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Pecados capitalesMayte Alcaraz

Y tú, Patxi, ¿sabes lo que es una nación?

Sánchez vio en Patxi a un testaferro, a un remedo de hombre bueno (en el universo Sánchez hasta el más bueno es candidato al infierno) para deshacer entuertos, dispuesto a cualquier cosa por la nómina pública

Actualizada 02:12

Si todo lo que tiene que ofrecer el partido sanchista, todavía registrado como PSOE, es a Francisco Javier López Álvarez, conocido como Patxi López, como trampolín a las generales, den en Ferraz al partido por ahogado, amortajado y enterrado. La madre de Joseba Pagazaurtundua le caló hace años: «Patxi, dirás y harás cosas que me helarán la sangre». A estas alturas, la madre coraje de Joseba tiene la sangre hibernando por tanto y tan mal como ha hecho este socialista, que un día portó el féretro de su compañero Isaías Carrasco, asesinado por ETA, y que luego compadreó con los herederos de sus verdugos. Un socialista que fue presidente de la autonomía vasca gracias al voto del PP (Antonio Basagoiti sabe bien esta historia) y que jamás ha mostrado una brizna de agradecimiento al otro partido constitucionalista que le cedió sus votos gratis para afianzar en el País Vasco el sentimiento de pertenencia a España. Un socialista sin un gramo de bonhomía; bien al contrario, un ejemplo de sectarismo al cubo, ya que se convirtió (hasta que llegó la inefable Meritxell) en el presidente del Congreso, la tercera autoridad del Estado, más indecente políticamente de nuestra democracia.

Todavía se recuerda cuando hasta el santo Job Felipe VI le tuvo que aclarar en 2016, con palabras elegantes, que hiciera su trabajo y solo le mandara a Zarzuela a aquel candidato a presidente que viniera con los deberes hechos, con los votos suficientes para ser investido. Porque López le endilgaba al Monarca lo que era solo su facultad: reunirse con los postulantes y señalar un nombre con avales suficientes. Y tuvo la desfachatez de venderle humo despachándole al ya por entonces trapacero Pedro Sánchez, que no consiguió ser investido, como él y Patxi sabían perfectamente, pero que comprometieron las competencias constitucionales del Rey.

Desde entonces Sánchez vio en Patxi a un testaferro, a un remedo de hombre bueno (en el universo Sánchez hasta el más bueno es candidato al infierno) para deshacer entuertos, dispuesto a cualquier cosa por la nómina pública. Así se convirtió en el árbitro de la guerra a muerte entre Susana Díaz y el propio Sánchez, y más tarde (en los estertores de la pandemia), su jefe le nombró presidente de la comisión para la reconstrucción. No hay más preguntas señorías: a la vista está lo reconstruida que está España.

Pero es que además el nuevo portavoz parlamentario es un devoto de la doctrina de apaciguamiento con condenados por terrorismo como Arnaldo Otegi y del nacionalismo de baja intensidad, que descorchó en Cataluña otro lumbreras, Miquel Iceta. Él solo ha hecho continuar esa miseria moral del marco mental del PNV: no molestar a los chicos de la gasolina y recoger cuantas nueces cayeran del árbol terrorista. Pero con una diferencia: como para los votantes vascos ya existen los nacionalistas originales, pues a Patxi esa ideología del desistimiento le reportó una severa derrota en las elecciones vascas y sus restos políticos los ha recogido en el Congreso Pedro Sánchez, elevándolos ahora a la portavocía.

Tampoco le adornan al nuevo enviado especial de Sánchez un nutrido currículum laboral: desde los 28 años se enroló en cargos públicos y sus estudios como perito industrial fueron un fracaso. Es un apparatchick de libro. Ahora él, la simpar ministra María Jesús Montero (si los ERE hablaran), y Pilar Alegría, la ministra de Educación que apoya que los libros de texto contengan carteles electorales socialistas, son las nuevas apuestas del sanchismo. Si esta es la lectura que ha hecho el presidente de las derrotas electorales que encadena, Núñez Feijóo será presidente del Gobierno. Y, además, el PP puede usar, cambiando el destinatario, aquella famosa pregunta que le hizo Patxi (el único acierto político que se le conoce) a Sánchez: «Pedro, ¿tú sabes lo que es una nación?». Y tú, Patxi, ¿sabes lo que es una nación?

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