Kabul ya está en Europa
El abandono de Aganistán es el anticipo de lo que ya pasa en Occidente, temerosa de defender e imponer sus valores de libertad y cultura a tanto salvaje que martiriza al ser humano en nuestras narices
Hace poco más de un año Pedro Sánchez compareció en público junto a Loli Von der Layen, la maruja repeinada que preside Europa como si fuera un club de bridge, y Charles Michel, un calvorota belga que como casi todos los belgas tiene gato a los españoles y también manda en la cosa.
Los tres, junto a Biden y el resto de nenazas europeas, acababan de cometer una de las vergüenzas más sonadas de los últimos tiempos: salieron corriendo de Afganistán, entre risas y disparos de los talibanes, dando un sentido nuevo a la expresión «con el rabo entre las piernas»: para eso había que tener rabo, y allí solo se percibía un muñoncito acomplejado.
Pese al bochorno, las tres gracias europeas posaron como si acabaran de liberar a Europa del nazismo, con un despliegue de carantoñas recíprocas que intentó convertir la desvergüenza en una legendaria operación humanitaria: habían logrado sacar de Kabul, se vanagloriaban, a unos cientos o miles de colaboradores.
Un año después de que Mary Poppins saliera por piernas de Afganistán y posara como Rambo al llegar a Bruselas, el rastro de la colitis se mantiene y Rusia y China han entendido el mensaje, procediendo a invadir Ucrania, con Putin de monigote de Xi Jinping: detectaron el miedo europeo y la diarrea americana y pensaron que, si se cagaban con cuatro mataos con turbante, cómo no iban a hacerlo con el poderoso Ejército Rojo y su franquicia rusa.
Aquella fuga, que Sánchez convirtió en otra de sus performances para opositar algún día a algún cargo donde su buen inglés pese más que su horrible español, dejó abandonado a un país que ya era corrupto y ahora es corrupto, miserable, violento y represor.
Y lo es especialmente con las mujeres, aunque no se escucharán grandes denuncias de las Agustinas de Aragón de Igualdad, que solo son enérgicas en su lucha contra la opresión femenina allá donde no existe o ya tiene la condena de todos.
¿Estamos preparados para frenar eso mismo en nuestras propias casas? Porque si allí nos comieron y no hicimos nada, aquí lo solventamos poniendo velitas
Hace dos días los talibanes, que son una mezcla de camello de la Celsa y yihadista de polígono, disuadieron a disparos una heroica manifestación de mujeres que pedían pan y libertad. Ellas no pueden estudiar, ni hacer deporte, ni vestir otra cosa que no sea el burka, ni viajar solas: son tratadas como animales enjaulados sin agua ni comida.
A millones como ellas abandonamos el verano pasado, mientras Loli, Pedrito y Carlitos, entre otros, se tapaban el muñoncito los unos a los otros y presentaban su obscena candidatura conjunta al Nobel de la Paz con mucho pipí y bastante popó en los pantalones.
Pero si lo que dejamos atrás nos retrata, también nos invita a una reflexión: ¿estamos preparados para frenar eso mismo en nuestras propias casas? Porque si allí nos comieron y no hicimos nada, aquí lo solventamos poniendo velitas y denigrando los valores europeos, que son los mejores que nunca alumbró la humanidad, cada vez que alguien apela a su «particularidad cultural» para importar del infierno la misma mierda que ya reina en Kabul.