Al PP le toca entenderse con naturalidad con Vox
Ambos necesitan cooperar para desalojar a la entente de socialistas, comunistas, separatistas y etarras que nos mangonea desde 2018
El PP debe ser el único partido del mundo que logrando superar en unas elecciones a la suma de socialistas, comunistas y liberales se desayuna al día siguiente con todo el debate público centrado en sus relaciones con una formación a su derecha. En parte les ha ocurrido por haberle puesto la proa a Vox de manera innecesaria.
La estrategia genovesa de desmarcarse precipitadamente de Vox no es exactamente el summum de la inteligencia táctica. Genera una polémica que hace luz de gas a su propia victoria electoral del 13-F. Además, supone un estupendo servicio a Sánchez, el gran derrotado en la jornada, que ve como sus apuros pasan a un segundo plano mediático opacados por los líos PP-Vox (cuando en realidad el resultado castellanoleonés supone otro indicio de que el sanchismo comienza a declinar).
Las televisiones de izquierdas, que son casi todas, la han gozado divagando ad infinitum sobre las cuitas de las derechas y sobre los riesgos de lo que llaman «la ultraderecha» entre aspavientos aterrados a lo Adriana Lastra. Esa cháchara apocalíptica les ha permitido esconder bajo la alfombra los tres datos relevantes del domingo: 1.- La derrota de un PSOE que hace tres años había ganado en Castilla y León. 2.- La flojera manifiesta de Podemos, que ya no tira. 3.- La evidente pérdida de fuelle electoral del sanchismo, que palmó en Madrid ante Ayuso y vuelve a hacerlo ahora frente a un candidato gris.
Génova parece necesitada de un poco de realpolitik, que diría Otto von Bismarck. El domingo, PP y Vox sumaron 590.000 votos y 44 escaños; frente a 423.000 papeletas y 29 procuradores de PSOE y Podemos, los partidos que gobiernan España en coalición. ¿Qué indican esas cifras? Pues que el bloque de derechas comienza a superar claramente al de izquierdas. ¿Y por qué es crucial ese dato? Pues porque dado que el actual líder del PP no carbura demasiado electoralmente, la suma de populares y Vox emerge como el único cauce para relevar en 2023 a la nociva entente del sanchismo.
Los castellanoleoneses han votado mayoritariamente a la derecha, pero repartiendo sus papeletas entre dos familias, la azul y la verde. Su mensaje es que deben entenderse para cerrar el paso a la izquierda. Por eso es poco realista y nada pragmático que Teodoro Egea, un político de simpatía menguante entre el público español, salga a primera hora del lunes a ponerse estupendo con Vox sin necesidad alguna. O que voces del entorno genovés, incluido el candidato Mañueco, dejen caer que incluso podrían recurrir al apoyo externo del PSOE. Coherencia, por favor: no se puede afirmar cada día que el sanchismo es Mordor y levantarse una mañana esgrimiendo la posibilidad de entenderse con él solo porque la alternativa es Vox.
Es verdad que azules y verdes se han zumbado muy duro. El PP ha recibido leña despectiva de Vox durante años, el famoso latiguillo de la «derechita cobarde» por parte de la que podría ser llamada la «derechita hiperventilada». A su vez, Vox también soportó en su día un durísimo ajuste de cuentas parlamentario de Casado. Es verdad que el PP marianista remoloneó a la hora de plantar cara al nacionalismo y que nunca quiso dar la batalla contra el rodillo sociocultural del mal llamado «progresismo». Es verdad que a Vox le sobra a veces su punto de gesticulación escénica (y ciertas teorías extravagantes). Pero hay una verdad superior a todas esas: si no se entienden, si no van de la mano, si sufrimos una legislatura más con Sánchez, España corre el riesgo de acabar convertida en una nación con sus hilvanes rotos, con una democracia de ínfima calidad y con una persecución a quienes discrepen del pensamiento obligatorio (Sánchez ha mostrado ya los peores instintos autoritarios; véase su golfa manipulación del CIS, o su pisoteo al Parlamento en el estado de alarma).
Si el PP contase con un líder de un carisma y tirón electoral sobresalientes podría tentar un alejamiento de Vox (véase lo ocurrido en Gran Bretaña, donde UKIP se acabó en cuanto los tories lograron una arrasadora mayoría absoluta merced al gancho popular de Boris). Pero no es el caso. Casado carece del empuje en las urnas que podrían aportar Ayuso o Feijóo (existe por ahí alguna encuesta que lo acredita). Así que solo podrá desbandar a Sánchez y llegar a la Moncloa de la mano de Vox, que se ha afianzado y está aquí para quedarse. Por eso el PP, en lugar de iniciar un nuevo psicodrama de la derecha, debe gobernar con Vox con naturalidad en Castilla y León. No pueden comprar e imitar los remilgos del «progresismo» ante el partido de Abascal. Hacerlo es caer en el discurso alarmista de la izquierda, que veta a Vox, pero que bendice encantada la insalubre alianza de Sánchez con los golpistas catalanes de 2017, los etarras y los comunistas (una de las dos ideologías más criminales de la historia). No se olvide, tenemos un presidente del Gobierno que ha comprado su legislatura con dos pagos inadmisibles y que no ha reconocido siquiera ante los españoles: el escandaloso indulto de Junqueras y sus cómplices -el precio que puso ERC- y la liberación de los sicarios etarras, el precio que puso Bildu, que están saliendo ya a la calle.
Al final la receta para el PP es la de siempre: realismo, sentido común, calma y luces largas.