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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Ilusa esperanza del PSOE

Sacar a Sánchez a la calle para reflotar en las encuestas es algo así como elegir a Chuck Norris para vender pacifismo

Actualizada 11:24

Cuando tenía trece o catorce años apareció Miguel Ríos por nuestra ciudad costera y esquinada para ofrecer un concierto de rock, algo insólito entonces que nos tenía fascinados. Llevados por la ilusión, nuestra pandilla de amiguetes nos apalancamos a las puertas del polideportivo donde iba a tocar, con la idea de pedirle que nos dejase entrar de gorra, dado que era tan «enrollao». La estratagema dio resultado, pues a media tarde apareció en persona rumbo a sus ensayos el mismísimo Rey del Rock. Lo asaltamos al instante: «Ríos, ¿nos pasas?», imploramos. Sin parar de caminar, nos respondió displicente: «No chiquillos, que la vida está muy ashushá».

Al PSOE le pasa lo mismo que al viejo Ríos: está muy achuchado. Ahora mismo las encuestas colocan a Sánchez fuera de la Moncloa. Histeria a bordo, a ver de qué vamos a vivir... Para intentar reflotar se les han ocurrido dos ideas. Una es desprestigiar a Feijóo diciendo que en realidad es un duro obstruccionista, que además baila al son que le marca Ayuso. Una patochada que no cuaja.

La otra gran idea es sacar a Sánchez a la calle, para conquistar a «la gente» con el Gran Timonel paseándose en carne mortal. El periódico oficial se muestra entusiasmado: «El PSOE ya va a toda máquina (…). La intensidad es máxima en la Moncloa y Ferraz, donde se ha recuperado la confianza». «El presidente va a salir de las paredes institucionales de la Moncloa y de su perfil institucional para tener una relación directa y sin intermediarios con los ciudadanos». Se habla de 30 baños de masas con «la gente».

Si realmente en el PSOE y en sus medios se creen que eso funcionará, entonces son alienígenas extraviados en la remota galaxia del socialismo caviar. Pasear a Sánchez para intentar darle la vuelta a las encuestas es algo así como elegir a Chuck Norris como imagen de una campaña pacifista. Para la mayoría de los españoles, Sánchez es hoy un personaje antipático, con una bien cimentada aureola de trolero y marrullero.

El éxito electoral de los políticos no atiende a esta o aquella medida. Se basa en que el público se hace una composición general de un candidato que le convence. Ven en él, o en ella, «un par de manos seguras», como dicen los ingleses, y optan por votarle. Pero en esa confianza se sostiene sobre nexos casi intangibles, que aunque no lo parezca son frágiles y pueden quebrarse. Cuando eso ocurre, ya no cabe marcha atrás. Y eso es lo que le ha sucedido a Sánchez. Parafraseando a Cicerón, ha abusado tanto de nuestra paciencia que ha rebosado el vaso. Más que sumar, ahora resta. Por eso sacar en procesión por las plazas de España a un político que es abucheado cada vez que pisa una acera es una insensatez, fruto del culto lisonjero al líder que impera en la Moncloa.

En Reino Unido temen que el año que viene la inflación llegue al 18 % ya en enero. En Francia, asesores económicos de Macron lamentan que el público todavía no sea consciente de lo que viene, que se comporten «como los pasajeros de un avión que siguen bebiendo champán cuando están a punto de chocar con una montaña». En las calles de España las cosas están muy fastidiadas, por la mordida de los precios y por el propio miedo, que está frenando el consumo y la inversión. No hay presidente que no pague duramente en las urnas una situación así, y desde luego el antipático Sánchez no va a ser la excepción.

Lo pueden llevar de telonero a las verbenas de los pueblos y hasta de animador en los festejos con vaquillas. Pero lo único que lograrán será perder todavía más votos. Simplemente ha agotado su crédito y una dosis más de empalago no arreglará nada. Al revés.

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