Merci mon a...
Como consecuencia del sueño, el francés de Jaime Mayor se alteró. Le quiso decir: «Merci beaucoup, mon amí le ministre», y le salió un contundente «merci beaucoup, mon amour le ministre». No pudo recuperar el sueño
Jaime Mayor Oreja, además de un notable ministro del Interior en tiempos dificilísimos, es un gran español y un cristiano profundo. Nació y vivió siempre en San Sebastián. Sobrino de Marcelino Oreja. Hondas raíces donostiarras. Los guipuzcoanos, por la cercanía, son más dados a aprender el idioma francés que el inglés. Los vizcaínos de Guecho, –Las Arenas y Neguri– sueñan desde su esnobismo, como los argentinos, formar parte del ámbito lingüístico y costumbrista británico. Como dijo una señora muy conocida de Neguri al ser preguntada por la ubicación de su casa, «muy fácil encontrarla. Llegando de Inglaterra la segunda calle a la derecha».
Muy conocida y muy imbécil, por otra parte.
Ahora es muy sencillo. El ministro del Interior duerme sus ocho horitas, lo que no pudieron hacer ni Ascensión ni Rubalcaba ni Jaime Mayor ni Corcuera ni Acebes ni Rajoy. En cualquier tramo de la noche sonaba el teléfono por culpa de una mala noticia. La ETA agonizaba asesinando, secuestrando, y amenazando. José Antonio Ortega Lara estaba padeciendo la tortura del secuestro más largo y brutal en manos de los actuales socios de Pedro Sánchez, en el Treblinka de Mondragón. Y esos mismos socios, hoy favorecidos por indultos y acercamientos, asesinaban a Miguel Ángel Blanco. Menos mal, que siempre la vida procura, aun en los tiempos más duros y difíciles, que no muera la sonrisa ni el sentido del humor.
Jaime Mayor Oreja, como buen donostiarra, habla francés, pero no como Voltaire, Rousseau , Dalambert o Diderot. Había sido secuestrado un avión de la RAM –Royal Air Maroc–, en el que viajaba un pequeño grupo de turistas españoles. Y el ministro del Interior de Marruecos tenía a Jaime Mayor al corriente de los acontecimientos de cuanto sucedía. Los secuestradores, después de obligar al comandante del avión a aterrizar en Tánger y Rabat, decidieron negociar con el Gobierno marroquí en Marrakech. Finalmente se entregaron a las autoridades de Marruecos.
Eran las cuatro de la madrugada cuando sonó el teléfono de las emergencias y las malas noticias instalado en la mesilla de noche del ministro Mayor Oreja. Al otro lado, la voz tranquilizadora de su homólogo marroquí. Le explicó los detalles del final del secuestro y el buen estado de todos los pasajeros, entre ellos, el reducido grupo de turistas españoles. Y le informó que parte de ellos decidió continuar con su viaje de vacaciones y otros solicitaron ser repatriados a España para superar el susto que llevaban encima. El caso se había arreglado. Y Jaime Mayor le dio las gracias por su amabilidad, y al despedirse, se produjo el error. Como consecuencia del sueño, el francés de Jaime Mayor se alteró. Le quiso decir: «Merci beaucoup, mon amí le ministre», y le salió un contundente «merci beaucoup, mon amour le ministre». No pudo recuperar el sueño.
Con la mala fortuna que una semana más tarde Aznar había organizado una reunión bilateral de los Gobiernos de Marruecos y España.
Y por lógica, el que se sentó a la mesa en la silla frente a Jaime Mayor era el ministro del Interior marroquí, al que Jaime había despedido por teléfono con tan trabalenguado cariño. Jaime, tímido de por sí, no se atrevía a levantar los ojos de sus apuntes. Al fin lo hizo. Sus miradas coincidieron. El ministro del Interior de Marruecos le estaba haciendo «ojitos».
A Marlaska no le habría importado. Pero Jaime Mayor lo pasó, como se dice en Andalucía, muy malamente.