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GaleanaEdurne Uriarte

El baile de la primera ministra

Pues no, Sanna Marin no es como cualquier joven finlandés, porque ella es la primera ministra, nada más y nada menos. Por lo que también su vida privada será sometida a un escrutinio brutal, y las valoraciones tendrán consecuencias en su aceptación pública

Actualizada 01:30

Algunas mujeres finlandesas han publicado vídeos bailando para apoyar a su primera ministra, Sanna Marin, tras su controvertida fiesta privada un poco subida de tono. En esa habitual confusión de la igualdad de las mujeres con asuntos que nada tienen que ver. Y regada de abundante populismo sobre el derecho de los políticos a ser como cualquiera, y hasta sobre el derecho de los jóvenes como Sanna Marin a divertirse, razón esta última por la que, al parecer, los mismos que la apoyan han criticado duramente a otros políticos bailones pero maduritos como Boris Johnson.

No imagino a los hombres españoles grabándose vídeos de baile, si el debate afectara a Pedro Sánchez, por ejemplo, tras un número artístico a lo Travolta, por mucha fiesta privada que fuera. Desconozco si Sánchez baila tan bien como la primera ministra finlandesa, pero si fuera el caso, y se hubiera dejado grabar moviendo las caderas como Travolta en Grease y con miradas sugerentes a la cámara, como Sanna Marin, no tengo duda alguna de que el asunto causaría furor mediático, además de debate, y más si los amigos de la fiesta lanzaran algunas frases un poco equívocas durante la juerga. Porque este es uno de esos asuntos que nada tienen que ver con el sexo del bailarín, sino con su condición de líder político de un país. Tampoco imagino a Sánchez alegando eso de que soy un hombre maduro con derecho a divertirse como los demás hombres maduros, que es lo que ha declarado Marin, apelando, eso sí, a su juventud, factor fundamental, según algunos, para tener derecho a divertirse.

Al feminismo mal enfocado han añadido otros esa mentira populista de que los líderes políticos son como el resto de ciudadanos. Pues no, Sanna Marin no es como cualquier joven finlandés, porque ella es la primera ministra, nada más y nada menos. Por lo que también su vida privada será sometida a un escrutinio brutal, y las valoraciones tendrán consecuencias en su aceptación pública. De ahí que lo del derecho a la vida privada y a la intimidad se respeta según quién y de qué partido, de forma completamente caprichosa. O si no, piensen ustedes ya no en Pedro Sánchez, sino en Donald Trump, por ejemplo. ¿Se lo imagina alguien recibiendo la ola de solidaridad causada por Sanna Marin tras un numerito de baile a lo Travolta, con juerga y frases equívocas en el mismo vídeo? No, claro, lo que imaginamos es la ola de improperios y de cuestionamientos de su capacidad para regir un país. ¿Vida privada? Me río de la vida privada, diría el progresismo.

Pero, además, el ejercicio del poder político es en buena medida representación, simbolismo. Cuenta lo que se decide y hace y la manera en que se transmite, además del momento y el tiempo en el que ocurre. Y da lo mismo que seas hombre o mujer, joven o viejo. Un decreto explicado en bermudas pierde autoridad, de ahí que hasta Sánchez mantenga la chaqueta para esos menesteres, aunque se quite la corbata. Y un baile desatado cuando una guerra asuela Europa, cuando la crisis energética se agrava y cuando Rusia amenaza tu país causa el mismo efecto que las bermudas, un problema de forma y de momento, un problema de representación.

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