Las Marismillas y los Marismeños
No saldremos de la ruina sin deber aún más, pero qué bonitos atardeceres en el coto de Doñana se debe de estar metiendo entre pecho y espalda toda la corte del faraón
Conceder el monopolio de los Fondos Europeos al Gobierno, en lugar de a una oficina presidida por una autoridad independiente, no difiere mucho de entregarle una escopeta a un mono.
Y de haber diferencias, probablemente serían a favor del mono, de quien al menos cabría esperar que se disparara a sí mismo en algún momento de su alocada aventura.
Uno de los proyectos financiados con ese pastizal, que es mucho en una primera lectura y no tanto en una lectura pausada (la mitad de los 170.000 millones es préstamo; y de la otra mitad casi una mitad debe ponerla España, por otro lado, para el Presupuesto europeo), está siendo la rehabilitación del Palacio de las Marismillas, el hotel que el presidente Sánchez utiliza para sus saludables descansos estivales: ganamos todos cuando está inactivo.
No es su palacio, pero esa evidencia no sirve para que sea de alguien más, a ser posible de los ciudadanos que lo pagan; sino para disimular que se lo rehabilita a su medida, con una obra adjudicada sin concurso público, con la coartada de que adecenta el patrimonio nacional: Begoña poniendo visillos en Doñana por si vienen las chicas de la Complu al nivel de cuidar la fachada de El Escorial.
Hace falta tenerlos cuadrados para, en un país económicamente ucranizado donde todos somos ya transportistas o agricultores con cara de pagafantas, priorizar la reforma del solárium, el palomar y los miradores del palacete donde uno veranea a costa de ciudadanos que, mientras, tienen que elegir entre poner la calefacción o comer porque ya no hay para todo.
La estética también es la ética, y si la primera de Sánchez es cochambrosa solo puede ser porque la segunda es inexistente: es el tío que se come la última croqueta con un niño mirando; se le cuela a una abuela en el cine y no devuelve una cartera encontrada en el suelo si dentro van un par de billetes.
Pero más allá del enésimo ejemplo demostrativo de que Sánchez cree que el Estado es suyo y puede ir por tabaco en el Falcon, colocar a sus amigos con menos luces en los puestos más luminosos, enchufar a su esposa o montar pijama party diaria en Doñana; lo espeluznante es imaginar a qué estarán dedicando la generosa dádiva europea con excusas resilientes al pudor, inclusivas con la vergüenza ajena y sosteniblemente sicilianas: es más difícil ver a un empresario receptor de Fondos Europeos que al yeti, pero no faltan Marismillas para los Marismeños de Sánchez.
No saldremos de la ruina sin deber aún más, pero qué bonitos atardeceres en el coto se está metiendo entre pecho y espalda toda la corte del faraón.