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Desde la almenaAna Samboal

La nueva burbuja política

Queriendo ganar en un lustro lo que hubiera necesitado de más de una década, han actuado de espaldas a la realidad y a la sociedad, que es la que, con su esfuerzo, financia sus ideas

Actualizada 03:26

Hace ya unas semanas que en Bruselas parecen haber caído en la cuenta de lo que nos jugamos y del tiempo perdido en ensoñaciones. Sus súperfuncionarios, de media sonrisa medida y tono de voz desapasionado y uniforme, al estilo de Nadia Calviño o Teresa Ribera, nos habían diseñado un futuro inmediato propio de la mejor ficción de Hollywood, limpio, verde, bonito y buenista.

Por eso no invertíamos en Defensa, porque abominamos la guerra. Pero que Europa no quiera contiendas, no significa que no tenga vecinos pendencieros de los que protegerse. Porque queremos cielos limpios, en un alarde de hipocresía, hemos exportado al norte de África las fábricas de productos químicos y fertilizantes, hemos cerrado las minas de carbón y sentenciado a muerte a las nucleares. En España, incluso, está prohibida la extracción de gas por fracking, la exploración de petróleo en Canarias o la extracción de litio para hacer baterías en las minas de Galicia y Extremadura. Pero la invasión de Ucrania ha demostrado que o dependemos de un tirano al que estamos pagando la guerra o nos echamos de nuevo en brazos de Estados Unidos para garantizar el suministro energético.

¡Que Dios les conserve la vista! Contaron los días para el final del diésel cuando no se habían empezado a fabricar los coches eléctricos y nos ordenaron vivir a velocidad de 5G cuando a muchas zonas no ha llegado el 3G. La Historia, esa que quieren borrar en las escuelas, muestra que, cuando la nueva tecnología es más ventajosa, cada empresa y cada familia hacen el trasvase a medida que sus posibilidades se lo permiten. Ellos han tratado de construir la sociedad de pasado mañana, un espacio de democracia, polo de desarrollo tecnológico y bienestar sanitario, social y medioambiental, ahogando a la de mañana e ignorando a la presente, que es la que debe levantarla. Queriendo ganar en un lustro lo que hubiera necesitado de más de una década, han actuado de espaldas a la realidad y a la sociedad, que es la que, con su esfuerzo, financia sus ideas.

Pero sí, en Europa, acaban de caerse del guindo, por estos lares aún miran desde las alturas. Hace ya años, desde la crisis de 2007, que la España real y la oficial comenzaron a divergir. Hoy, la distancia entre ambas es sideral. Empresas y familias, en un alarde de sentido común y desconfianza hacia los que rigen nuestras instituciones, se internacionalizaron, redujeron su dependencia de lo público y se estrecharon el cinturón. El ratio de deuda sobre los activos del sector privado se ha reducido nada menos que en diez puntos. Entretanto, el sector público, entretenido en sumar minorías para derrotar a la gran mayoría, ha desperdiciado un tiempo precioso en quimeras políticas, ha creado capa sobre capa de burocracia oficial y ha multiplicado exponencialmente las subvenciones.

Para financiar su poltrona, han forzado al ahorrador a trasvasar a Hacienda parte de su renta y, ahora que el Banco Central Europeo dejará de comprar deuda pública, demandarán más. En unos hogares asfixiados por la inflación, con el euríbor y los tipos de interés al alza, llegará un día en que alguien se plante y explotará la burbuja. En política, como en la economía, los desequilibrios acaban corrigiéndose. Cuanto mayor sea la brecha, más estrépito y dolor provocará al cerrarse. Y, si en la Unión Europea es grande, en España es de órdago.

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