La advertencia
Para entender bien las palabras de Aznar hay que ser aficionado al folclore argentino y, en concreto, haber oído las zambas, vidalas, chacareras y chamamés de Los Chalchaleros, aquel maravilloso conjunto que no pronunciaba la última sílaba de los versos en sus melodías
Sólo he estado una vez en el Palacio de La Moncloa. En mi opinión, horroroso. Formidable jardín y espantoso interior. No entiendo el cariño que le toman algunos horteras. En la ocasión que estuve tampoco la charla durante el almuerzo resultó agradable o, simplemente, interesante. Don José María Aznar, en el primer tramo de su mandato presidencial, nos invitó a comer a un reducido grupo de columnistas de ABC. Antonio Mingote, Jaime Campmany, José Javaloyes, creo que Carlos Dávila, y quien esto firma. Era yo muy aznarista. Había ganado las elecciones sin mayoría absoluta, y necesitó del apoyo parlamentario del PNV y de CiU.
Para entender bien las palabras de Aznar hay que ser aficionado al folclore argentino y, en concreto, haber oído las zambas, vidalas, chacareras y chamamés de Los Chalchaleros, aquel maravilloso conjunto. Los Chalchaleros no pronunciaban la última sílaba de los versos en sus melodías, muchas de ellas escritas y compuestas por el viejo Don Ata, Atahualpa Yupanqui, hijo del ombú y el roble, de padre guaraní y madre española, vasca. «En las arenas bailan los remolinos», y los Chalchas –así conocidos en el mundo, en aquellos tiempos Juan Carlos Saravia, Ernesto Cabeza, Polo Román y Dicky Dávalos, cantaban: «En las arenas bailan los remolí» capando la última sílaba. Aznar es un gran capador de últimas sílabas. «Hay cosas que no conviene que se entere la gen, porque en política no todo va». Mingote me comentaba en tono airado: «¡A este tío no hay quien lo entienda, y menos un sordo como yo!».
En aquel almuerzo, después de contarnos alguna irrelevancia, Aznar se puso serio. «Quiero pediros que bajéis el tono en las críticas a Javier Arzá. Mi sintonía con él es gran. Y a ti –me miró sin excesivo candor–, principalmén. Creo que me lo he metido en el bo». Se me ocurrió responderle. «Respetado Presidente. Ya te ha engañado. Arzalluz ha engañado al Rey, engañó a Suárez, Calvo-Sotelo y Felipe González. Es el más listo. Y te sacará los ojos». Los ojos no, pero a finales de 1996, Arzalluz elogió en unas declaraciones la clarividencia de Aznar. «Hemos conseguido con Aznar en 14 días más que con Felipe González en 13 años». No sólo jugó al billar con Arzalluz. Pujol le sacó la plena transferencia en Educación, la cabeza de Vidal- Quadras y la promesa de terminar con el Servicio Militar Obligatorio. Es muy posible que Aznar concediera tanto con buena voluntad, pero, con aquellas concesiones, dádivas y regalos, los nacionalismos dieron el paso hacia los separatismos, fortalecidos por la «generosidad de Madrid». Fueron tiempos muy duros, todavía años de plomo de la ETA y, como narra Juan María Bandrés, ex etarra poli-mili y fundador de Euskadiko Eskerra, en su biografía, Arzalluz cruzaba la frontera y le pedía a la ETA «mas acciones», para conseguir más rápidas transferencias.
Coincidió el primer ciclo presidencial de Aznar con un período económico boyante. Y creo que fue engañado por Arzalluz y Pujol como un chino. No le achaco indolencia ni mala voluntad. Pero no creo que esté en condiciones de dar consejos al Partido Popular en lo que respecta a su decisión de pactar o no pactar con Vox. Todos los dirigentes de Vox nacen del PP de Aznar, y algunos de ellos con la diana etarra dibujada en sus nucas. Aznar sabe lo que es un atentado, y se comportó como un héroe. Eso es carisma. Su primera reacción, dos segundos después de que la metralla de la muerte rozara su cabeza, fue la de interesarse por el estado físico de su conductor. Eso no lo hacen los mediocres ni los cobardes. Pero en la Presidencia del Gobierno se equivocó más de la cuenta con Arzalluz y Pujol. Y creo que sus consejos, hoy por hoy, sobran.