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HorizonteRamón Pérez-Maura

Sánchez en un campo minado

Los temblores sísmicos generados por el resultado andaluz todavía generan ondas expansivas que no sabemos hasta dónde llegarán. Todo eso con el PP por delante en todas las encuestas de quien tenga un mínimo interés en no quedar como un embustero cuando las publica

Actualizada 02:00

Imposible es saber qué reflexiones habrá hecho Pedro Sánchez sobre lo vivido esta semana en Londres. Pero dado que enfrenta un debate sobre el Estado de la Nación a partir del próximo martes, no parece exagerado decir que ya quisiera él tener nada más los dos o tres fuegos que tenía Boris Johnson cuando tuvo que dimitir. Para cualquier observador internacional, la situación que Sánchez tiene que justificar esta semana ante las Cortes españolas, en las que reside la soberanía nacional, es infinitamente peor.

La comparativa entre Sánchez y Johnson me ha recordado una anécdota del año 2001. Había dos consultores políticos que trabajaban para diferentes jefes de Estado y de Gobierno: Bob Schrum que había sido el speechwriter de John Kennedy y Ted Devine, que después sería el estratega de Bernie Sanders, el izquierdista más izquierdista del Partido Demócrata norteamericano. En aquella época Schrum y Devine tenían, entre otros muchos, dos clientes con problemas: el presidente de Colombia, Andrés Pastrana, y el primer ministro británico, Tony Blair. Con frecuencia visitaban a ambos consecutivamente. Y en una de sus entrevistas con Blair éste empezó a relatar sus preocupaciones: «Tenemos una guerra en Irak que estamos ganando, pero va lenta; la aplicación de los Acuerdos de Viernes Santo en Irlanda del Norte está paralizada; la reforma del sistema nacional de salud estaba bloqueada; la UE exigía al Reino Unido la devolución del «cheque británico» de la era Thatcher…». Cuando terminó la retahíla concluyó con un: «Gentlemen, I have problems».

Devine le miró a los ojos y le dijo: «Primer ministro: ¿problemas? Problemas son los que tiene nuestro cliente Andrés Pastrana que ha puesto en marcha un proceso de paz que no parece avanzar; al que le critican por haber cedido temporalmente 42.000 kilómetros cuadrados a la guerrilla de las FARC; que tiene otra guerrilla que sigue matando y enfrentándose a Ejército; que tiene una demanda de Nicaragua ante la Corte Internacional de La Haya que le puede arrebatar a Colombia las islas de San Andrés, Providencia y Santa Catalina… Ese sí que tiene problemas».

Pues Devine y Schrum probablemente dirían lo mismo hoy de Pedro Sánchez. Éste sí que tiene problemas. Esta semana enfrenta su primer debate sobre el Estado de la Nación después de cuatro años en el Gobierno. Esto ya demuestra su apego por la democracia y por el Congreso de los Diputados. Y lo hace con un Gobierno de coalición en medio de una grave crisis, con ambos coaligados defendiendo posturas opuestas en asuntos de la máxima relevancia y varios ministros que no se saludan cuando se cruzan por los pasillos. Dentro de su propio partido, está cada vez más alejado de las figuras históricas, pero, convenientemente tiene a prácticamente todas apartadas de los órganos de gobierno del PSOE. La relación con los socios parlamentarios de ERC no acaba de despegar, pese a las frecuentes visitas lisonjeras del ministro Bolaños a Cataluña. Los temblores sísmicos generados por el resultado andaluz todavía generan ondas expansivas que no sabemos hasta dónde llegarán. Todo eso con el PP por delante en todas las encuestas de quien tenga un mínimo interés en no quedar como un embustero cuando las publica. Y si añadimos a eso una inflación de dos cifras –de la que, por supuesto, Sánchez no sólo no tiene ninguna culpa, sino que tenemos que agradecerle que no sea todavía mayor– la realidad es que el Gobierno se enfrenta a un campo de minas del que, como mucho, puede salir sin una pierna. O sin las dos.

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