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Pecados capitalesMayte Alcaraz

La teta del Estado

Irene Montero es tan hipócrita que reivindica el simbolismo de las mamas como si fueran las nuevas pancartas del feminismo

Actualizada 02:58

Irene Montero se cree la nueva Beauvoir y realmente es un cruce de Belén Esteban y Ada Colau, con tantas lecturas a sus espaldas como años cotizados fuera del sector público. Es decir: entre cero y nada. Su nueva ordinariez es hacer suya una parte de una canción que aspiraba a Eurovisión, Ay, mamá, de Rigoberta Bandini, que se ha convertido en un himno feminista, o transfeminista, que diría la susodicha Montero.

La ministra-cláusula de Pablo Iglesias (en el contrato con Sánchez exigió que la que era su mujer entrara en el Gobierno; si no, no votaba su investidura) se ha preguntado en un acto electoral en León «por qué les dan tanto miedo nuestras tetas», parafraseando la canción de Bandini. Ella, que sabe muy bien a qué debe su silla en el Consejo de Ministros, se atribuye la defensa de las glándulas mamarias como si fuera el más poderoso argumento contra el machismo. Ella, que ha echado del paraíso feminista a todas las que no le votan (y si pudiera, las echaría de España), deposita la carga emancipadora en una parte de la anatomía que cuando las mujeres libres la enseñan o la sugieren, las tacha de objetos sexuales. Ella, que estigmatiza el cuerpo de la mujer, sermoneándonos sobre su sometimiento a los estereotipos publicitarios, se arroga ahora la taumaturgia de los pechos femeninos. 

Montero es tan hipócrita que reivindica el simbolismo de las mamas como si fueran las nuevas pancartas del feminismo, pero si la dejáramos nos uniformaría con hábitos de saco de estopa para evitar la sexualización, incurriendo en el paternalismo que ella dice combatir. Las activistas del nuevo feminismo son más de los trajes mao que de la autonomía femenina para vestir como le venga en gana. Como yo me crie en un hogar liberal, nadie me ha tenido nunca que decir si debo llevar esta o aquella prenda o lucir más o menos. Da igual si se llama Montero o se llama Zuckerberg, lo cierto es que los nuevos censores deciden hasta dónde el alcanfor comunista o la moralidad de los metatersos nos permiten enseñar. 

Sé que la publicidad gratuita es muy suculenta, pero si yo fuera Bandini me escamaría que los de Telecinco hayan usado mi trabajo para vender las penas de Rociíto. O que Rufián y Rita Maestre me voten. O que las rancias feministas de Podemos me manipulen en beneficio de sus eslóganes más vulgares. No es que yo tenga nada en contra de la canción Ay, mamá, que tiene una música pegadiza y una letra bonita, pero tenemos que resolver un enigma: si la autora del disco sostiene que es un homenaje a la maternidad, ¿qué hacen las defensoras del aborto manoseándolo?

Por segundo año consecutivo, en España mueren más personas que nacen. Ese sí que es un problema al que debería dedicarse la ministra de Igualdad. Porque a nuestras abuelas, a nuestras madres, o a nosotras mismas nos defienden más las políticas de fomento de la natalidad y de conciliación familiar, como las de Isabel Díaz Ayuso, que las soflamas feministas de Irene Montero que, en puridad, la única teta que defiende es la del Estado, de la que vive de cine.

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