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Un mundo felizJaume Vives

Mecánicos de la salud

Cuando voy al médico no busco a un mecánico de la salud, tampoco a un consultor, busco a alguien en quien poder confiar como si fuera un amigo

Actualizada 04:34

Por circunstancias familiares llevo una semana encerrado en un hospital comiendo techo y haciendo familia. Y esto me ha permitido pensar sobre algunas cosas que me gustaría exponer hoy aquí.

Ha sido una semana un tanto extraña, porque mientras la persona a la que amamos se estaba muriendo en la planta 13, el resto sólo podíamos acompañarla desde el vestíbulo del hospital. Y claro, todo lo que no sea cogerle la mano y darle un beso, es una distancia infinita, demasiado inhumana para ser legal.

Pero hoy quiero hablar de otro tema, y es de la necesidad de ir al médico sin el miedo con el que uno va al mecánico. Tenemos que poder ir al médico sin suspicacias, sin dudas, sin desconfianzas. Cuando vamos al médico le entregamos algo muy preciado: nuestra vida –o la de un ser querido–, y eso hay que entregarlo con mucha paz y con absoluta confianza.

Y a mí, con mi abuelo de 94 años fuerte como un roble y a punto de morir, me aterra recordar que hubo un tiempo, no hace mucho, en el que la comunidad médica asumió, sin despeinarse, que la vida de los mayores era menos plena y en la escala de prioridad de vidas a salvar, ellos ocupaban el último peldaño. Eran los últimos en recibir un respirador.

Me aterra que amigos médicos me digan que en algunas clínicas a veces aplican tratamientos peores a los pacientes de edad avanzada, o directamente no aplican tratamiento, porque interesa liberar camas, pero que tranquilo, porque si no hay necesidad de camas, tampoco hay necesidad de acelerar nada.

Me aterra que me digan que esté tranquilo porque en la privada no suelen ocurrir esas cosas, porque económicamente no supone un problema tener a un paciente anciano un mes en el hospital.

Me aterra cuando leo a médicos en redes que ponen en duda si hay que atender a pacientes no vacunados, o diciendo auténticas barbaridades sobre algunos de sus pacientes.

Me aterra que algunos hayan asumido que hay vidas que no son dignas de ser vividas y si el paciente quiere, se le pueda eutanasiar.

Me aterra tener que llamar a amigos míos médicos para pedir una segunda opinión sobre las decisiones de los médicos que me están tratando a mí o a los míos.

Me aterra que mis amigos médicos me expliquen que en la profesión se ha instaurado, a veces, una visión mercantilista, se han asumido modos de hacer inhumanos, y ni ellos descansan cuando sus familiares están hospitalizados, especialmente si son mayores o tienen determinadas enfermedades.

Y esto no es una enmienda a la totalidad, pero sí el miedo a un modo de hacer que veo cada vez más extendido y que la pandemia ha sacado a la luz.

No quiero que el médico tenga que ser amigo mío. Quiero poder confiar en él porque es médico, no porque es mi amigo. No quiero ir al médico con el miedo con el que voy al mecánico. Miedo a que no me diga lo que le pasa al coche, o me diga que le pasan más cosas de las que le pasan en realidad, o cosas distintas.

No quiero ver en él otro interés más que mi salud y la de los míos. Quiero saber que respetará en todo momento mi libertad, quiero saber que será muy claro con todo lo que haga y vea y que no me engañará aunque sea por lo que él considera mi propio bien.

No quiero que piense en camas, ni en años ni en rentabilidades. No quiero que piense en las piezas más baratas o en optimizar al máximo mi estancia en el hospital.

Cuando voy al médico no busco a un mecánico de la salud, tampoco a un consultor, busco a alguien en quien poder confiar como si fuera un amigo.

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