¿Tercera Guerra Mundial?
Los estudiosos de la Historia dicen que estamos ante uno de esos hitos que cambian el rumbo de la humanidad y, aunque me gustaría equivocarme, no parece que estemos pertrechados de lo necesario para afrontarlo
La televisión rusa, que es la voz de su amo, da por concluida la operación militar sobre el Donbass y anuncia el inicio de la Tercera Guerra Mundial. Sorprendentemente, ese anuncio, que hace apenas tres meses nos hubiera puesto los pelos de punta, apenas ha tenido repercusión en Europa. Cabe la posibilidad de que lo consideremos una bravuconada. No habría que descartarlo, puesto que de sobra sabemos que, en los conflictos, la primera víctima es la verdad. Pero sería un error infravalorarlo, puesto que, hasta ahora, el inquilino del Kremlin nunca ha ocultado sus intenciones.
Cabe preguntarse si lo que está en su mente es un enfrentamiento armado tradicional, similar al que hemos visto en Ucrania, a gran escala, al modo de los dos grandes conflictos bélicos que desgarraron al mundo en el pasado siglo XX –Dios no lo quiera– o si lo que Putin nos avanza, en la voz de los presentadores de sus informativos, es una hostilidad extrema similar a la de la Guerra Fría. En ese escenario, nos guste o no, ya estamos inmersos. De un lado, Estados Unidos y la Unión Europea, del otro Rusia, con el respaldo implícito de China e India. Las armas: los alimentos y las materias primas. No hace falta ser un agudo observador para llegar a la conclusión de que partimos con desventaja.
Europa, la cuna del bienestar socialdemócrata, dormida en los laureles de su supremacía moral, ha abandonado el campo para comprar los cereales fuera de sus fronteras, ha exportado sus industrias a Asia y carece de la energía suficiente para abastecer sus propias necesidades. Mientras Estados Unidos abría pozos petrolíferos y explotaba el fracking para reducir su dependencia de Estados hostiles, los europeos esperábamos que algún día alguien diera con la solución al almacenamiento de hidrógeno. Mientras Washington ensayaba con transgénicos para elevar la producción, nosotros los prohibíamos. Ahora, estamos de nuevo en manos de nuestro tradicional aliado, para evitar sucumbir a manos de nuestro enemigo, ese hombre al que durante años han cortejado en Berlín. La pregunta es: ¿estamos los ciudadanos dispuestos a enfrentarlo?
La Agencia Internacional de la Energía advierte que, en el verano, pueden producirse cortes de suministro de combustibles. La subida de los precios, estructural, apenas comienza a atisbarse. La clase media, la garantía de estabilidad social y política de cualquier país, que ya adelgazó durante la crisis de 2008, se estrechará más si cabe. Los menos formados, los empleados de los sectores obsoletos se verán expulsados del sistema si no encuentran una vía para formarse y reinsertarse. Y, lejos de hacer frente a ese escenario con realismo, el Gobierno se enfrenta a él usando la misma política que tan buenos réditos electorales le ha dado en Andalucía durante décadas: subvenciones para comprar las voluntades de los expulsados, pensiones generosas para los jubilados que con su voto ponen y quitan gobiernos y una subida fiscal que roza la extorsión para los pocos que han espabilado y han gozado de la fortuna de tener un trabajo.
Se avecinan días interesantes, los estudiosos de la Historia dicen que estamos ante uno de esos hitos que cambian el rumbo de la humanidad y, aunque me gustaría equivocarme, no parece que estemos pertrechados de lo necesario para afrontarlo.