Isla energética
España solo es autosuficiente en un ámbito energético: el humo que vende Sánchez para camuflar que no quiere reducir los insoportables impuestos vigentes sobre la luz, el gas y los carburantes
Un primer avistamiento al acuerdo de Sánchez en Bruselas para paliar un poco el precio de la luz permitiría eso tan inédito como encontrar razones para felicitar al presidente: hasta ahora, salvo el día de su cumpleaños, era muy difícil.
Ni poniendo la mejor intención, sin embargo, acaba siendo posible sostener ese reconocimiento. La retórica sanchista ya intenta presentar un premio de consolación como si aquello hubiera sido la Conferencia de Postdam y él una especie de Truman decidiendo, cartabón en mano, el futuro del mapa eléctrico mundial.
Pero aunque aquí le pongan la alfombra roja y sitúen al inefable presidente en la carrera a los Oscar, en realidad solo le han dado dos entradas para ir al cine: ni se pondrán precios máximos al gas ni, tampoco, se cambiará el sistema de cálculo del recibo de la luz dejando de utilizar el gas como referencia, que lo engorda todo.
Lo que a Sánchez le ha dejado hacer Bruselas, tras una larga comida, es llevarse los restos a casa en tuppers: podrá aplicar medidas nacionales que, en realidad, ya tenía a su alcance desde que el mismo Consejo Europeo aprobara el pasado 8 de marzo su Plan Energético, bautizado RepowerUE y destinado a reducir la dependencia de Rusia; un vademécum de medidas contenidas en 26 folios y tres anexos que decía literalmente lo siguiente, entre otras cosas:
«La Comisión confirma que la regulación de los precios y los mecanismos de transferencia para ayudar a proteger a los consumidores y a nuestra economía son posibles. El marco jurídico del mercado de la electricidad, y en particular el artículo 5 de la Directiva sobre la electricidad, permite a los Estados miembros, en las circunstancias excepcionales actuales, fijar precios minoristas para los hogares y las microempresas».
A Sánchez le han dado lo que ya tenían a su alcance todos los socios y que él ha ignorado tanto como las reducciones fiscales que muchos también llevan tiempo aplicando, con Polonia como gran ejemplo: la rebaja del IVA de la energía y el combustible del 23 % al 8 % o al 0 % en los alimentos son soluciones temporales que España, si quisiera, también podría aplicar.
Lo que ha hecho el Gobierno, en síntesis, es despreciar los dos remedios que tenía a su disposición para disimular su codicia recaudatoria y, a la vez, vender la idea de que estaba cambiando el mercado para siempre y que eso llevaba un tiempo.
Si el humo fuera energía, España no tendría problemas de abastecimiento: bastaría con sacar a Sánchez en televisión y dejarle hablar un rato. Pero si se trata de hacer un análisis serio de lo ocurrido, no hay razón para el entusiasmo: Sánchez podrá bajar algo el precio del gas si no afecta al mercado único; si logra el permiso de Bruselas y si dura lo justo en el tiempo.
No es poco, dadas las circunstancias, pero sigue siendo una derrota al lado, al menos, de los objetivos fijados en otra de las legendarias maniobras de distracción de Sánchez: con tal de no reducir impuestos ni aplicar unilateralmente medidas a las empresas del sector que terminaría pagando el Estado; ha vendido la quimera de que toda Europa «toparía» el precio del gas y cambiaría el sistema de cálculo de la electricidad.
Algo que todos rechazan por una razón: aunque sería deseable, es inviable. Tú puedes decirle a las empresas de gas que ni hablar del peluquín a esos precios; pero no conseguirás obligarlas a que te lo vendan. Siempre tendrán un mejor postor y Europa lo sabe. Sánchez también, pero una vez más ha ejercido de trilero disfrazado de estadista.
Y, como siempre, no ha colado: intenta hacernos ver que vivir en una isla energética es paradisíaco; pero en realidad nos ha dejado aislados, una vez más, del resto de continente, que nos seguirá viendo como unos pobres pedigüeños incapaces de apañarnos sin su dinero, su ayuda y su paciencia.