El genio medido
Daniel García Pita no ha escrito el libro sobre su abuelo para defenderlo. Lo ha hecho porque los groseros estaban empujando a don José María para arrebatarle el sitio, y Daniel, sencillamente, lo ha colocado en su lugar de nuevo
La medida, el control, el triunfo del señorío, son piezas que encajan en la buena educación. El genio medido es aquel que se detiene antes de ofender. Nada tiene que ver, en este caso, la medida con la limitación. Me refiero a un genio medido por su elegancia. De no llevarla en su ánimo podría haber sido un genio más cercano al hachazo que a la ironía, la misericordia y la sonrisa. Porque escribo de un genio tan luminoso como su bahía, la de Cádiz. El Caso Pemán, la Condenación del Recuerdo es un gran libro que termina de nacer. Lo ha escrito su nieto mayor, el prestigioso abogado y amigo desde la primera juventud Daniel García Pita Pemán, con un brillante prólogo de Bieito Rubido. Uno se pregunta al leerlo: ¿qué temen de Pemán? ¿Qué les ha hecho José María Pemán a los mediocres para que haya sido condenado al silencio y al olvido? Le han retirado bustos y placas, arrebatado calles, enterrado honores, y ahí está, en tanto que sus enterradores no soportarían ni la primera palada de desprecio. Creo conocer bien la literatura andaluza. Jamás se me ha ocurrido leer un poema de Carlos Álvarez. En esta ocasión mi deber es el silencio. Escribió lo siguiente de don José María, que le sacaba leguas y leguas de ventaja en el talento y la obra: «Poco quedará de don José María Pemán en los libros del futuro, aunque llenara en su tiempo las crónicas de los aduladores; dramaturgo fácil, poeta ingenioso y sin hondura que alcanzó la cima de la poesía humorística con su Poema de la Bestia y el Ángel; articulista sumamente habilidoso que sabía no decir nada de un modo sumamente encantador». Se equivocó Álvarez. Tanto ha quedado de don José María que para empujarlo a la desmemoria necesitan apalearlo, amordazarlo y herirlo, como los medianejos del rencor. José María Pemán no fue sólo un gran escritor. Fue un hombre bueno, jefe y fundador de su extensa y poblada tribu, la buena educación y la gracia irónica en persona. Igual que Rafael Alberti no fue sólo un extraordinario poeta. Además de grandísimo poeta fue una mala persona, un cabrón con pintas. Pero el liberalismo no borra ni ahoga, y Alberti, cuando las nubes del odio se alivien, pasará a la historia de la literatura española como lo que fue escribiendo, no como lo que hirió en la vida. Y Pemán se situará en la cumbre en sus dos facetas, el gran escritor y el hombre bueno, el marido, padre y abuelo ejemplar. De ahí la envidia, la condenación de su recuerdo, que hoy se ha revolucionado con la memoria de su nieto Daniel García Pita, que simplemente, con tan buena prosa como documentación, sin herir a nadie, ha puesto las cosas en su sitio. Divertido el párrafo que abre en solitario la edición. «Pemán ha sido uno de los mayores representantes de las letras gaditanas. Es un embajador de las letras gaditanas, y así tiene que seguir siendo». José María González Santos, Kichi, alcalde de Cádiz. El principal «pemanicida», como la burra de una alcaldesa socialista. Burra en el sentido colegial de la palabra. «Y usted, por burra, al rincón».
Leo a don José María desde que recuerdo que sé leer. Y he seguido su rumbo institucional impecable, como presidente del Consejo Privado de Don Juan. Tuve la suerte de visitarlo en su casa de la calle de Felipe IV. Quería conocer unos versos míos escritos en Jerez. Me regaló, muy bien dedicados, tres libros. No fue un poeta fácil como escribió el pobre Álvarez. Era un poeta que escribió tan bien que se leía sin esfuerzo. La buena literatura no puede torturar. Su deber es facilitar la lectura y la comprensión después de situar a gusto de la perfección las palabras en su sitio. Pemán jamás perdió el sitio, ni en la vida ni en el papel. Defendió lo suyo sin ofender, porque la buena educación sostenía sus impulsos. Su talento se formó con la reunión de sus ingenios acumulados. El genio de la prosa, del verso, de la oratoria, del artículo, del ensayo y de la soleá. Ea.
Daniel García Pita no ha escrito el libro sobre su abuelo para defenderlo. Lo ha hecho porque los groseros estaban empujando a don José María para arrebatarle el sitio, y Daniel, sencillamente, lo ha colocado en su lugar de nuevo. Y para siempre.