No le suena bien
Como presidente del Gobierno, Felipe González combatió, con muchos más aciertos que errores, el terrorismo de la ETA. Enterró a compañeros asesinados de su partido y de la oposición, a guardias civiles, militares, policías nacionales, empresarios, españoles de a pie, mujeres y niños
La ley de la Memoria Histórica pactada por Sánchez con los bilduetarras no le suena bien a Felipe González. Y así lo ha dicho. Resulta admirable la valentía, la contundencia y la feroz sinceridad del primer presidente del Gobierno socialista de la democracia. Otro cualquiera, más temeroso o taimado, habría hablado con menos valentía y coraje, y quizá, impulsado por un arranque de serenidad, roto su carné del PSOE y abandonado el partido. Lo han hecho otros y nada ha sucedido. Pero Felipe González ha elegido la senda de la indignación verbal. Decir que una ley de Sánchez, los comunistas y los bilduetarras «no le suena bien», es demostración del intrépido ímpetu del señor González. Se lo ha jugado todo por el todo, si bien a estas alturas de la tragedia, no se sabe aún qué es lo que se ha jugado. Me ha recordado al futbolista Butragueño cuando se sintió obligado en una rueda de prensa a calificar a un jugador adversario que había intentado –en vano, por fortuna–, amputarle una pierna con una entrada criminal. Butragueño, que es de la escuela de Felipe González en el uso de la dureza semántica, asombró a todos con los calificativos que le dedicó a su agresor. «Perdonen la dureza de mi lenguaje, y espero que mis opiniones no ofendan a nadie. Pero la entrada que me hizo el defensa por el que ustedes preguntan, y repito que me excuso de nuevo por mi contundencia verbal, sólo es capaz de hacerla un cuchufletas, un tarambana o un forajido maleante». Aquello fue la monda, aunque se pasara un poco. Lo de cuchufletas y tarambana sonó excesivamente duro, pero con lo de forajido maleante, se pasó dos pueblos. Y menos mal que supo contenerse a tiempo y no soltó lo que tenía en la punta de la lengua. Bravucón.
Tengo entendido que Felipe González no está sujeto a disciplina alguna. Cuenta con una envidiable independencia económica, vive entre su campo extremeño «El Penitencial» y la República Dominicana, goza de envidiable salud y sigue manteniendo, en trance de mengua sostenida, un cierto prestigio en el Partido Socialista. Prueba de ello, ha sido su presencia en algún mitin electoral previo a las elecciones andaluzas, en las que el PSOE ha vencido con mayoría absoluta gracias al impacto emocional que experimentaron los electores ante el atractivo de su candidato, el señor Espadas, y de su esposa, la señora Guorperfe. De ahí que no termino de comprender bien la aspereza y severidad de sus palabras. «La Ley de Memoria Democrática pactada con Bildu no me suena bien». ¡Toma Geroma, pastillas de goma! Sin pelos en la lengua.
Cuando se nace volcánico en el lenguaje, nada ni nadie están capacitados para enfriar la lava. Felipe González no se para en barras cuando su sinceridad demanda su coraje. Analicen bien sus palabras respecto a una Ley de Memoria Democrática que han redactado conjuntamente los socialistas y los herederos de la ETA. «No me suena bien». ¿Hay alguien en España, y en el PSOE que se atreva a superar la ferocidad de esa frase? Exploro en mi sensibilidad y mi respuesta es negativa. Jamás me hubiera atrevido a rozar semejante barbaridad.
Como presidente del Gobierno, Felipe González combatió, con muchos más aciertos que errores, el terrorismo de la ETA. Enterró a compañeros asesinados de su partido y de la oposición, a guardias civiles, militares, policías nacionales, empresarios, españoles de a pie, mujeres y niños. Y cuando tiene que comentar una ley que su partido redacta con los herederos de aquellos asesinos, dice que no le suena bien.
El Cid Campeador, a su lado, un microbio.