrecen Pedro, Yoli y Nadia a esos chavales en el limbo? Subvenciones, cuando lo que necesitan es trabajo. Más anestesia, en lugar de curar al paciente atajando el problema en su raíz, que es que padecemos una economía demasiado envarada, que impide correr con toda su potencia a ese coche de buen motor que se llama España.

El «progresismo» del «escudo social» está castigando a los jóvenes con un paro insufrible y una losa de deuda pública elefantiásica, que empañará su futuro. Viven ya peor que sus padres. A cambio, Sánchez intenta comprar a esos chavales a los que machaca ofertándoles limosnillas, como un bono de alquiler durante dos años (exactamente, ¡oh casualidad!, el tiempo que falta para las elecciones). En lugar de liberalismo les dan peronismo. En lugar de dinamismo y esperanza les dan subvención y derrotismo. 

En resumen, y creo que estamos de acuerdo, hay que echarlos. Y no por nada, simplemente porque son unos paquetes gobernando. Boris, el de los vinos en el Número 10, tiene un paro del 4,1%. Pedro El Guapo, con toda su pompa y propaganda, del 14%. Ese es el tema y lo demás, milongas.

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