En la cuerda floja
O empiezan a salir a la palestra nuevos actores para inmolarse en el próximo capítulo o a Pedro Sánchez no le queda mucho para acabar achicharrado
¿Quién se acuerda, a estas alturas, de Iván Redondo? No hace tanto que le echaron. Pero, en esta democracia del espectáculo que padecemos, acumulamos tanto sobresalto que da la impresión de que fue hace un siglo. Tal y como se las gasta, el hombre que estaba en boca de todos en los mentideros de la industria del poder, engrandecido merced a sus filtraciones y a la pluma de periodistas amigos, debe estar hoy conteniendo la carcajada al observar el último capítulo del serial en el que anda enredado la tropa que pastorea Pedro Sánchez en la Moncloa. Nos contaron entonces que se iba Redondo porque Bolaños era el listo. Si no fuera tan serio lo que se traen entre manos y tan graves las consecuencias de sus ilustres ocurrencias, sería para echarse a llorar de risa.
En esta legislatura que apenas acaba de pasar el ecuador, una polémica va levantando la siguiente. El Gobierno, en la cuerda floja un día sí y otro también, amenaza con dejar el entramado institucional como Atila dejaba los campos a su paso, completamente yermos.
Apuntaron nada más llegar a la Jefatura del Estado, enviando a Juan Carlos I a Abu Dabi. Afortunadamente, el buen hacer de Felipe VI les va dejando sin coartadas. Han vulnerado, no una, sino en varias ocasiones, la Constitución, extralimitándose en la ejecución del estado de alarma. Han convertido el Poder Legislativo, con la inestimable colaboración de la presidenta del Congreso, en una mera correa de transmisión de las necesidades particulares y partidistas de quienes encarnan el Poder Ejecutivo. No contentos con demonizar a algunos jueces o anular sentencias como las que se impusieron a los separatistas, han colocado a un peón afín al frente de la Fiscalía, la inefable Dolores Delgado, acusada por sus propios compañeros de actuar de parte y no de ley. Y ahora pretenden hacer lo propio con los servicios de inteligencia. Antes de que, este jueves, comparezca ante la Comisión de Secretos Oficiales la directora del CNI, ya le han puesto un sustituto. Un hombre que quizá exhiba una hoja de servicios brillante, pero que viene marcado por la sospecha, puesto que procede del Palacio de la Moncloa.
Antes de continuar abandonados a esa deriva, harían bien en preguntar a Zapatero por las consecuencias de colocar a agentes de partido al frente de las instituciones. Se obcecó en romper el pacto no escrito con el PP para sentar a Miguel Ángel Fernández Ordóñez en el Banco de España. No sólo agravó la crisis bancaria, sino que socavó por completo el prestigio de una entidad vital para la economía y el país. Cuando hubo que pedir el rescate de las cajas de ahorro, en Bruselas exigieron que fuera una consultora independiente la que hiciera las auditorías. Y esa recesión, que podríamos haber sorteado con cierta solvencia, puesto que nuestras finanzas públicas estaban saneadas, acabó por llevarse por delante a un presidente del gobierno ciego y sobrepasado por la realidad.
Así puede verse Sánchez al enfrentarse al espejo. De sus veintitrés ministros, salvo honrosas y escasísimas excepciones, los españoles sólo pueden identificar a los que brillan por sus polémicas. A Ribera ya no la dejan hablar ni en el contexto de la mayor crisis energética en décadas. Grande Marlaska y Reyes Maroto están desaparecidos tras el espectáculo de las navajas y las balas en la campaña electoral de hace un año en Madrid. Garzón sólo sale de atrezo en las manifestaciones del 1 de mayo. La titular de Fomento se estrenó ignorando a los camioneros en huelga y nada se ha vuelto a saber de ella. De Belarra y Montero, ni hablamos, ya lo hacen ellas en sus costosísimas campañas de publicidad. Y las de Economía, Hacienda y Trabajo presumen de que vamos tan bien que sólo quedan tres millones de parados.
O empiezan a salir a la palestra nuevos actores para inmolarse en el próximo capítulo o a Pedro Sánchez no le queda mucho para acabar achicharrado. Sólo el interés de Esquerra y Bildu de mantenerle en el poder, débil, presa de sus caprichos y necesidades, le permitirá permanecer al frente del Gobierno hasta el final de la legislatura como pretende.