Obsesionadas por el cuerpo
Lo que sigue diferenciando a las más ancladas en el pasado es precisamente eso, la obsesión por el cuerpo, la identificación de la feminidad y del éxito como mujer con el cuerpo
Hace algún tiempo paseaba yo con mi hermana por la planta de mujer de unos grandes almacenes, cuando le advertí que nos habíamos metido en la «sección de gordas». Poco cuidadosa como soy con el lenguaje políticamente correcto, no dije «sección de tallas generosas», o «sección de mujeres voluptuosas», sino «gordas», y he aquí que me escuchó una chica de talla generosa y voluptuosa que se indignó y comenzó a farfullar en alto contra mi comentario, con grandes gestos y mirada amenazadora. Unos minutos después, coincidimos en otra sección con la indignada, que salía de un probador y que, al vernos, le dijo bien alto al niño que llevaba de la mano: «Vámonos, que esta es la sección de viejas». Mi hermana y yo nos reímos a gusto, pero no dejamos de advertir la llamativa contradicción de la indignada: protestaba contra la palabra gorda, pero intentaba molestarnos llamándonos viejas.
Y todo lo anterior entre mujeres, como el tristemente célebre cartel de Irene Montero sobre los cuerpos imperfectos en la playa, cuerpos de mujeres, en exclusiva. Como si los hombres con imperfecciones físicas no tuvieran problema alguno de aceptación, cuando hasta la calvicie, tan común y tan natural, provoca comentarios despectivos y bromas de mal gusto a muchísimos hombres. Más allá de la increíble chapuza en la elaboración del cartel, es revelador su mensaje, que muestra lo rancio de este feminismo podemita que se ha hecho con el liderazgo de todo el feminismo de izquierdas. El mensaje de la obsesión por el cuerpo que domina a estas mujeres, la misma obsesión de la gorda que nos llamaba viejas, como si una cosa u otra, los kilos y la edad, fueran lo relevante para valorarnos a las mujeres.
Por supuesto que existe desprecio a la gordura, a la fealdad, a la vejez, a la deformidad. Entre tantos ideales fallidos, aquello de que lo importante es el interior está entre los más llamativos. Y los medios de comunicación, como cualquier ciudadano en la calle, lo practican constantemente, con esa exaltación de la belleza física y el menosprecio a la imperfección. Afecta de la misma manera a hombres y mujeres, pero los hombres han limitado sus efectos con el dinero y el poder, y algunas mujeres incluso los han multiplicado, sumándose a la exaltación del aspecto exterior.
Y lo que sigue diferenciando a las más ancladas en el pasado es precisamente eso, la obsesión por el cuerpo, la identificación de la feminidad y del éxito como mujer con el cuerpo. Y puede aparecer en imágenes aparentemente modernas y rompedoras como ese cartel del Ministerio de Igualdad, tan antiguo en su inspiración como las fotografías de las mujeres pin-up de los cincuenta, entonces y ahora centradas en la belleza de la mujer, en su exaltación o en su ausencia. En su centralidad. Y cuando observo a la propia ministra de Igualdad, Irene Montero, no dejo de sospechar que ella misma está atrapada en esa obsesión, con esa delgadez llamativa, esa languidez de vieja novela romántica, esa fragilidad a la espera del rescate del héroe, todo tan antiguo y tan desalentador para las mujeres rompedoras de verdad.