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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Asustan a los mayores y matan a los chavales

Los poderes públicos han dimitido de su obligación de cuidar a los ciudadanos: los mayores viven asustados de día y a los chavales los matan de noche

Actualizada 04:32

Un menor de 15 años murió el sábado por la noche en Madrid, asesinado a machetazos por una jauría. Y otro de 25 corrió el mismo infortunio en otra de las cinco peleas ocurridas en la capital de España o en Parla.

Los hechos coinciden con la difusión de otro dato estremecedor: en Barcelona la delincuencia ha subido un 10 por ciento en solo un año. Pasa con Colau, pero también con Almeida, y seguramente en cada ciudad de mediano y gran tamaño se repiten escenas parecidas.

Cada noche, desde luego, pero también a plena luz del día: los cincuentones vivimos con el alma en vilo, por nuestros padres mayores por las mañanas y por nuestros hijos joveznos al caer el sol. No es histeria.

Es que ahí fuera, en los barrios humildes que nunca pisan los que más hablan de «la calle» como si les quedara cerca de sus dachas en Galapagar, se ha degradado todo: aceras mugrientas, alcorques destrozados, contenedores rebosantes, orines y heces y un sinfín de trampas que los mayores esquivan como pueden ante la indiferencia de esos mismos ayuntamientos que les suben el IBI y han hecho del puesto de concejal el trabajo mejor remunerado en sus ciudades.

Podemos ser complacientes y temerosos o claros y decentes. Si optamos por la segunda opción, tendremos que decir lo que hay: una combinación de chusma y deterioro que de día asusta a los mayores y de noche mata a los chavales.

Y una dimisión sonrojante de los poderes públicos, concentrados en combatir enemigos imaginarios mientras los reales campan a sus anchas. Sean españoles o foráneos, menas o paisanos; es indiferente al lado de la impunidad con que operan y la tibieza que les replica.

Si lo que se persiguiera fueran sus comportamientos, sería indiferente el origen de cada uno ellos y solo variaría la naturaleza del castigo: la expulsión para el que no sea de aquí, la cárcel para el que lo sea.

Pero no se puede seguir negando la gravedad de un fenómeno que nace de la tolerancia al exceso «menor», al incivismo, la mala educación, al pequeño robo, a la ausencia de normas, a la tolerancia con el okupa y el bárbaro… y culmina en los delitos graves, las bandas organizadas y el crimen.

Barcelona lleva más tiempo soportando esa lacra porque tiene al frente a una negligente que alimenta problemas, desde su ceguera ideológica, que ella nunca padece. Pero el deterioro no es privativo de allí: ha llegado ya a Madrid y lo hará, si no lo ha hecho ya, a Sevilla, Valencia, Vigo o mi Alcalá de Henares, donde estas estampas denigrantes ya son de hecho habituales.

Si los politiquillos municipales al frente de costosos ejércitos de policías locales o barrenderos no sirven para frenar la versión menor del problema, esas microagresiones a la convivencia que tienen barra libre; los politiquillos nacionales con sus ejércitos de comisionados, altos cargos, diputados, directores generales y asesores de toda laya no valen para entender la magnitud del drama derivado del anterior y ponerle freno.

Están todos en guerras ficticias mientras, ahí fuera, las bajas de verdad se amontonan y las calles se transforman, poco a poco, en un infierno en la Tierra abandonado a su suerte.

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