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Agua de timónCarmen Martínez Castro

El partido de vuelta de la Guerra Fría

Ahora nos toca a nosotros. Este invierno descubriremos si Putin está en lo cierto

Actualizada 01:30

Lo mejor que se puede decir de Mijail Gorbachov, al que la muerte ha venido a rescatar del olvido, es que su paso por la Historia devolvió la libertad a millones de personas e impulsó la democracia en el mundo. Tal vez por ello hoy miramos las fotos de entonces con nostalgia del optimismo que marcó aquella época.

Los obituarios que se han escrito del último líder soviético han sido en buena medida los obituarios de aquel final de la Guerra Fría en el que la libertad y el progreso parecían irreversibles. Un tiempo dominado por una estirpe de dirigentes políticos que hoy añoramos: Gorbachov, Reagan, Thatcher, Kohl o el Papa Juan Pablo II. Todos ellos fueron líderes formidables que hoy echamos en falta. Pero apostaría a que cualquiera de ellos, sometido a la picadora de carne de política actual, acabaría pareciéndonos un vulgar mindundi.

No es fácil construir un liderazgo político en estos tiempos. Como niños caprichosos hemos encumbrado a personajes sin valía ni experiencia y luego los hemos arrumbado en el baúl de los trastos inservibles. Queremos grandes políticos, pero cuando los tenemos ante nosotros ya no nos gustan tanto.

Zelenski, que parecía un bufón más del populismo, ha resultado ser un líder extraordinario. Todo el mundo, Putin el primero, pensó que abandonaría el gobierno ante la visión del primer tanque ruso y entregaría sin resistencia su país a la influencia de Moscú. Pero el payaso resultó ser un héroe. No sin errores, supo echarse su país a la espalda y ha obligado a Europa a asumir por primera vez un compromiso serio y exigente en defensa de la libertad.

Ahora, con la fatiga de la guerra, que ya es una rutina más de los telediarios, lejos de revisar los graves errores que hemos cometido en nuestras relaciones con Rusia y ponerles remedio, muchos prefieren que sean los ucranianos quienes renuncien a la defensa de su país para que nosotros podamos pasar el invierno calentitos. Estamos empezando el mes de septiembre y Putin ya ha cortado el suministro de gas a Europa. No es descartable que en cuestión de semanas nuestros políticos empiecen a hablar de la guerra de Zelenski y no de la guerra de Putin, como hasta ahora.

Los grandes liderazgos políticos, que tanto añoramos, no surgen por generación espontánea ni son un feliz accidente producto de la brillantez o la valentía de una persona determinada. No operan en el vacío. Surgen en sociedades cohesionadas, dispuestas a seguir a aquel dirigente capaz de identificar y liderar sus pulsiones de fondo. Zelenski no podría existir sin la determinación de los ucranianos de defender su soberanía, porque no existe liderazgo donde no hay sociedad que lo respalde.

Putin, que es la némesis de Gorbachov, está intentado jugar el partido de vuelta de la Guerra Fría. Con Ucrania se equivocó. Ahora nos toca a nosotros. Nos cree tan débiles y decadentes que aspira a doblegarnos sin dificultad con el chantaje del gas. Este invierno descubriremos si está en lo cierto.

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